Los términos del debate
Parece que hablamos de cosas importantes o llamativas, pero en realidad casi nunca hablamos de las cosas, solo de las palabras
“Una inercia de cinismo y desfachatez, de atolondramiento y politiquería nos ha llevado a olvidar el valor de las cosas en sí y ha desdibujado y apagado los hechos a medida que se encendían más y más reflectores y pantallas para mostrarlos y comunicarlos”, escribe González Sainz en su admirable El arte de la fuga (Anagrama). “Con el tiempo entiendes que todo es fraude”, ha dicho Antonio Lucas que le dijo unos días antes de su salida Iván Redondo, en un súbito desengaño barroco de lo que González Sainz denomina “zaborra escenográfica”.
Buena parte del fraude está en los términos del debate. A veces, discutimos sobre cuestiones poco relevantes: así, escribimos artículos sobre la matria de la ministra Yolanda Díaz, dando contenido a una ocurrencia. Otras veces, debatimos sobre algo que sabemos perfectamente: por ejemplo, que Cuba es una dictadura. Este año hemos discutido, con teórica seriedad, sobre si la violencia política es legítima en una democracia liberal; parece que algunos piensan que sí, depende de contra quién. Hemos argumentado sobre categorías ad hoc, oposiciones falsas y amenazas imaginarias mientras nos faltaba, y falta, información sobre los fondos europeos. El debate de los indultos también se llevó a oposiciones falsas (concordia/venganza; acción/inacción), uno de cuyos objetivos principales es anular al adversario como interlocutor, como quien echa a otro de un sofá arrastrando el culo poco a poco. Otras veces lo que se discute es importante pero se plantea de una manera que imposibilita cualquier conclusión constructiva: un ejemplo fue el debate del chuletón, donde una cuestión compleja —el consumo de carne, el cambio climático, la importancia económica de ese sector— se despachaba de forma frívola. Ocurrió dentro del Gobierno y fuera, en medios y redes. Las disputas recuerdan a la Canción de amor de J. Alfred Prufrock: “tediosa discusión con la insidiosa intención de proponerte una cuestión comprometida”. Buena parte del debate es espectacular y se basa en caricaturas, adhesiones sectarias, falacias por asociación, indignación impostada y atajos cognitivos: parece que hablamos de cosas importantes o llamativas, pero en realidad casi nunca hablamos de las cosas, solo de las palabras. Y ya sabemos lo que pasa con ellas: “Cuando utilizo una palabra, significa lo que decido que signifique: ni más ni menos”, como decía Humpty Dumpty. @gascondaniel
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