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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aguanta, Lagarde

Una retirada prematura de estímulos monetarios por parte del BCE sería hoy perjudicial para las economías europeas

Christine Lagarde, presidenta del BCE, en una imagen de archivo.
Christine Lagarde, presidenta del BCE, en una imagen de archivo.Efe
El País

Algunas de las investigaciones más refrescantes de los últimos tiempos sobre economía demuestran que una vez se impone una narrativa es difícil desterrarla; sobre todo si, aun siendo incorrecta, es coherente. Los economistas han estado obsesionados durante décadas con combatir la inflación y reducir los déficits. La política fiscal estaba llamada a sostener el Estado de bienestar y poco más; los vaivenes de la economía se corregían con la política monetaria, en manos de bancos centrales. Ese edificio intelectual saltó por los aires en 2008, con la Gran Recesión, y ese terremoto tuvo una réplica inquietante con la covid y el Gran Confinamiento. Los bancos centrales cruzaron varios rubicones hace 10 años, con los tipos de interés negativos y las compras de deuda pública. El BCE llegó tarde, pero con Mario Draghi al frente acabó haciendo lo que debía. Y aun así el euro estuvo en peligro, las economías se metieron en un espinoso estancamiento secular y el fantasma de la deflación —una caída de precios que es lo más parecido a un círculo vicioso económico— rondó por Europa repetidamente.

La narrativa obsesionada con la inflación sigue siendo poderosa. El crecimiento ha vuelto, aunque vaya por barrios, pero también la inflación ha vuelto, espoleada por el recalentamiento de las economías, los precios de la energía y los cuellos de botella de las cadenas de suministros. Han bastado apenas unos meses de precios al alza para que el pesimismo ilustrado se instale en el continente: no en vano, el BCE está construido a imagen del Bundesbank, el banco central alemán, y la gran obsesión germana es la inflación desde que hace casi un siglo un episodio de hiperinflación allanara el camino del nazismo hacia el poder. “Inflación, inflación, inflación”: así resumió la jefa del BCE, Christine Lagarde, el debate de hace unos días en el seno de su consejo de gobierno, en el que los halcones más ortodoxos empiezan a volar en círculos. Lagarde pidió paciencia. Ofreció un análisis detallado en el que las subidas de precios remitirán a mediados de 2022. Descartó subir los tipos de interés y solo admitió que habrá una muy paulatina retirada del programa de compra de deuda. Pero no logró convencer del todo a los mercados, que llevan semanas anticipando un endurecimiento de la política monetaria.

Hace bien Lagarde en aguantar esas presiones, y no solo porque todos los indicadores señalan hacia una suavización de la inflación a partir de primavera. Durante los 10 últimos años, el BCE ha incumplido con creces su objetivo (una subida de precios ligeramente inferior al 2%), pero en cuanto la inflación ha llegado los más ortodoxos no han tardado en incurrir en alarmismos innecesarios. Los economistas consideran que un periodo de inflación relativamente alta, en torno al 3%, es beneficioso para economías muy endeudadas, y durante años habíamos esperado datos de crecimiento y de inflación más elevados para engrasar un sistema que chirría por todas partes. En las condiciones actuales, una retirada prematura de estímulos monetarios —y fiscales— sería perjudicial: equivaldría a repetir los errores de la crisis del euro. El BCE hará bien en monitorizar los precios para evitar que se desboquen, pero no parece que haya llegado el momento de la retirada: es el momento de aguantar. El cambio en la cúpula del banco central menos independiente del planeta (el Bundesbank) puede facilitarle las cosas a Lagarde: Jens Weidmann, exasesor de Merkel y halcón en jefe durante años, se va. La coalición encabezada por la socialdemocracia alemana elegirá a su sustituto. Cabe esperar que ese cambio temple los ánimos en Fráncfort.

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