El zorro en el gallinero
Con el pacto de gobierno con Vox, Fernández Mañueco inscribe su nombre en la historia de la ignominia democrática
La ultraderecha caza dos pájaros de un tiro. Por un lado, se encarama con poltrona de primera clase a un Gobierno autonómico, el castellanoleonés, rellenando una casilla clave de su estrategia preparatoria para alcanzar un día el Gobierno de España: compra tiempo de aprendizaje sobre los usos de la gobernanza; de entrenamiento en sus desafíos iliberales, a partir de ahora desde las redes del poder institucional; y de lavado de su imagen radical y estentórea.
Este cambio en la manera de ejercer su presencia pública, tenderá a limar aristas, a buscar su “normalización”. Es un paso clave para legitimar su doctrina, selvática y estrafalaria en términos democráticos: la cancelación del Estado de las autonomías (pieza esencial de la Constitución de 1978), la persecución de los inmigrantes (si no son oligarcas rusos), el ataque a la diversidad de género y el negacionismo de la violencia machista.
Es un logro oportuno cuando la ultraderecha europea experimenta reveses crecientes: Marine Le Pen y Matteo Salvini, por su embarazosa alianza con el autócrata ruso; Viktor Orbán, por sus vaivenes y su persecución a los homosexuales; la cúpula gubernamental polaca, tras su desautorización en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que ahora busca difuminar venteando la potente solidaridad de sus ciudadanos hacia los vecinos ucranios.
Pero ello no oculta la gravedad de su ascenso —en coalición, parcial— al poder: es el primer Gobierno regional al que acceden los ultras, con su agenda ultra y con su lenguaje ultra. El cordón democrático que trenzó la excanciller democristiana alemana Angela Merkel impidió el asalto de las fuerzas semipardas al Gobierno de Turingia. Con costes efectivos para su partido, que al menos ha logrado sobrevivir, seguramente gracias a ese legado, Y a su humanitarismo acogedor cuando la oleada de refugiados de 2015.
Por otro lado, que es bastante el mismo, Vox consigue una plataforma desde la que naturalizarse, a costa de demostrar la debilidad democrática, aumentar la miseria moral e incluso la inanidad del PP. Pues ha sido palmariamente incapaz de seguir el ejemplo de Merkel, y de fraguar o apoyar cualquier otra fórmula de Gobierno, de las que disponía. Si no en abundancia, al menos en suficiencia. Alfonso Fernández Mañueco inscribe así su nombre en la historia de la ignominia democrática, según rezan los estándares democristianos defendidos con firmeza, estilo y principios por gentes como la propia Merkel o el polaco Donald Tusk. Ha metido al hambriento zorro en el corral de las débiles gallinas.
La dirección de Pablo Casado rechazó colectivamente esta alianza, hasta las vísperas de su demolición. Así que esta es la primera decisión bendecida y asumida por el líder emergente del PP, Alberto Núñez-Feijóo. Aunque técnicamente se presente como una no-decisión, como una autorización implícita, como un no sabe/no contesta, a la chita callando, aprovechando la confusa transición de su partido y el ruido sobrecogedor de las bombas sobre Mariupol, que a todo le ponen sordina. Ese modo de decidir es un claro signo de que estamos ante una humillación política y espesa vergüenza moral de la derecha convencional española. Por unos cuantos días habíamos creído que su líder pre-designado era un centrista.
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