La biblioteca de escritoras colombianas
Una colección del Ministerio de Cultura de Colombia rescata del olvido a 18 novelistas, cuentistas, dramaturgas y poetas
En 2017 hubo una temporada de intercambio cultural y artístico entre Colombia y Francia. Para el cierre, a realizarse en París, el Ministerio de Cultura invitó a un “gran evento” que reuniría a la delegación colombiana. Eran diez autores, todos hombres y todos mestizos, lo que en nuestro país quiere decir “blancos”. Las demás actividades habían incluido mujeres. Fue casualidad que en el “gran evento” solo hubiera hombres, pero igual quedó la sensación de que se seguía privilegiando una única voz, la de siempre, la de los señores. La indignación estalló en redes con el hashtag #ColombiaTieneEscritoras.
Fue entonces cuando empecé a preguntarme por las escritoras colombianas. Yo era una de ellas, pero ¿a cuántas había leído? En el colegio, a ninguna. El pénsum no las incluía, las profesoras de literatura no nos ponían a leer a ninguna y yo no tuve la iniciativa de buscarlas. En la universidad seguí leyendo hombres y algunas mujeres extranjeras, libros clásicos y contemporáneos, como había hecho en el colegio, pero ninguna mujer colombiana. Tampoco leía autores colombianos negros, raizales o indígenas. Empecé tarde a leer autoras colombianas y leí a mis contemporáneas, Laura Restrepo, Piedad Bonnett, Melba Escobar o Carolina Vegas.
En 2018 el Instituto Distrital de las Artes anunció el Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica. ¿Quién era ella? Investigué, porque nunca la había oído mencionar, y descubrí su importancia. La leí cuando la Biblioteca Nacional me invitó a un evento para hablar de su obra. Fue la primera autora clásica colombiana que conocí y la que tiró al piso todos mis prejuicios.
A principios de los 2000, cuando empecé a publicar, era común que se menospreciara la llamada “literatura femenina”, la que hacían las mujeres y que se trataba de temas que se entendían como de mujeres. La maternidad, la casa, la intimidad… Ángela y el diablo, el primero que leí de Mújica, un libro de cuentos, hablaba de la maternidad, la casa y la intimidad y también del mundo de afuera: de la política, la violencia, la guerra. Era una literatura compleja y múltiple que no tenía nada que envidiarle a la de los hombres, que era, incluso, superior a la que había leído de varios de ellos. Sin más, literatura de la buena.
¿Cuántas más grandes escritoras colombianas me había perdido? ¿Cuántas había? ¿Qué escribieron? ¿En qué condiciones y sobre qué?
Un día, en una reunión de trabajo, frente a la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, una colección del Ministerio de Cultura, se nos ocurrió a la coordinadora del Grupo de Literatura y a mí soñar con una Biblioteca de Escritoras Colombianas que respondiera estas preguntas. La coordinadora del Grupo de Literatura, que parece un hada madrina, hizo lo suyo en el Ministerio y consiguió el presupuesto. Al año siguiente empezamos a trabajar.
El primer paso fue la investigación, que hice con dos asistentes editoriales. Desenterramos a las autoras, buscamos quiénes eran, dónde habían vivido, cuándo, qué habían escrito, e indagamos por el panorama actual: cuántas circulaban, cómo, quién las publicaba y leía, si estaban en las librerías, cómo las exhibían, qué pasaba con ellas en la academia. A la par conformamos un comité editorial en el que participaron académicas, escritoras, libreras, editoras y gestoras culturales. Les expusimos el proyecto y les preguntamos cuáles eran las necesidades urgentes, qué características debía tener la colección, cómo se imaginaban los libros, a quiénes debíamos publicar, cuáles obras, qué otra cosa, además de libros, debía incluir el proyecto. Una de las principales conclusiones a las que llegamos con ellas fue que la Biblioteca debía sacar a la luz a las grandes escritoras del país que se conocían poco porque estaban descatalogadas, olvidadas o borradas. Así dimos con nuestro objetivo: salvaguardar la memoria de la literatura hecha por mujeres en nuestro país y dar a conocer sus obras.
El segundo paso fue la edición de las obras, un trabajo durísimo que nos costó llanto, desesperaciones, trasnochos, rabias y, sobre todo, grandes satisfacciones. El resultado, una Biblioteca de dieciocho títulos que incluye a algunas de las escritoras más relevantes de Colombia desde la Colonia hasta las nacidas en la primera mitad del siglo XX.
Los libros están listados en orden ascendente, según el año de nacimiento de las escritoras y están prologados por especialistas en la autora o la materia, que han estudiado la obra y nos ayudan a entenderla dentro de nuestra tradición literaria. Ellas, como guías en una expedición nocturna, con sus linternas, nos iluminan el camino, ahí donde está oscuro.
La Biblioteca de Escritoras Colombianas, lo mismo que otras colecciones del Ministerio, se encuentra en las bibliotecas públicas y puede ser consultada de manera gratuita por todos. Pero, al mismo tiempo, es distinta a las otras colecciones, pues algunos de los títulos van a circular en el mercado y podrán adquirirse en librerías, gracias a 10 editoriales independientes heroicas que quisieron y lograron unirse al proyecto.
Los 18 títulos incluyen narrativa, poesía y teatro. Hay novelas, libros de cuento, opinión y periodismo; testimonios, novela negra, ciencia-ficción, novela histórica y fantasy. Las autoras son de diversas regiones: la región Andina, la costa Caribe, el nororiente, el Pacífico y el Eje Cafetero. Las hay blancas, mestizas, negras, una de ellas raizal, y una indígena; privilegiadas y excluidas; religiosas y laicas; amas de casa y profesionales; y una en condición de discapacidad.
Está María Mercedes Carranza, que no necesitaba ser rescatada, pero que incluimos porque la antología fue curada y prologada por su hija Melibea, quien poema a poema nos lleva por el camino de la desesperanza de su madre, que se suicidó. Está Emilia Ayarza, una poeta extraordinaria, tal vez la más singular y atrevida de su generación, que no se entiende por qué sigue siendo desconocida. Está Una holandesa en América, de Soledad Acosta de Samper, que debería leerse en los colegios como leemos María, porque es tan importante como esa novela y porque propone un modelo de mujer que desafía el de Jorge Isaacs y nos muestra otra cara del país, quizás más verdadera, que la de María. Está Mi Cristo negro, de Teresa Martínez de Varela, que en su momento fue autopublicado, a pesar de ser un libro necesario, que nos invita a pensar el problema racial de nuestro país. Está Tengo los pies en la cabeza, de Berichá, uno de los más extraños de la Biblioteca, pues parece de ciencia-ficción, aunque es un testimonio, y que fue escrito por una mujer indígena y discapacitada. Ella, pese a esa triple exclusión, se convirtió en escritora y lideresa de su pueblo.
La lista, sin embargo, como todas las listas, es incompleta. Teníamos limitaciones de presupuesto y espacio. Hubo autoras que no quisieron participar, otras que no pudimos contratar porque no dejaron herederos ni representantes o porque tienen representantes difíciles de contactar. Y, por supuesto, también faltan las que siguen sin ser descubiertas…
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.