¿Qué hizo el periodista blanco con la escritora negra?
Una opinión sobre el capítulo más reciente de la historia de Carolina Maria de Jesus, uno de los mayores iconos de la literatura brasileña, y Audálio Dantas, el periodista que ella encontró para ayudarla a publicar en uno de los países más racistas del mundo
Permítanme empezar diciendo desde dónde hablo. Conocí a Audálio Dantas (1929-2018) en vida, ya tarde. Yo tenía unos 40 años y para mí era una leyenda del periodismo. Claro que una leyenda es algo grande, pero nunca les tuve mucho apego a las leyendas o a los héroes. El reportaje me ha enseñado que las personas son “solo” personas y que es mejor para todos —y también para ellas— que sigan siéndolo. Audálio no caminaba solo. Cuando lo conocí, también conocí a la pequeña familia que caminaba con él, o con la que él caminaba. Vanira, su esposa; Juliana, la hija mayor; Mariana, la hija menor; ambas fruto de su matrimonio. Sé que también están José y Ana, sus hijos mayores, pero solo los vi de pasada. Y la abuela. La abuela era la madre de Vanira. En cada evento periodístico o de amigos, los cinco estaban allí, con una alegría llena de sonrisas y abrazos. Yo misma empecé a creer que si no estaban en la presentación de mis libros, estos no tendrían suerte, porque faltaría amor en la cola. Nunca fuimos íntimos, pero nos caíamos bien. Más tarde, la abuela se quedaría ciega y se iría. Más tarde aún, Audálio también se iría, de cáncer. Yo estaba muy lejos cuando sucedió y no pude asistir a los rituales de despedida. Así que mi nostalgia no tiene imagen.
A Carolina Maria de Jesus (1914-1977) nunca la conocí en vida. Conocí Cuarto de desechos. Y lo conocí tarde. Pocos años antes de conocer a Audálio. Hubiera querido leer su libro más famoso antes, pero no había nacido cuando se convirtió en un acontecimiento, a principios de los años 60. Y después, para mí, el libro estuvo invisibilizado por el racismo estructural que borra a los negros en todos los sentidos, desde el literal hasta el metafórico. Solo lo leí cuando empecé a cubrir los saraos de poesía de Cooperifa, en Piraporinha, en la zona sur de São Paulo, y otros movimientos culturales de las favelas y periferias, en la primera década de este siglo. Todos los escritores y lectores, casi sin excepción, señalaban a Carolina como su primera referencia, la primera vez que se reconocían en las páginas de un libro, lo que, según decían, había cambiado su forma de verse a sí mismos y a los demás y también su relación con la literatura. Antes de leer su obra yo misma, conocí a Carolina a través del poderoso efecto transformador de su escritura. En cierto modo, Carolina fundó los movimientos literarios que no llegó a conocer. Movimientos que también eran de sublevación y rebelión, de contrainvasión de las letras, históricamente un instrumento de opresión de las élites y, por tanto, de los blancos, para dejar fuera a todos los demás. Carolina también inspiró, en cierta medida, el hip-hop en Brasil, raíz de los movimientos literarios que emergieron después.
Leí a Carolina antes de leer a Audálio. Y la leí sin saber que Audálio había tenido un papel tan importante en la publicación de su obra. En muchos sentidos, fui ignorante por llegar tan tarde tanto al libro de Carolina como a la comprensión del papel de Audálio en la obra de Carolina. La blanquitud no solo es violenta, sino que también atonta. Esto lo descubro y redescubro cada vez que leo un libro de autoras como Conceição Evaristo y Ana Maria Gonçalves, o de todos los escritores negros de las muchas Áfricas, que solo ahora están llegando a las librerías de Brasil. Me doy cuenta de cuántas obras esenciales me perdí, limitada a los clásicos de la literatura europea, maravillosos pero blancos, y de los consagrados autores blancos en Brasil y blancos también en lo poco que nos llegaba de las Áfricas hasta hace nada. La mayoría de ellos muy buenos, pero inscritos en una experiencia de vivir en este mundo, marcada por el racismo y el colonialismo. Hay otras experiencias. Muchas otras. En cierto modo, los movimientos literarios de las periferias, así como el hip-hop de los Racionais MC y otros, también para mí, una mujer blanca de clase media, han evidenciado universos.
La lectura de Carolina me dejó una marca en el cuerpo, la marca de quien entra en contacto con otro ser/estar en el mundo, con otro habitarse, con otra experiencia de existir. Tanto en el sentido más objetivo, de ser el diario de una mujer negra de la favela de Canindé, en São Paulo, Brasil, como en el sentido más subjetivo, de las palabras creadas por Carolina a partir de las particularidades de su experiencia. Carolina no solo retrató el mundo que solemos llamar “real”, sino que creó otra realidad a través de su escritura, dio a luz otra literatura, como hacen los escritores que son grandes. Como todas las que permanecen, la marca que me imprimió Carolina no es fácil.
Más que la obra escrita de Audálio, que además de libros incluye una colección de importantes reportajes, para mí la mayor fuerza de Audálio era su capacidad de ver y actuar con un coraje y una rectitud poco comunes. No fue la última vez que lo vi, pero la misa del séptimo día de Ricardo Pinheiro en la Catedral da Sé, en São Paulo, en julio de 2017, ha quedado en mi memoria como la última. En aquella ocasión, un grupo de vecinos de Pinheiros, un barrio exclusivo de la ciudad, organizó una misa con otras personas vinculadas a movimientos de derechos humanos, entre ellos Audálio Dantas, para recordar la muerte del sintecho ejecutado por policías militares. Audálio fue el puente vivo entre dos momentos históricos: la misa por la muerte del periodista Vladimir Herzog, ejecutado por la dictadura empresarial y militar (1964-1985) de Brasil, y la misa por la muerte de Ricardo Pinheiro, ejecutado por la Policía Militar de São Paulo. La de Ricardo Pinheiro la celebró el padre Júlio Lancelotti; la de Vladimir Herzog, monseñor Paulo Evaristo Arns, el rabino Henry Sobel y el pastor presbiteriano Jaime Wright. Audálio unía los dos momentos, señalando que Brasil ya empezaba a vivir otro período de excepción.
Con 85 años, Audálio pronunció el discurso más fuerte —y más lúcido— del evento: “En aquel momento, la misa tenía dos significados: el primero era el de venerar la memoria del periodista asesinado por la dictadura militar; pero también tenía el sentido de despertar la conciencia nacional contra la violencia de la dictadura militar que encarcelaba, torturaba y asesinaba. En aquel momento, protestaban principalmente aquellos cuyos familiares, amigos y hermanos eran víctimas de la dictadura militar. En aquel momento, la dictadura militar comenzó a caer gracias a la participación de la sociedad unida contra la violencia de la dictadura. (...) Logramos superar ese momento gracias a la unidad del pueblo, fue un movimiento de abajo hacia arriba. Superamos aquel momento, pero no superamos la indiferencia de la mayoría de la sociedad cuando la violencia se dirigió a los pobres, a los negros, a los miserables de las periferias de las grandes ciudades. Siempre he dicho que esto tiene que ocurrir y creo que está ocurriendo ahora mismo con los residentes de Pinheiros, un típico barrio de clase media, lo que significa que estamos recuperando la conciencia de que es necesario luchar contra la violencia”.
En aquella ocasión, escribí en este espacio que el puente entre los dos momentos históricos era también un gesto de reparación. Vladimir Herzog era un hombre blanco de clase media. Una parte importante de los que lucharon contra las torturas, los encarcelamientos y los asesinatos de la dictadura, al finalizar el régimen olvidaron que las torturas y las ejecuciones continuaron siendo, en democracia, una práctica de las fuerzas de seguridad del Estado contra los más pobres y, principalmente, los negros. Y la política de encarcelamiento se acentuó. Haberle dado en ese momento a la muerte de Ricardo Nascimento el mismo tratamiento que se le dio a la muerte de Vladimir Herzog era un reconocimiento, por pequeño y enormemente tardío, de que la tortura y la ejecución son inadmisibles para todos, no solo para la clase media y blanca.
Este era el Audálio que yo admiraba y del que reconocía la importancia antes de conocerlo. Después de conocerlo, aprendí a admirarle todavía más por su generosidad con todos los demás, lo que significaba que siempre se implicaba en muchas actividades no remuneradas. Audálio siempre vivió mucho más para la comunidad que para su familia. También sentía una admiración enorme por su capacidad para sentarse en un bar a altas horas de la noche, con más de 80 años, y comerse dos filetes con huevos fritos encima, judías pintas y arroz, sin que le sentara mal al día siguiente, todo ello mientras contaba deliciosas historias con personajes reales. Yo solía llamarle en broma “Monu”, una abreviación de “Monumento”, y él rechazaba el homenaje diciendo que los monumentos servían de retrete a las palomas. Como casi todo lo que hacía no era remunerado, y como las redacciones de prensa son crueles con sus periodistas más notables cuando envejecen, las dificultades económicas de Audálio, extendidas a su familia, eran tan indignas de todo lo que representó y representa para el país como conocidas de sus amigos. Una y otra vez fue necesario salvar a Audálio de desahucios varios. Ninguna vergüenza para él, toda la vergüenza para la prensa brasileña y para Brasil.
En 2011, organicé y comisarié un homenaje a Audálio Dantas, con dos días de debates sobre periodismo en el auditorio del Itaú Cultural, en São Paulo. Hasta entonces, nunca le había hablado de Carolina Maria de Jesus. Al hablarle, sentí que había un malestar. Audálio odiaba que dijeran que había “descubierto” a Carolina. Si alguna vez utilizó esa palabra, fue mucho antes de que yo lo conociera, porque en la conversación que mantuvimos me dejó claro que no era así como veía el episodio. Lo que contaba, cuando le obligaban, nunca de forma espontánea, era que había ido a la favela de Canindé a hacer un reportaje y escuchó a una mujer negra amenazando a unos “grandullones” que se habían apoderado de una especie de parque infantil muy raquítico, impidiendo que los niños jugaran. La amenaza era sorprendente: “¡Voy a poner vuestro nombre en mi libro!”. Es mucho menos probable que Audálio “descubriera” a Carolina que que Audálio “fuera descubierto” por Carolina. Como solía decir, fue Carolina quien lo encontró.
En su libro Tempo de reportagem (2012), una recopilación de sus mejores artículos periodísticos, acompañados de sus historias entre bastidores, Audálio escribe: “Carolina acababa de dar una demostración de fuerza y, a la vez, me había enviado un mensaje. (...) Llevaba años recorriendo las redacciones anunciándose como “poeta”, pero ningún periodista la creía. Que hubiera uno allí en la favela venía que ni pintado, parecía caído del cielo”. Carolina ya había sido protagonista de un artículo, en los años 40, y también había conseguido que se publicaran algunos de sus poemas en años posteriores, pero sin causar mayor impresión.
Lo que Audálio descubrió cuando Carolina le mostró sus cuadernos fue que no tenía sentido que escribiera un reportaje sobre la favela de Canindé si ella ya había escrito un diario con mucha más propiedad. Así, publicó extractos de su diario en Folha da Noite, en 1958, y luego en la revista Cruzeiro, donde se fue a trabajar al año siguiente. Dedicó un año a publicar el primer libro de Carolina. Al final del primer reportaje, por cierto, había un aviso de que los periodistas de Folha da Noite harían una pequeña colecta para publicar los diarios de Carolina en forma de libro, así como algunos cuentos e historietas. No fue necesario tras el éxito del reportaje. Cuarto de desechos, la primera obra publicada, en 1960, fue un acontecimiento más allá de Brasil, y cambiaría la literatura —y la vida— brasileña para siempre. Recuerdo también que, cuando hablamos de su trayectoria en el periodismo, Audálio dijo, en broma pero en serio, que su mejor reportaje era el que no había escrito él, sino el que escribió Carolina Maria de Jesus. Reconocerlo y afirmarlo públicamente es algo grande —y duro— para un periodista.
Audálio solo contaba su historia con Carolina si alguien se lo pedía. Y claramente no le gustaba contarla, lo que me hizo pensar que había algo difícil en su relación. Pero eso nunca fue el centro de la mía con Audálio, que estaba mucho más vinculada a cuestiones de dictaduras, la de antes y la que se acercaba. Nunca sentí que tuviera la intimidad suficiente como para preguntarle por su visible malestar al hablar de Carolina. Sin embargo, sé que, hasta el final de su vida, e incluso cuando estaba muy enfermo, Audálio nunca eludió la responsabilidad de contar su encuentro con Carolina a académicos, biógrafos, periodistas, estudiantes y a quienquiera que lo buscara. Audálio sabía que tenía ese deber, que iba más allá de su malestar personal, por todo lo que Carolina representa no solo para la literatura, que ya es enorme, sino para Brasil, este país fundado sobre cuerpos humanos, primero de los pueblos originarios, luego de los africanos esclavizados. De hecho, Audálio, nacido en la minúscula ciudad de Tanque d’Arca, en el nordeste de Brasil, que emigró a São Paulo y estudió a la vez que trabajaba en una panadería que también le servía de cama cuando tenía 14 años, solo está considerado blanco en un país como Brasil. Pero, sí, en Brasil es blanco.
Cuento todo esto para que quede claro desde dónde hablo, cuál fue mi relación con Audálio Dantas y qué representó —y representa— la obra de Carolina Maria de Jesus para mí personalmente y para Brasil y el mundo, desde mi punto de vista no especializado. Y lo digo porque en este momento hay dos gestos en marcha: por un lado, el de borrar la importancia de Audálio Dantas en la trayectoria de Carolina Maria de Jesus como escritora y, por otro, la reducción de Audálio a un blanco, macho, opresor y explotador, que habría oprimido a Carolina, se habría esforzado por ser más importante que ella y habría impedido que el público la conociera más allá de la narración de los diarios. Erigirse en el “descubridor” de Carolina sería un ejemplo contundente de esta actitud de “señorito”.
Primero. En Brasil, así como en otros países marcados por la esclavitud de los negros, todos los blancos —categoría en la que me incluyo porque nací blanca y, por lo tanto, tengo todos los privilegios de blanca en un país que es estructuralmente racista— son opresores. Son opresores aunque no lo sean personalmente, porque esta es una de las marcas del racismo estructural. Los blancos ya nacen con más probabilidades de sobrevivir al parto que un bebé negro y esto es solo el principio de una larga trayectoria en la que las ventajas de la desigualdad racial ya están dadas. Aunque individualmente no hayan provocado el racismo estructural, y aunque pongan la lucha contra el racismo estructural en el centro de su vida, todos los blancos, incluso los más pobres, disfrutan en cierta medida de los privilegios de ser blanco en una sociedad racialmente desigual como la brasileña. Así, la única actitud ética es asumir no la culpa, que no tendría sentido y a menudo sirve de antesala de la absolución, sino la responsabilidad colectiva de acabar con el racismo estructural. Y eso es solo lo mínimo que hay que hacer para poder mirarse uno mismo al espejo sin verse obligado a bajar la cabeza.
Por eso fue un periodista blanco —y no una periodista negra— quien encontró a Carolina en la favela de Canindé. Me parece que sin el contexto histórico y las circunstancias no se puede analizar ninguna relación, porque las personas no son ajenas a las condiciones de la sociedad en la que viven. Por eso, vale la pena prestar atención a las conclusiones del primer (lo cual ya dice mucho) Perfil racial y de género de la prensa brasileña, publicado este mes de noviembre por el portal especializado Jornalistas&Cia. El estudio muestra que el 78% de los periodistas brasileños se identifican como blancos y el 63% como hombres. Solo el 20% se considera negro (ya sea de piel oscura o mestizo, de piel más clara). La prensa brasileña, por tanto, en 2021, es más blanca y masculina que la población general, en la que el 56% se identifica como negra y el 52% como mujer. Este es el retrato racial y de género de las redacciones brasileñas, vale la pena repetirlo, en 2021. Es fácil imaginar cuál era la situación en los años 50, cuando Carolina y Audálio se encontraron. No hace falta ni siquiera imaginarlo, porque hay documentación al respecto.
Entre las principales “acusaciones” contra Audálio está el hecho de que tratara a Carolina como una escritora “de la favela”, como si el hecho de serlo fuera lo que le diera valor, lo que habría limitado la comprensión de su inmenso talento literario; el hecho de que editara los diarios de Carolina, suprimiendo partes que hoy se consideran esenciales; el hecho de que le insistiera a Carolina que debía seguir escribiendo y publicando diarios, cuando el deseo de Carolina era publicar otro tipo de escritos. Hay otras acusaciones, pero estas me parecen las más recurrentes.
Si estas son acusaciones pertinentes, Audálio es culpable de todas ellas. Culpable, culpable y culpable. Realmente hizo todo eso. Pero es demasiado fácil mirar desde la actualidad una relación establecida entre dos personas a finales de los 50 y principios de los 60. ¿Audálio podría haberlo hecho de otra forma? Esta pregunta es esencial para cualquier debate honesto sobre el tema. Y dudo que Audálio pudiera haberlo hecho de otra manera. Aquí, mi crítica no especializada adquiere la experiencia de más de tres décadas como periodista en Brasil: más de dos décadas dentro de las redacciones y una tercera lidiando con ellas desde la distancia.
Incluso hoy, afirmo que muchos periodistas solo escribirían sobre Carolina, en lugar de defender ante sus jefes que ella había escrito el mejor texto sobre la vida cotidiana en la favela de Canindé y que, por lo tanto, era su texto el que tendría sentido publicar, y no el texto del reportero con algunas citas de Carolina, como se suele hacer en diferentes casos. La actitud de Audálio, por muy digna y periodísticamente competente que sea, no era habitual, y sigue no siéndolo.
Tratarla como “mujer de la favela”, algo que puede y debe ser cuestionado hoy, en ese momento era sin duda lo que la diferenciaba, lo que haría que los lectores leyeran el texto de una mujer negra de la que nunca habían oído hablar en un país donde el principal escritor, Machado de Assis, era objeto de tesis que omitían el hecho de que era negro. ¿Cuántas personas leerían el reportaje si se titulara “El drama de la favela escrito por Carolina Maria de Jesus”, una no ilustre (para los estándares de la época) desconocida, en lugar de “El drama de la favela escrito por una mujer de la favela”, título con el que se publicó?
Hacer predicciones sobre el pasado es aún más complicado que hacerlas sobre el futuro, porque del pasado hay hechos y hay pruebas. Si alguien piensa que otro tratamiento sería una opción que haría que Carolina fuese leída y el reportaje aprobado por el redactor jefe en 1958, debe presentar un argumento consistente. En la prensa que he conocido y conozco, nunca. Incluso en la primera década de este siglo, reporteros como yo tuvimos que luchar para incluir a entrevistados negros en las páginas de las revistas. A no ser, por supuesto, que fuera en historias de crímenes, narraciones de hambrunas (en África) o historias sobre prostitución o sobre “mulatas” en el carnaval. Hagan el ejercicio de contar las portadas y las páginas interiores de Veja, Época e Istoé, las principales revistas semanales de información del año 2000, a ver cuántos negros había. Comprueben también dónde estaban los negros en los principales periódicos.
El cambio de enfoque que se está produciendo es reciente, provocado desde el exterior hacia el interior de las redacciones, por la presión de los movimientos negros, de los movimientos de las mujeres negras y de personas transexuales, y todavía está lleno de deslices más que feos, como vemos constantemente. Este cambio de enfoque, a su vez, es el resultado de la política de cuotas raciales, del estatuto de igualdad racial, de esta nueva generación de negros que llegó a las universidades por primera vez en la trayectoria de sus familias, del creciente protagonismo del feminismo negro y también de la propuesta de enmienda constitucional para regular el trabajo de las empleadas del hogar que se popularizó como “PEC de las domésticas”. Todos fueron fenómenos, políticas y cambios en la legislación de las dos últimas décadas que provocaron una fuerte reacción contraria de las élites. Estas políticas públicas, a su vez, fueron resultado en gran medida de la lucha de los movimientos negros, en un ciclo constante de presiones, avances y retrocesos, como el que actualmente enfrentamos en Brasil. Así es como se mueve el mundo, generalmente con una lentitud insoportable para hacer justicia, con una aceleración brutal para perpetuar las injusticias.
Hoy en día, un diario de Carolina Maria de Jesus encontraría los libros de varias escritoras negras, reconocidas solo desde hace poco, pero cuya obra debería haber llegado a las librerías, a los festivales de literatura y a la notoriedad décadas antes si el criterio hubiera sido la calidad literaria, y no la raza y el género. Hoy, por un lado, habría sido más fácil para Carolina, porque hay varios ejemplos de escritoras negras recientemente consagradas, y, a la vez, habría sido más difícil, porque ella habría sido una más. Genial, pero una más. Sin embargo, a finales de los 50 no. En 1958, Audálio tuvo que contar con el entusiasmo de sus colegas y la insólita suerte de tener como jefe a un gran periodista, Hideo Onaga. Presionar para que se publicaran extractos de los diarios de Carolina Maria de Jesus en el periódico no era más que la obligación de cualquier buen periodista, en mi opinión. Pero rara vez funcionaba —y funciona— así.
Hoy, cuando Carolina Maria de Jesus se ha convertido en un icono, es muy fácil decir que los diarios deberían haberse publicado en su totalidad. Me gustaría ver si estas mismas personas que acusan a Audálio con tanta facilidad conseguirían hacerlo hace décadas, cuando nadie conocía a Carolina. Hoy, cuando Carolina se ha convertido en una referencia, celebrada y analizada en tesis académicas y en exposiciones en importantes instituciones, con su obra publicada por una editorial de renombre, es muy fácil decir que Carolina debería haber podido publicar el género literario que hubiese querido. En aquella época, me pregunto qué editoriales publicarían los libros de una mujer negra de la favela de Canindé si no fuera para contar su vida cotidiana.
Afirmo, con convicción basada en los hechos, que Audálio Dantas hizo lo mejor que pudo en el contexto de la época y las circunstancias con las que lidió. Si se equivocó, lo hizo tratando de hacerlo lo mejor posible, y esto debe tenerse en cuenta. Con todo lo que se ha revelado hasta ahora, creo que Audálio acertó mucho más de lo que se equivocó. Tom Farias, biógrafo de Carolina, declaró al periódico Folha de S. Paulo: “Carolina no habría tenido la menor oportunidad como escritora si él [Audálio] no hubiera aparecido. No veo ningún sentido en los intentos de demonizarlo ahora y creo que es muy injusto para él”.
Creo que cada uno de nosotros ha encontrado personas que han sido clave en su vida, que han representado puntos de inflexión. Eso si hemos tenido suerte. Si las relaciones fueran más justas y el acceso estuviera garantizado para todos, tal vez no necesitaríamos el apoyo de estas personas, pero todo lo que tenemos para crear una vida, aparte del deseo, son el contexto y las circunstancias. E inmersos en ellos luchamos por hacer que sean más justos para las generaciones futuras. Sería estupendo que todo hubiera sido diferente y que Carolina no hubiera necesitado el apoyo de un periodista blanco. Pero lo necesitó. No porque le faltara talento, sino porque Brasil era y todavía es un país brutalmente racista, y también misógino. Y no por culpa de Audálio Dantas. Creo que, al apoyar a Carolina, Audálio pretendía aportar su grano de arena en la búsqueda de la justicia y en la lucha contra el racismo estructural, aunque su generación viera la desigualdad más a través del prisma de la lucha de clases que del de la raza.
La brutalidad del contexto y de las circunstancias se hizo explícita en las “bromas” que Audálio escuchó de sus colegas durante muchos años: “¡Chico, te tomaste muchas molestias para inventarte el libro de la negra!”. En los años noventa, bastante después de la muerte de Carolina, todavía lo acosaba un crítico literario de razonable reputación que intentaba demostrar que todo era un fraude de Audálio, el verdadero autor de los diarios. Para este crítico, una “mujer de la favela” no podía utilizar los términos que usaba Carolina, como “astro rey” en lugar de “sol”. Unas décadas más tarde y habiendo muerto Audálio, hoy los ataques se han invertido: Audálio sería el opresor de Carolina, el saboteador de sus textos al atreverse a editarlos y el que se aprovechó de su fama, de la que habría sido el principal beneficiario. Todo muy revelador del momento, el contexto y las circunstancias. Sería fascinante por lo que expresa sobre la sociedad brasileña, si no destrozase a gente.
El reconocimiento de la importancia de la obra de Carolina no debe borrar el reconocimiento del papel de Audálio, porque sería borrar todo el contexto y las circunstancias de ambos. Y también, simplemente, porque no es justo. Carolina se hizo grande por su talento, y se convirtió en una referencia porque durante mucho tiempo fue la única escritora negra, de la favela, que destacó en Brasil y en el mundo sin que la crítica especializada la “blanqueara”. Y si Carolina lo consiguió, fue también porque Audálio luchó por ella y con ella.
Por supuesto, una vez consumado el éxito de los diarios (y solo después), Audálio se convirtió en un periodista aún más conocido y reconocido, por lo que le ofrecieron un trabajo en la revista Cruzeiro, la más importante de la época y uno de los hitos en la historia de la prensa brasileña, donde publicó un nuevo reportaje con extractos de los diarios de Carolina. ¿Y qué problema hay? Es cierto que desempeñó su función de periodista con competencia y merece un reconocimiento por ello. Si hubiera salido mal por cualquier motivo, Audálio habría sido crucificado por los mismos que lo adularon, que no quepa duda. Del mismo modo que algunos de los que lo trataban —en contra de su voluntad— como “el descubridor de Carolina Maria de Jesus”, hoy lo crucifican públicamente.
A pesar del reconocimiento que le dio el éxito de Carolina (reconocimiento sin dinero la mayoría de las veces, cabe señalar), sospecho que Audálio habría preferido que fuera otro el periodista que estaba en la favela de Canindé. Es solo una percepción de sus expresiones y rápidos cambios de tema cuando le preguntaba por Carolina. Puede que esté totalmente equivocada, pero creo que es importante dejar constancia de lo que percibí en mis contactos personales con él cuando preparaba el acto en su honor. Me parece que hasta el final Audálio intentó centrarse mucho más en su papel en la resistencia a la dictadura empresarial y militar, donde fue protagonista de primera línea, que en el “descubrimiento de la escritora negra más importante de Brasil”. Nunca escribió, por ejemplo, un libro sobre esta relación y estos acontecimientos entre bastidores, como habrían hecho muchos en su lugar.
La relación entre Carolina y Audálio fue (muy) difícil en varios momentos. Y dejó marcas dolorosas en Audálio, aunque en general guardó silencio al respecto. En las cartas, es posible encontrar tanto acusaciones violentísimas de Carolina contra Audálio, como se esfuerzan en encontrar los que quieren transformar a Audálio en un villano, como fabulosos halagos de la misma Carolina al mismo Audálio. Las personas son muchas al mismo tiempo, como sabemos por experiencia, y también otras en diferentes tiempos.
La relación entre Carolina y Audálio debería ser objeto de varias tesis y libros, porque desvela las condiciones de toda una época. Tesis y libros de autores capaces de recordar que no se trata de dos personajes, sino de personas que vivieron y se expusieron a la vida. Investigada y escrita con honestidad, la relación de estas dos personas nos diría mucho sobre Brasil y la complejidad de las interacciones humanas en un país estructuralmente racista. Espero que algún día existan estos libros. Sobre Carolina hay al menos una hermosa biografía, de Tom Farias. Sobre Audálio, una biografía que ya tarda.
Lo que no debe hacerse, lo que es hacer un flaco favor, es borrar una dimensión importante tanto de la vida de Carolina como de la de Audálio, así como diversos aspectos de la sociedad brasileña y del selecto club de las letras. Lo que no debe hacerse es reducir a dos personas complejas de la historia reciente de Brasil a los personajes planos de la víctima y el villano, porque supuestamente conviene. Lo que no debe hacerse es convertir a Audálio Dantas en la encarnación del racismo estructural, el patriarcado y el machismo de Brasil, y a Carolina en una víctima que se limitó a lamentar esa condición en diarios y cartas, lo que no hace justicia a la mujer que fue, según sus escritos y todos los relatos sobre ella.
Carolina era fuerte. Audálio también. Y ambos libraron diferentes combates en el mundo exterior y también en el interior. Me atrevo a decir que haber encontrado a Audálio en la favela fue importante para Carolina y por eso, inteligente como era, ella lo encontró. Y, por eso, Brasil pudo conocer a una de las escritoras más impactantes de su historia, que por todo lo que representaba y por todo lo que escribió inspiró movimientos culturales fundamentales que se enfrentaron directamente a la Casa Grande que aún persiste en Brasil.
En la última polémica sobre el “villano” Audálio, parte de los defensores del legado de Carolina acusan a la familia Dantas de apropiarse de tres diarios inéditos de la escritora, que descubrió Juliana en los archivos de su padre cuando buscaba pruebas para defenderlo. Juliana los entregó a su biógrafo Tom Farias para que los analizara y encontrara la mejor manera de hacerlos públicos. Audálio, por desgracia, ya no está vivo para explicar por qué no donó estos documentos a la Biblioteca Nacional, como hizo con todos los demás.
Tenemos mucho por lo que luchar en Brasil, que vive uno de los momentos más bajos de una historia llena de momentos bajos: el racismo estructural, con la persistente destrucción de los cuerpos negros e indígenas, el peor de la larga serie de crímenes. Tenemos mucha gente contra la que luchar, empezando por el actual presidente, Jair Bolsonaro, antes de que mueran más brasileños, la mayoría de ellos negros. Audálio no es ni fue uno de los enemigos de Brasil, de los negros o de Carolina. Al contrario. Su voz lúcida y valiente, así como su dignidad, se echan mucho de menos en el momento brutal en que vivimos. Audálio, como Carolina, también es raíz. Espero que podamos contener la voluntad de destruir para mantener fuertes estas dos raíces, cada una de un árbol diferente, en este país tan arrancado de todo lo que vive.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de ocho libros, entre ellos Brasil, construtor de ruínas: um olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro y Banzeiro òkòtó, uma viagem à Amazônia Centro do Mundo.
Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.
Traducción de Meritxell Almarza.
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