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Columna
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La pistola sobre la mesa

Someterse al chantaje inicial de un mafioso, uno solo por pequeño que parezca, es someterse a él para siempre

Rusia y Ucrania
Vladímir Putin este sábado observa el lanzamiento de misiles balísticos como parte de los ejercicios estratégicos conjuntos de Rusia y Bielorrusia.ALEXEY NIKOLSKY (AFP)
Lluís Bassets

El primer dilema al que hay que atender es si se puede negociar con alguien que se sienta en la mesa mientras juega con la pistola cargada. Habrá partidarios del diálogo tan bondadosos que incluso en estas condiciones no tendrán inconveniente en discutir qué pueden ceder uno y otro, aunque la historia nos permite conocer al dedillo el desenlace: quien tiene el arma en sus manos obtendrá lo que pide y la parte amenazada deberá contentarse con buenas palabras.

El pistolero es un artista. Domina el arte de la intimidación. Sabe mantener siempre la iniciativa. Confunde y desconcierta. Nadie engaña mejor. A cada propuesta responde con una nueva exigencia. Da la vuelta a cada acusación, hasta convertirse en el amenazado. Da miedo, pero tacha de histéricos a quienes se amedrentan. Deja la pistola encima de la mesa al alcance la mano sencillamente porque es suya y con lo suyo hace lo que le da la gana. Está ahí solo porque no sabe dónde ponerla y considera un gesto de mala educación que alguien se lo afee.

La novedad no es que alguien pretenda negociar así, tal como se acostumbra en las penumbras de las economías ilegales y clandestinas, o en la geografía violenta de las dictaduras y los Estados fallidos, el terrorismo y la gran delincuencia. Así se hacían las cosas en Europa antes de 1945, cuando la diplomacia y la política civilizada perdían la partida. Aunque el lenguaje violento de los gánsteres nunca ha desaparecido, desde entonces nadie osaba exhibirlo, acompañado de la imprescindible sonrisa cínica de los matones. La novedad es que el presidente de un gran país como Rusia luzca estos ademanes y pretenda obtener algún resultado de una diplomacia coercitiva totalmente opuesta a los principios y a la cultura política de la Europa salida de la Guerra Mundial y de la Guerra Fría.

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Vladímir Putin detesta a la Unión Europea y quiere destruirla. Solo quiere tratos con Estados Unidos, y si acaso con cada uno de los socios de la OTAN por separado. Setenta años de cooperación europea y de multilateralismo son un pésimo ejemplo para el autócrata del Kremlin, temeroso de que cunda y encuentre émulos en Rusia, como los ha encontrado en Ucrania, y antes en Bielorrusia o Georgia.

Los europeos están empezando a percibir la amenaza. Según una encuesta realizada por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), en siete países que representan dos tercios de la población europea, a diferencia de la anexión de Crimea y la rebelión en el Donbás en 2014, ahora se identifica como un peligro para la seguridad de toda Europa y merece como tal una respuesta, tanto por parte de la OTAN como de la UE.

Si Putin consigue negociar con la pistola cargada sobre la mesa habrá obtenido ya su objetivo. Someterse al chantaje inicial de un mafioso, uno solo, por pequeño que parezca, es someterse para siempre al mafioso.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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