Expiró
El viudo se acostó en el lado de ella, pero cuando abrió los ojos, al amanecer, se hallaba de nuevo en el territorio habitual, como si alguien lo hubiera empujado suavemente al sitio que le correspondía

El viudo continuaba durmiendo en el lado derecho de la cama, como cuando ella vivía. Venía haciéndolo de un modo inconsciente hasta que una mañana, al alisar las sábanas, advirtió que el espacio de su mujer permanecía impoluto. Le pareció raro que, teniendo toda la cama para él, utilizara sólo una parte de ella, de modo que a la noche siguiente, decidido a no desperdiciar un centímetro, ocupó su centro y se dejó ir escuchando la radio, como siempre. Al poco se despertó para comprobar con asombro que había regresado en sueños al lugar de costumbre. Dándole vueltas al asunto, fue a la cocina, bebió agua y regresó al dormitorio dispuesto a conquistar la zona del lecho vacante tras el fallecimiento de la esposa.
En esta ocasión, se acostó en el lado de ella, pero cuando abrió los ojos, al amanecer, se hallaba de nuevo en el territorio habitual, como si alguien lo hubiera empujado suavemente al sitio que le correspondía. Durante los días posteriores luchó por progresar hacia el hemisferio inhabitado, pues tenía una mente práctica y le parecía un despropósito económico utilizar una porción cuando había pagado por las dos. Pensaba además que, si persistía en su antigua costumbre, el colchón y la almohada se desgastarían antes por una de sus mitades generando una asimetría incómoda y desagradable a la vista.
Aquella noche, con un juego de cintas hábilmente dispuestas, se amarró al lado de la cama de su mujer como Ulises al mástil de la nave. Al despertar, de madrugada, notó sin necesidad de levantar los párpados que las cintas estaban desatadas y que su cuerpo había regresado donde solía. Entonces alargó el brazo y, al palpar las formas de un cuerpo frío como el mármol, notó un dolor agudo en el pecho y expiró.
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