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Columna
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Derogar, o sea, no derogar

Pedro Sánchez es un ganador por muchas cualidades, y desde luego por haber entendido como pocos las exigencias de la política líquida

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, este jueves en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, este jueves en el Congreso.Mariscal (EFE)
Teodoro León Gross

Pedro Sánchez es un ganador por muchas cualidades, y desde luego por haber entendido como pocos las exigencias de la política líquida. La reforma laboral sólo es un hito más, aunque formidable. Días atrás se comprometía en el Congreso del partido a derogar la reforma laboral, con decibelios de mitin, pero días después aclaraba que se trataba de actualizar “algunas cosas” y que derogar significa modernizar, muy lejos del Pedro Sánchez que en julio de 2014 se impuso en las primarias a Madina anunciando que “la primera medida que tomará el próximo Gobierno socialista será derogar la reforma laboral”, pero no fue la primera medida, ni la tercera, ni la vigésima, ni la nonagésima, ni sucederá por más que siguiera repitiendo en la oposición que “en cuanto gobernemos, derogaremos la reforma laboral, porque en el siglo XXI no se pueden plantear alternativas del siglo XIX”, o quizá precisamente porque seguía repitiendo eso. Derogar ha significado en cada momento lo que convenía en ese momento. No deja de ser un ejemplo consumado de aquello que parodiaba Humpty Dumpty de Alicia...: “Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga... ni más ni menos”. Derogar, por ejemplo.

Claro que Sánchez ya sabe que Yolanda Díaz tiene cualidades temibles, como sostiene su exgurú, porque maneja esa misma capacidad con la misma soltura. Antes de entrar en el Gobierno, Yolanda Díaz era clara al precisar que “no basta con retocar la reforma laboral”. Era 2018 y acusaba al PSOE de haber compartido la misma lógica del PP durante “el bipartidismo” desde Felipe. Después entró en el Gobierno, y su némesis ya sólo era el PP. Unidas Podemos firmó un acuerdo de coalición cuyo punto 1.3 era claro: “Derogaremos la reforma laboral. Recuperaremos los derechos laborales arrebatados por la reforma laboral de 2012″. Después UP avaló aguar esto mismo que se había firmado con Bildu. Lo ocurrido desde entonces ha mantenido esa pauta. Días atrás, en el Congreso de CC OO levantó al público comprometiéndose a derogar la reforma laboral “a pesar de todas las resistencias”. Más tarde, ha aclarado que técnicamente no se puede derogar. Lo que ella define como “mucho más que derogar” es, lógicamente, mucho menos que derogar.

Derogar, en fin, significa no derogar. Esto es así, lo mismo para Pedro Sánchez y para Yolanda Díaz, dos contendientes políticos poderosos aunque sus relatos sean distintos: para Sánchez, derogar es no derogar; y para Díaz, no derogar es derogar. La política va derivando en una reductio ad relatum. Al final, la realidad es secundaria. Se trabaja más por la semántica que por el bienestar. La obsesión de Yolanda Díaz era el fetiche político de la palabra dura, a cambio de una reforma blanda, y a su manera a Pedro Sánchez le convenía llegar a eso, de ahí el trato de aceptar la palabra derogar a cambio de que signifique no derogar. Como aquel llámalo tomate, aunque sea rescate que se decía en Europa (You say tomato, I say bailout), ahora viene a ser “tú dices derogar, yo digo reformar”. El final previsible después de todas esas apasionantes mutaciones.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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