Los nadies
Muchos aseguraban que la peste nos haría mejores, pero las vidas en las que personas como yo no deberían estar interesadas siguen siendo, para muchos, nada
En los viajes de trabajo, cuando tengo un rato libre, salgo a caminar. Antes de hacerlo suelo preguntar en la recepción del hotel qué rumbo aconsejan. Lo hago por morbo y nunca falla: siempre dicen “Hay un mall a 10 minutos”. La semana pasada en Guadalajara, México, hice eso: pregunté, me dijeron “el mall”, yo dije “¿Cómo llego al barrio tal?”, me dijeron: “Le aconsejamos que no vaya, allí no hay nada”. Agradecí, caminé hasta puerta de salida. Entonces una persona de la recepción me alcanzó, me extendió su tarjeta y me dijo, alarmada: “Llame si necesita algo, pero no vaya allí: no hay nada para alguien como usted”. El trayecto era largo, una hora de caminata entre casas bajas protegidas por púas. Vi gente sentada en la vereda almorzando guisos en platos de plástico, planchadurías, sitios donde ofrecían frijol pinto y totopos, llanteras. Entré en una iglesia donde una nena hermosa y levemente estrábica, ya fecundada por el catolicismo, se tomaba fotos frente al altar disfrazada de pastorcita (o de monja: no sé diferenciar). Pasé por un cementerio y un mercado de flores donde señoras y muchachos fabricaban coronas para difuntos con rosas como coágulos y liliums como animales cavernosos. Entré a un mercado repleto de chiles y puestos de carne de cerdo en el que vendedores de piel mucho más clara que la mía me preguntaban: “¿Qué le damos, güerita?”. Seguí los cencerros que anunciaban el paso del camión de la basura. Leí un cartel delante de una tortillería, escrito a mano, que decía: “Ya sabemos que tú eres inmortal. Nosotros no. Usa tu cubrebocas”. Hacía tiempo que no viajaba. Creo que todo está como antes. Muchos aseguraban que la peste nos haría mejores, pero las vidas en las que personas como yo (¿qué es “personas como yo”?) no deberían estar interesadas siguen siendo, para muchos, nada. El mall es, como siempre, todo.
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