Perdido
¿Anda todo el mundo buscando a su padre o es una impresión mía?
Aquel tipo era, de espaldas, idéntico a mi padre. No podía ser él porque mi padre estaba muerto, pero de todos modos decidí seguirlo. Por fortuna, él no se volvía, pues verle la cara habría roto la sugestión. Caminaba adelantando la cabeza, como si embistiera a la vida, igual que la embestía mi padre. Acabará siendo él, me dije medio en broma, medio en serio. Me sonó el móvil y atendí la llamada sin dejar de perseguir al individuo. Era mi madre. Estuve a punto de decirle que acababa de ver a papá en la calle, pero habría llamado enseguida a mi hermana para informarle de que su hermano estaba loco.
Hablé con ella dos minutos de esto y de lo otro y le juré que iría a comer el domingo. Colgué y seguí andando sin perder de vista al individuo que suplantaba a mi padre y que caminaba ansioso, como si llegara tarde a su cita con la existencia. Mi padre solía contar que había nacido dos semanas después de que mi abuela saliera de cuentas y que le obsesionaba recuperar el tiempo perdido, pobre. Pensé que el mundo estaba lleno de padres y que, si no todos, muchos serían idénticos, al menos por la espalda. Entonces debió de sonarle a él también el teléfono porque lo sacó del bolsillo y se lo aplicó al oído. Me pareció asimismo en el modo de hablar una réplica de papá. La sugestión, pues, crecía de un modo incontrolable. No está muerto, me decía, aunque inmediatamente volvía en mí y sonreía ante aquel extravío pasajero.
Ya en Princesa, a la altura de la Plaza de los Cubos, alguien me tocó el hombro. Al volverme, un joven me dijo: “Perdón, lo había confundido con mi padre”. Giré la cabeza para localizar al mío, pero se había perdido entre la gente. ¿Anda todo el mundo buscando a su padre o es una impresión mía?
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