Qué complicada es la libertad
¿Qué libertad es la verdaderamente madrileña, la de la gente que se quiere tomar unas copas o la del quiere descansar sin algarabías junto al portal de su casa?
Nunca acabé de entender bien en qué consistía aquello de la “libertad madrileña” hasta que hace unos meses me pasé un atardecer de sábado por Ponzano. Mientras el resto de España y de Europa seguían bajo el yugo liberticida que nos trajo la covid y poseídos de un extraño afán de castigar a la hostelería, en la que pasa por ser la calle con más bares de Madrid corría el refrescante viento de la libertad. Los interiores, abarrotados. Las aceras, a reventar de gente que bebía, fumaba o simplemente charlaba sin dejarse esclavizar por la absurda imposición de la mascarilla.
En el resto del mundo, las autoridades locales se hubiesen inflado a poner multas ante un panorama así. En los bares de Ponzano, en cambio, brillaban los carteles de la presidenta, erigida a los altares como una Evita chamberilera. Si no fuese por el agravio al ilustre Ponciano Ponzano, el escultor del siglo XIX que le dio nombre cuando era aún una vía hacia las afueras de la ciudad, daban ganas de pedir rebautizarla como calle de la Libertad Madrileña.
Ahora leo que en Ponzano y otras zonas de la ciudad se están sucediendo protestas vecinales bastante nutridas contra el ruido de los bares. Y que el Ayuntamiento se está haciendo un lío con que si hay que retirar o no las ampliaciones extraordinarias permitidas a las terrazas cuando los establecimientos no tenían otro modo de subsistir. ¿Será que se está resquebrajando nuestra libertad?
Hace unos meses, el concepto de libertad madrileña nos parecía muy sencillo: la libertad eran aquellos camareros sonrosados que brindaban por ella en los vídeos electorales con bandejas repletas de cañas y calamares. Ahora todo se ha vuelto mucho más complicado. ¿Qué libertad es la verdaderamente madrileña, la de la gente que se quiere tomar unas copas o la del quiere descansar sin algarabías junto al portal de su casa? ¿La libertad de negocio de quien ha ampliado su terraza hasta el último centímetro de la acerca o la del peatón que viene con el carrito de la compra y no tiene por donde pasar?
Es indudable que la gran cruzada por la libertad de nuestros dirigentes acabó con un triunfo avasallador. Pero las victorias hay que administrarlas y ahora toca gestionar la libertad, que no es tan fácil como parece. No hay más que ver algunos de los grandes bastiones liberales de la ciudad, en el propio Chamberí, en Retiro, en el mismísimo barrio de Salamanca. Allí hay muchos que ya no tienen claro que la libertad consista en irse de cañas, sino en poder dormir tranquilamente o en pasear por la calle sin tropezarse a cada poco con una jungla de sillas y mesas. Necesitamos que nuestros dirigentes se decidan ya y nos iluminen de nuevo sobre cuál es el verdadero camino de la libertad.
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