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Columna
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Hipnotizados por la serpiente

De nuevo la OTAN tiene ante sí una misión clara: defender a cada uno de sus socios, sus principios, la soberanía nacional y el derecho a ingresar en la alianza que a cada uno le convenga

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, durante un discurso.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, durante un discurso.EGOR ALEEV (EFE)
Lluís Bassets

El primer paso es conseguir que la presa se estremezca. Ayuda una amenaza constante y creciente. Luego, que pase del terror a la inmovilidad. A continuación, las fauces podrán cerrarse sobre ella con toda facilidad.

Esta pelea desigual va así, pero no está todavía definida. Son solo los primeros compases, en la danza siniestra entre una serpiente enorme y una presa que no se conforma con que se la zampen. Son pocos los ucranios que se estremecen, al contrario, se preparan para defenderse, saben que apenas podrán contar con otras fuerzas que no sean las propias y si acaso piden armas y solidaridad a los amigos.

Suecos y fineses, que no pertenecen a la Alianza Atlántica, quieren que se mantengan las puertas abiertas a su adhesión, precisamente una de los principios atlánticos que el Kremlin denuncia escandalizado como una amenaza a su seguridad. Es el mundo al revés. ¿Por qué entraron tantos países en la OTAN y por qué querrían Suecia y Finlandia si no es para protegerse de Rusia? No para atacarla, como sostiene Putin.

Nada une tanto como una amenaza exterior. De nuevo la Alianza tiene ante sí una misión clara: defender a cada uno de sus socios, sus principios, la soberanía nacional y el derecho a ingresar en la alianza que a cada uno le convenga. También el orden y la legalidad internacionales tal como se configuraron en la Conferencia de Helsinki de 1975 (integridad territorial, inviolabilidad de fronteras, renuncia al recurso de la fuerza, derechos humanos…), luego en la Carta de París de 1990 (multilateralismo e instituciones de cooperación) y en el Memorándum de Bucarest (desarme nuclear de Ucrania a cambio de la garantía de su integridad territorial y su plena soberanía). Es todo lo que Moscú ya vulneró en 2014 con la anexión de Crimea y quiere vulnerar de nuevo ahora.

Washington y Bruselas, la OTAN y la Unión Europea cierran filas o, al menos, quieren aparentarlo. El Kremlin busca mucho más que una división circunstancial: quiere zanjar una paz aparte con la Casa Blanca, erosionar la existencia misma de la Alianza y de la Unión y separar a los europeos de los estadounidenses. Cuenta con poderosos intereses financieros y empresariales compartidos con los europeos, la dependencia energética de Alemania y un lobby de políticos y empresarios de máximo nivel, especialmente alemanes y franceses, preparados para hacer abstracción de sus atrocidades.

La vulnerabilidad es un peligro. La serpiente la huele y excita sus malos instintos. Se crece en sus amenazas, envueltas en hábitos de víctima, sustraídos a la presa designada y utilizados como disfraz de su única razón, la de la fuerza. Rusia se halla amenazada. Fue engañada y traicionada al terminar la guerra fría. Toda ampliación de la OTAN es una agresión. Cada revuelta democrática en los antiguos dominios imperiales, una maniobra del enemigo y una vulneración de su soberanía.

Si la presa atiende a estas razones, también cederá despavorida al chantaje y cerrará los ojos antes de ser devorada.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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