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Un violín en la negrura del final de la Guerra Civil

Enrique Moradiellos llega a la Real Academia de Historia con sus rigurosos conocimientos de aquella trágica época

Juan Negrín, durante una visita al frente del Ebro en 1938. Archivo Fundación Juan Negrín.
Juan Negrín, durante una visita al frente del Ebro en 1938. Archivo Fundación Juan Negrín.
José Andrés Rojo

Las últimas semanas de la Guerra Civil fueron terriblemente duras para quienes gobernaban la República. Cataluña se había perdido a principios de febrero de 1939, pero lo que el avance franquista se llevó también por delante fue el propio aparato del Estado republicano. Todo se estaba yendo a pique, no resultaba ya concebible una victoria en el terreno militar, pero ni siquiera existía margen para negociar una salida digna para cuantos luchaban contra las fuerzas golpistas desde julio de 1936. Franco exigía una rendición incondicional y sin garantías, tras la cual se disponía a perseguir sin tregua a sus enemigos hasta acabar con ellos, y no iba a hacer ninguna concesión. Ante semejante intransigencia, el único camino que les quedaba era continuar la guerra, pensaba Juan Negrín, para procurar organizar con los recursos que quedaban la retirada hacia el exilio de una población amenazada.

El historiador Enrique Moradiellos reconstruyó esos momentos de extremo desgarro en la biografía que publicó de Negrín hace unos años. Cuenta que durante la segunda quincena de febrero se dedicó a visitar a todas las autoridades civiles y militares, y recorrió los frentes para calibrar el clima que se respiraba y poder orientar sus decisiones. Su abatimiento era mayúsculo, como mayúsculo era el cansancio de quienes defendían la República y habían perdido ya toda esperanza. Hubo quien explicó después, con cierta hostilidad, que durante los días que pasó por Madrid era tal su postración que se detenía “mucho rato en la acera escuchando cómo un ciego tocaba su violín”.

La imagen resumen bien lo que había detrás, la impotencia de un Gobierno que estaba en los huesos y cuya capacidad operativa era mínima. Las cosas empeoraron: la flota republicana zarpó rumbo a Argelia y abandonó a los suyos, se produjo el golpe del coronel Casado contra Negrín, y se desencadenó una breve guerra civil interna en el bando de los leales que se saldó con unas 2.000 muertes y la derrota de los comunistas. Franco ganó la guerra poco después. La lectura del Negrín de Moradiellos, donde reconstruyó las peripecias de una de las mayores figuras de la República y contribuyó a dinamitar las campañas de difamación que han procurado desacreditarlo, permite entender la enorme complejidad que existe en cada historia y en cada vida. Hay una enorme grandeza en ese hombre que se afana por encontrar alguna salida ante la radical cerrazón de un enemigo que carece de misericordia. Y la hay en la figura que se abandona a la música de un violinista ciego que le ofrece un efímero consuelo en medio de tanta negrura.

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El domingo Moradiellos leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de Historia. En su respuesta a este, Juan Pablo Fusi recordó que entre 1975 y 1995, en los tiempos de la Transición, se publicaron “1.848 libros de historia de la guerra (eso es, 92 libros al año, ocho al mes durante 20 años)”. No es un dato baladí para mostrar el interés de los españoles por lo que ocurrió en esa época aciaga. Moradiellos se ha afanado en su obra por destruir los mitos que reducen aquel periodo a un relato de trazo grueso que oculta sus claroscuros y ambigüedades y lacerantes contradicciones, y ha procurado siempre acercarse a la verdad, por dura que fuera.

Enhorabuena al historiador. Y a la Academia por tan brillante fichaje.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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