‘Apartheid’ de vacunas
La variante ómicron podría facilitar un cambio de mentalidad para combatir la brecha con los países más pobres
La respuesta a la nueva variante del coronavirus, ómicron, cuya primera muestra se identificó el 9 de noviembre pasado en Sudáfrica, ha sido la rotunda imposición de prohibiciones de países de todo el mundo a viajar allí. Los primeros gobiernos en cancelar los vuelos directos a los países africanos de Sudáfrica y Botsuana —que reportaron rápidamente su información sobre el hallazgo— fueron el Reino Unido, Francia e Israel. Muy poco después, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tras agradecer a Sudáfrica la “rapidez y transparencia” en informar sobre la nueva variante para incentivar la investigación de los científicos de todo el mundo de forma inmediata, pidió la cancelación de todos los vuelos hacia y desde Sudáfrica. El país africano, con uno de los mejores programas de secuenciación de virus del mundo, también fue elogiado por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) por la rapidez y eficacia con la que notificó la existencia del virus. Es por eso que cortar las comunicaciones con él lanza el absurdo mensaje, como el propio país ha denunciado, de que podría estar siendo castigado precisamente por su transparencia y su desarrollo científico. Pero no es la ciencia, sino la discrecionalidad e irresponsabilidad políticas las que están promoviendo ese castigo sobre el continente y el acaparamiento de las vacunas por parte de los países más ricos.
Mientras en los Estados más privilegiados ya se inyecta la tercera dosis, en África menos del 8% de una población total de 1.300 millones está completamente vacunada. La propia OMS ha instado a los gobiernos a tomar decisiones basadas en la ciencia, y esta semana, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa habló de “apartheid de vacunas” para llamar la atención a las naciones más desarrolladas sobre el hecho de combatir una epidemia global desde el inconsecuente instinto de protegerse a sí mismas, olvidando que solo podrán hacerlo completamente si protegen y ayudan a las naciones más pobres. La OMS también lo ha advertido: nadie estará a salvo a menos que todos los países del planeta lo estén. Tampoco la prohibición de volar a África ha frenado su propagación en el extranjero, como ha mostrado la aparición de los primeros casos en Austria, otros países de Europa e Israel.
El coronavirus afecta a las economías de todas las naciones, a sus sistemas sanitarios y a los ciudadanos de todo el mundo. Sin embargo, la expectativa de estimular una nueva forma de pensamiento global ha chocado con lo contrario: una nueva brecha de desigualdad. Las poblaciones no vacunadas de los países con ingresos más bajos están siendo golpeadas duramente, mientras los países del norte global actúan en su propio beneficio y de forma errática.
La decisión de no viajar a los países africanos no solo no ayudará a derrotar a la nueva variante ómicron, sino que servirá para profundizar en la distancia socioeconómica norte-sur. Urge reforzar las instituciones multilaterales que impulsen los sistemas de distribución efectiva de las vacunas por todo el mundo, los fondos públicos para pagarlas o la implementación de exenciones de propiedad intelectual que permitan su producción local. La variante ómicron debería servir como punto de inflexión para cambiar la metodología y la mentalidad de la lucha global contra la pandemia.
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