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Brasil
Columna
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No es solo culpa de Bolsonaro que el mundo se burle de Brasil

Las excusas políticas para no abrir un proceso contra el presidente resultan ridículas además de peligrosas

Juan Arias
Jair Bolsonaro presidente de Brasil come Pizza con políticos en Nueva York
El presidente Bolsonaro (tercero desde la izquierda) come una pizza con su comitiva, este domingo en Nueva York.INSTAGRAM/ @GILSONMACHADONETO (Reuters)

Además de triste, es injusto que Brasil haya pasado de ser objeto de deseo fuera de sus fronteras a ser motivo de chacota con todo lo que ello conlleva, como la grave crisis económica y moral que vive el país.

Las patéticas imágenes que llegan de Nueva York y muestran al presidente Jair Bolsonaro comiendo una pizza en la calle al no poder entrar a un restaurante por no estar vacunado, y su entrada al hotel por la puerta de atrás por miedo a encontrarse con los periodistas, han recorrido el mundo y suponen un bochorno para el país.

Poco importa ya lo que Bolsonaro pueda decir en su discurso inaugural de la ONU. Esas imágenes ya lo han dicho todo. Parecen de un país bananero y no del quinto país mayor del planeta y corazón económico de América Latina.

Habría que preguntarse hasta cuando las instituciones del país van a seguir permitiendo que Brasil sea objeto de burlas e ironías manteniendo en el poder a un presidente sobre el que existen mas de 100 peticiones de impeachment en el Congreso. Las excusas políticas para no abrir un proceso contra el presidente resultan ridículas además de peligrosas.

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Que prevalezcan las razones de la baja política para mantener en el poder a un presidente rechazado por la gran mayoría de la población empobrece a las otras instituciones y partidos.

La pasividad de las fuerzas políticas ante los atropellos a la democracia y la palpable incapacidad del capitán de gobernar un país de la envergadura de Brasil podrá un día recaer sobre las espaldas de quienes, pudiendo, no apartaron del poder a un personaje mundialmente reconocido no solo como genocida, sino como destructor de las riquezas ambientales que alcanzan a todo el planeta. Bolsonaro está envenenando la convivencia de más de 200 millones de personas cada vez mas empobrecidas, que buscan en los mercados los huesos de los animales, ya que la carne ha quedado solo para las clases pudientes. Se trata de un bochorno y una humillación para un país que exporta alimentos a medio mundo.

Brasil tiene hoy políticos preparados y capaces de presidir el país no solo con competencia sino también con dignidad. Arrastrar otro año sin gobierno a causa de las intrigas de la baja política podría contribuir a agravar la ya grave crisis económica y a multiplicar la falta de credibilidad en el país.

No podemos olvidar que la fuerza del presidente es muy expresiva y concentra mucho poder para el bien y para el mal. De ahí que la permanencia en el poder de alguien no solo desprestigiado dentro y fuera de sus fronteras y que está comprometiendo su futuro suponga una responsabilidad del resto de las instituciones.

La experiencia nos recuerda que mientras es difícil construir un país con bases democráticas y económicas sólidas es muy fácil reducirlo a escombros por la incompetencia o la arrogancia de quien lo gobierna. Que Brasil se va deteriorando cada día que pasa mientras crece la crisis que lo aflige ya no es un secreto sino una evidencia mundial.

Que quienes tienen poder para ello sigan cerrando los ojos al deterioro del país y haciendo oídos sordos al grito de la mayoría que según todos los sondeos pide un cambio de poder podría acabar siendo trágico para pobres y ricos. Todos acaban perdiendo con un gobierno incapaz de sacar al país del infierno al que lo han condenado.

A esta altura poco importa lo que el mandatario brasileño pueda decir en la ONU, donde es ya objeto de desprestigio y de miedo indisimulado por la capacidad que tiene de arrastrar a la tercera mayor democracia del mundo al fascismo.

El simbolismo negativo de Bolsonaro y su comitiva oficial comiendo pizza en las calles de Nueva York y teniendo que entrar al hotel como un fugitivo anula sus palabras, que han perdido ya toda su fuerza y su respeto.

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