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Columna
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Flaubert en globo

El autor de ‘Madame Bovary’ diagnosticó a su generación como la que había llegado “demasiado pronto y demasiado tarde”

Gustave Flaubert opinion
Gustave Flaubert (1821-1880), fotografiado por Mulnier.
José Andrés Rojo

A Gustave Flaubert le pilló la revolución de 1848 visitando París. Cuando su amante Louise Colet le preguntó su opinión sobre lo que acababa de suceder, le contestó: “Pues bien, todo esto es muy gracioso. Hay caras descompuestas y muy regocijantes de ver. Me deleito profundamente al contemplar todas las ambiciones aplastadas”. Mucho tiempo después, en 1870, cuando Francia entró en guerra con Prusia, Flaubert le decía en una carta a la escritora George Sand: “Lloro por los puentes cortados, los túneles hundidos, todo ese trabajo humano perdido, ¡una negación tan radical!”. He ahí el oso, un tipo que miraba el mundo desde una distancia tan sideral que lo mismo podía reírse de los afanes de cuantos habían arriesgado sus vidas en las calles para tirar abajo la monarquía de Luis Felipe I que conmoverse por las pérdidas materiales que estaban produciéndose al mismo tiempo que las carnicerías en los campos de batalla. “Reflexiona sobre el hecho de que tanto nuestras alegrías como nuestras desgracias solo son ilusiones ópticas, efectos de luz y de perspectiva”, le dijo a su amante en otra carta del 16 de diciembre de 1846. Y en una anterior: “Fatalista como un turco, creo que todo lo que podemos hacer por el progreso de la humanidad y nada es absolutamente lo mismo”.

El domingo se cumplen 200 años del nacimiento de Flaubert, acaso uno de los mayores novelistas del siglo XIX —es decir: de todos los tiempos—, el autor de Madame Bovary, el escritor que trabajó de manera obsesiva en cada frase para que llevara dentro exactamente lo que tenía que llevar, sin grasa alguna, sin sentimentalismos gratuitos: parca, si a eso obligaba el quitarle las adiposidades innecesarias. Su prosa avanza con una naturalidad y elegancia imponentes, y cuanto se proponía decir queda dicho con tanta solvencia que causa asombro. También en sus cartas. Ahora en El hilo del collar: Correspondencia, Antonio Álvarez de la Rosa ha hecho una generosa selección de las casi 4.500 conocidas que dejó, y las ha presentado cronológicamente. Ahí está el joven que va construyendo su mirada para dedicarse a la literatura, el hombre que escudriña cuantos recovecos tiene la pasión de la mano de Louise Colet, el que viaja a Oriente, el que se esconde en su madriguera para contar las grandes expectativas y las miserias de una mujer de provincias que quiere comerse la vida, el que odia la estupidez, el solitario cascarrabias que sigue entregado a la escritura hasta el último momento.

“¿No sueñas a menudo con los globos?”, le preguntó Flaubert a su amigo Louis Bouilhet en 1850. “El hombre del futuro quizá tenga inmensas alegrías. Viajará por las estrellas con píldoras de aire en sus bolsillos. Hemos llegado demasiado pronto y demasiado tarde. Habremos hecho lo más difícil y lo menos glorioso: la transición”. Estaba en Atenas entonces, y la carta la escribió en el Lázaro del Pireo.

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Ahora que ya es el futuro, lo de las “alegrías” sigue un tanto en el aire, aunque las haya, y de lo que no hay ciertamente noticia es de esas “píldoras de aire” para recorrer las alturas. Sigue siendo verdad, sin embargo, la impresión de haber llegado “demasiado pronto y demasiado tarde”. Siempre en medio de ninguna parte, ni aquí ni allí, de camino. En transición: ¡quién sabe hacia dónde!

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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