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La caja negra

Además de ignorar los obstáculos que sacuden la vida de las personas, el discurso de Pablo Casado genera resentimiento y división social, alimentando la exuberancia de quienes se sienten ganadores

La caja negra / Máriam M Bascuñán
Del Hambre
Máriam Martínez-Bascuñán

Hay una caja negra de expectativas, de miedos y enfados sociales que no hemos sabido explicar mediante grandes teorías o encuestas. Es ahí donde empieza la última obra de Pierre Rosanvallon, Les épreuves de la vie (Las pruebas de la vida). En ella, aborda la importancia de acercar los grandes discursos a las dificultades cotidianas, a esos obstáculos que solemos explicar de forma estructural, pero que son bien reales para las personas de carne y hueso. Parece un buen lugar desde el que comenzar a comprender el mundo de una forma sensible y actuar en consecuencia, para entender, por ejemplo, la deshumanización producida en una situación de acoso o abuso de poder como la denunciada por la Iglesia francesa esta semana, o las rupturas vitales que provocan los trastornos económicos del coronavirus. Los grandes desafíos de la humanidad, que parecían tan ajenos a nuestras vidas, ya se han incorporado a nuestros temores cotidianos: el cambio climático y las pandemias. Conforman esa caja negra de inseguridades y expectativas que hablan sobre nuestra vida real, inaccesibles muchas veces a las grandes tribunas, a pomposos discursos políticos o a sesudos estudios académicos hasta que estallan y los llamamos “movimiento social”.

Fridays for Future nos enfrentó a una realidad: la ferocidad con la que actúa la naturaleza contra el planeta. El Me Too o el Black Lives Matter nos hablaron de la deshumanización que produce el privilegio. Los chalecos amarillos nos mostraron el desprecio de los representantes políticos hacia otras vidas que, para ellos, carecen de interés. Invisible para muchos, la caja negra de anhelos y miedos ha sido bien explotada por el populismo en la última década, e incluso se la ha simplificado bajo el paraguas de la política de la identidad. “Si usted es negro y está preocupado por la brutalidad policial, eso es política de la identidad”. Ironías de Ezra Klein.

La prueba del algodón del discurso político democrático debería ser si atiende a esas grietas sociales con un lenguaje que hable de veras sobre la vida de las personas, reconocible por quienes lo escuchan, pensado para generar cohesión y no para dividir a la sociedad. Por eso me sorprende tanto el debate de sordos sobre la vivienda activado esta semana. Hay rupturas vitales que no pueden abordarse bajo la óptica de ese libertarismo soberbio y autosuficiente del “cada uno puede hacer con lo suyo lo que le dé la gana”; o insinuando que tener una nómina y un salario, pero no poder pagarse un alquiler, significa ser un fracasado. Además de ignorar los obstáculos que sacuden la vida de las personas, el discurso de Casado genera resentimiento y división social, alimentando la idiota exuberancia de quienes se sienten ganadores. Porque nos merecemos un debate serio sobre el problema del mercado de la vivienda en España, o acabaremos creyendo que la propuesta del Gobierno sirve realmente para algo.

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