Por un nuevo proyecto laborista español
Tras ser protagonistas en la incertidumbre de la pandemia, Yolanda Díaz, el PCE y los sindicatos deben pasar de parar retrocesos a lograr conquistas, primar la política útil sobre las narrativas del conflicto
Tenemos tendencia, acusada tras las décadas neoliberales, a explicar todo partiendo de la centralidad del individuo; desde la historia, que creemos producto de las decisiones de los grandes hombres, hasta nuestro presente, donde pensamos que el auge y caída de los líderes es el resultado de un carisma que brilla y desaparece. Tanto es así que asumimos que el político deslumbra, como si fuera un icono bizantino, a través de su mensaje: al olvidar cuál era el peso de la intervención pública sólo nos quedó abandonarnos al misticismo de la narrativa. Hay que saber contar lo que se hace, pero antes hay que hacerlo. La política es una magnitud cuyo peso se mide a través de su capacidad de cambiar la vida cotidiana de la gente. Cambios que se expresan con símbolos, pero que se llevan a cabo desde el motor económico: el trabajo.
Si existió un espíritu de 1945 ese fue el del británico de Clement Atlee, cuyo primer Gobierno laborista transformó su país dando forma a lo que hoy conocemos como Estado del bienestar. El impulso le fue otorgado por una clase trabajadora que tras haber derrotado a los nazis no iba a retornar a las fábricas sin exigir nada a cambio. La pandemia no ha sido una guerra, pero ha tenido el efecto de volver a centrar las prioridades. Si en la anterior década nuestra política estuvo marcada por el eje de lo nuevo contra lo viejo, esta ha comenzado con un conflicto entre certidumbre e indeterminación. Y ahí, aspectos como el teletrabajo, el salario mínimo o los ERTE han sido elementos de peso. Yolanda Díaz es una de las líderes mejor valoradas de este país no sólo por su retórica pausada, no sólo por despuntar cuando otros languidecían, sino sobre todo por haber vuelto a otorgar peso al Ministerio de Trabajo: su protagonismo es sobre todo una cuestión de época.
El espíritu de 2020, uno que se quiere extinguir antes de que tome corporeidad, también se ha notado en la mayor presencia de los sindicatos en la vida pública. No se pusieron de lado en los momentos más duros del confinamiento, ofreciendo asesoramiento gratuito a miles de trabajadores, saltando de sus sectores tradicionales a nuevos conflictos como los riders o las multinacionales de la distribución. Que Comisiones Obreras sea la mayor organización de este país con un millón de afiliados es, paralelamente al éxito de Yolanda Díaz, también una cuestión de época. Su recién reelegido secretario general, Unai Sordo, hombre de cautela norteña, ha jugado un papel decisivo en acuerdos que evitaron que el paro se desbocara cuando el virus hizo hincar la rodilla a la economía mundial. Ahora toca pasar de parar retrocesos a lograr conquistas. Los sindicatos no van a hacer política institucional, pero no van a dejar que la política se olvide de los trabajadores.
¿Qué quieren conseguir las expresiones sindicales y políticas del laborismo español? Fundamentalmente, un nuevo contrato social para el siglo XXI que sitúe al trabajo como centro del proyecto de país, restaurando un equilibrio roto no sólo por las últimas reformas laborales, sino también por décadas de desindustrialización y especulación. No se trata tan sólo de lograr incrementos salariales, sino de que a través de la negociación colectiva se construya democracia, una demasiado influenciada por los susurros de los grandes consejos de administración. Además, se trata de recuperar el concepto del trabajo como un bien comunitario y estratégico: la estabilidad nacional se construye, en tiempos de marejada global, evitando que lo laboral sea mercancía precaria que se arroja por la borda con la primera disminución de dividendos.
La mayor debilidad de Yolanda Díaz es poder coser a tiempo su candidatura: a un César sin guardia pretoriana siempre le pesa la sombra de los Idus de Marzo. La clave es entender que no estamos en 2011 con su angustia por la representación, sino en un 2021 que reclama soluciones concretas como escudo contra las guerras culturales de las derechas. El nuevo laborismo es, además, la oportunidad para poner en marcha una poderosa máquina de agregación: pasar de la fascinación por la imposible encarnación de la diversidad a construir una casa común de la igualdad. Y ahí, los partidos ya existentes, más que señalar las incógnitas del proceso, deben atreverse a encarar el reto, especialmente un PCE que puede ocupar un espacio que dejó escapar en la Transición: al eurocomunismo en España le lastró el miedo a reconocer su realismo reformista sobre su mítico pasado revolucionario.
No se trata tan sólo de Yolanda Díaz, se trata de nuestra época, una que reclama un nuevo proyecto laborista, inédito en este país, que vehicule el realismo reformista sobre el caos del mercado, la política útil sobre las narrativas del conflicto, la esperanza sobre la amenaza. Algo que Vetusta Morla anticipa al cantar: El viejo mundo salta/ Con el paso equivocado/ Pero el nuevo aún/ No ha salido en los diarios.
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