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Columna
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Hegel en el Parlamento

Sería importante reflexionar sobre el extraño mecanismo que hace que juzguemos distante y elitista a un ministro que cita a un filósofo, mientras quien nos habla de cañas y chuletones, nos parezca alguien cercano y dicharachero

Hegel en el Parlamento / Máriam Martínez Bascuñán
Del Hambre
Máriam Martínez-Bascuñán

“La libertad es el reconocimiento de la necesidad”. Esta cita de Hegel no se pronunció en una clase de Historia de la Teoría Política; la empleó el ministro alemán de Sanidad, el socialdemócrata Karl Lauterbach, tratando de explicar por qué ganamos libertad a través de la vacuna, y por qué es el virus el que nos mantiene confinados. El debate sobre los límites de la libertad y la vacuna obligatoria se producía en el Bundestag con el resto de fuerzas parlamentarias, y como pueden comprobar, daba incluso para citar a Hegel. Si hay algo apasionante en esta época es cómo nos obliga a pensar con profundidad sobre algunos temas. El cambio climático, sin ir más lejos, transformará nuestra vida y tendrá repercusiones antropológicas que nos obligarán a volver a las preguntas más básicas: quiénes somos, cuál deberá ser nuestra relación con el planeta. Si, hasta ahora, nuestra identidad se ha construido a través del consumo, la crisis climática cambiará ese imaginario, nuestra representación sobre el mundo y nuestra forma de habitarlo, también en un sentido filosófico. Este desafío, radical, ya está aquí, aunque en España lo frivolicemos, chapoteando en la tonta dialéctica entre chuletón o comunismo.

Otro de los grandes temas es el que discutían en Alemania: los límites de nuestra libertad en tiempos de pandemia. En estos lares, esta apasionante cuestión la despachamos con otra célebre máxima: libertad es poder disfrutar de unas cañas, cuya autoría evidentemente no es de Hegel. Es la otra gran ambivalencia de nuestro tiempo: la dialéctica entre la frivolidad que exhiben nuestros salvadores supremos, destinados a exorcizar las frustraciones enviscadas de las democracias, y la responsabilidad e integridad de aquellos a los que sí les preocupa la adecuación moral con su función pública, de quienes ofrecen un diálogo veraz, y por tanto complejo, con el ciudadano, uno que versa sobre la calidad de su vida. Tal vez la caída de Boris Johnson podría representar el fin de la década populista que lo alzó como máximo paladín de la hoguera de las vanidades de la política, pero sería demasiado optimista pensar que su desplome signifique el fin de la frivolidad en el todo vale de la carrera por el poder.

También sería importante reflexionar sobre ese extraño mecanismo que hace que juzguemos distante y elitista a un ministro que cita a Hegel en el Parlamento para explicar la necesidad de la vacuna, mientras el frívolo, quien nos habla de cañas y chuletones, nos parezca alguien cercano y dicharachero. Es su hablar hueco sobre temas esenciales el que debería alejarnos, y no quien aborda los temas desde la honestidad, sin hurtar al ciudadano su complejidad y respetando así su inteligencia. Porque hay cuestiones que ya deberían partir de un consenso básico sobre el que empezar la discusión, pero como con la crisis de Ucrania (atlantistas frente a putinistas) aquí preferimos el chascarillo que nos encierra en el calor de nuestra querida y acogedora burbujita. @MariamMartinezB

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