Eduardo, tengo que contarte que tu padre y la Amazonia están amenazados de muerte
Hijo del líder campesino Erasmo Theofilo, el niño nació mientras la familia se escondía para que no los asesinaran, en una selva que, según un reciente estudio publicado en la revista ‘Nature’, empieza a agonizar
Eduardo, cuando naciste, el 15 de abril, tu padre, Erasmo, y tu madre, Natalha, llevaban cinco meses lejos de casa para no morir. Tu madre tuvo que dejarlo todo y seguir a tu padre con un embarazo de riesgo, arriesgando su vida y la tuya, porque la probabilidad de morir de un balazo era mayor que la de morir en el parto. Los tiempos, Eduardo, ahora son así. Hay que hacer cálculos indignos como este. Tus tres hermanos, todavía niños, tuvieron que cambiar la selva por un piso cerrado en una ciudad desconocida. Naciste lejos de tus abuelos y de tu comunidad, entre extraños, en un hospital atestado de pacientes de covid-19. Esto no es lo que me gustaría decirte, Eduardo, pero es lo que tengo que decirte, niño amazónico: Eduardo, has nacido exiliado en tu propio país.
Tengo que decírtelo —y tengo que decírtelo ahora— porque has nacido en tiempos de guerra. Las guerras por tierra siempre han sido una masacre, por la desproporción entre las fuerzas, y han marcado al país llamado Brasil desde que los colonizadores europeos lo forjaron con pólvora y virus. Y ahora también te alcanza la guerra del clima, Eduardo. Que también es una masacre, por la desproporción entre las fuerzas. Aun así, tu pueblo resiste. Tu cuerpo de niño de la Amazonia, Eduardo, es un rincón donde se encuentran estas guerras. Y por eso no tienes más remedio que luchar.
Luchar por la selva, con la selva, siendo selva también. No es casualidad que los defensores de la Amazonia se vean obligados a escapar para sobrevivir y seguir luchando. Están ejecutando a la selva, Eduardo. Están asesinando la Amazonia, la mayor selva tropical del mundo, una maravilla que tardó millones de años en formarse, el hogar de la mayor biodiversidad del planeta, el mundo de miles de pueblos originarios con lenguas y culturas diversas. Cuando te digo que están asesinando la Amazonia, no estoy utilizando la retórica ni forzando la expresión. Hace mucho que chamanes como Davi Kopenawa y líderes como Raoni advierten que la selva se está muriendo. Más tarde, a sus voces se unieron las de científicos como Carlos Nobre y, más recientemente, las de millones de adolescentes liderados por la sueca Greta Thunberg. Ahora, Eduardo, la muerte está cerca. La selva ya agoniza.
Una selva como la Amazonia es un ser tan grandioso, Eduardo, compuesto de billones de otros seres, que incluso cuando muere rápidamente, como es el caso de la selva donde vives, para el tiempo humano parece mucho. Desde la dictadura cívico-militar, iniciada con un golpe de Estado clásico en 1964, hombres como los que amenazan la vida de tus padres han ido exterminando la selva con fuego y motosierras y envenenando sus ríos con mercurio. Parece mucho tiempo, pero como recordó el científico de la Tierra Antonio Nobre, “la selva ha sobrevivido durante más de 50 millones de años a vulcanismos, glaciaciones, meteoros, derivas continentales. Pero en menos de 50 años se ha visto amenazada por la acción humana”.
El 14 de julio, Eduardo, Nature, una de las revistas científicas más importantes del mundo, publicó un estudio coordinado por investigadores del Instituto Nacional de Estudios Espaciales de Brasil, que muestra que, entre 2010 y 2018, la parte oriental de la Amazonia, donde vive y lucha su comunidad, empezó a emitir más CO2, un gas de efecto invernadero, del que es capaz de absorber. ¿Sabes qué significa eso, Eduardo? Significa que la selva ya está dejando de ser selva. Significa, Eduardo, que la Amazonia empieza a dejar de ser solución para convertirse en problema. Un problema de proporciones amazónicas en un mundo en que el planeta se sobrecalienta rápidamente.
Y, Eduardo, presta atención a la fecha: 2018 es el último año que ha analizado el estudio. Y en 2018 Bolsonaro ganó las elecciones. Desde que llegó al poder, la destrucción de la Amazonia se ha multiplicado y acelerado. Por lo tanto, date cuenta de que hoy la catástrofe investigada y comprobada por los científicos, después de dos años y medio de estímulo oficial a la depredación de la selva, es sin duda mucho mayor.
Para que entiendas lo que está en juego, Eduardo, tú que acabas de estrenarte en el mundo, en este terrible mundo que mi generación le dejará a la tuya, debo decirte que la Amazonia es (o quizás era) el mayor sumidero terrestre de carbono. Es decir: en tierra, es quien más absorbe este gas directamente responsable del sobrecalentamiento global. En todo el planeta, los océanos son los que más carbono absorben de la atmósfera. Y también están siendo destruidos, ahora por la minería de profundidad, la acidificación, los plásticos y el sobrecalentamiento global. En segundo lugar vienen las selvas tropicales. La Amazonia es la más grande de todas, el hogar del 10% de las especies existentes en el planeta. El problema, Eduardo, es que, aun sabiendo esto, una parte de los humanos, de la que el antipresidente de Brasil es uno de los exponentes mundiales, está matando la naturaleza que garantiza la supervivencia de su propia especie.
Guerra climática, sobrecalentamiento global, sexta extinción masiva de especies serán palabras que marcarán tu generación, Eduardo. Has nacido en un momento en que la minoría dominante de los humanos, compuesta por multimillonarios protegidos en grandes empresas transnacionales, ha provocado la catástrofe climática y la sexta extinción masiva de las especies. Después, algunos se van de paseo al espacio, como hizo Jeff Bezos el martes, mientras descuidan su propio planeta. Bezos, por cierto, uno de los multimillonarios que más se ha beneficiado de la pandemia, se ha apropiado del nombre “Amazon”, consumando otro tipo de violencia.
La tragedia planetaria que recibe el nombre de crisis climática, emergencia climática o colapso climático comenzó con la Revolución Industrial, en el siglo XVIII, con la utilización de combustibles fósiles, primero el carbón y luego el petróleo, y se intensificó enormemente en el siglo XX. Ahora, en el siglo XXI, cuando el colapso es clarísimo, algunas de estas personas —porque son personas, Eduardo— siguen liderando la destrucción.
¿Por qué?, seguramente te preguntarás. ¿No matarán también a sus hijos? Es una pregunta más que lógica y también justa, Eduardo. Y me veré obligada a decirte que, por un lado, no les importa, porque lo único que les interesa son sus privilegios inmediatos, su propia vida como individuos. No estarán aquí para lidiar con el después. Por otro lado, creen que se saldrán con la suya, porque esa es la experiencia histórica de las élites del planeta y también de Brasil. Pase lo que pase, su dinero siempre les salva, el precio lo pagan los otros.
Para hacer frente a lo que vendrá —y saben que vendrá, porque tienen la mejor y más actualizada información—, una parte de los destructores del planeta se apresuran a construir búnkeres de lujo en Nueva Zelanda, el nuevo paraíso en la Tierra, el “último refugio”. En Europa ya circulan anuncios de condominios de lujo preparados para la emergencia climática para los muy ricos. El capitalismo, principal responsable de la corrosión de nuestro planeta-hogar, se beneficia de toda la miseria que provoca.
Te pido disculpas, Eduardo, por darte estas noticias antes incluso de que seas capaz de escucharlas. Pero no son disculpas sinceras. No tienes elección, yo tampoco, ninguno de nosotros tiene tiempo para bromas. Tendrás que ser fuerte si quieres vivir. Tenemos que criar niños fuertes, capaces de enfrentarse a lo que vendrá, de adaptarse a un planeta hostil y de crear lo posible en lo imposible. Es mucho, pero es lo que tenemos en este momento. Y tú, Eduardo, eres fuerte.
Antes incluso de nacer, ya luchabas para no morir en el vientre de tu madre, que huía de los grileiros, ladrones de tierras públicas que destruyen la selva y utilizan sus milicias de sicarios para matar a quienes la protegen —o, en algunos casos, como ocurre en todo el Brasil dominado por Bolsonaro, las propias policías civil y militar comienzan a actuar como milicias privadas—. Mientras tu familia estaba escondida, se quemaron casas, un molino de harina, plantaciones y equipos en tu comunidad. Pertenecían a la gente que tu padre lidera, campesinos agroecológicos de la Amazonia. A algunas familias solo les quedó la poca ropa que llevaban puesta.
Vas a dar tus primeros pasos, Eduardo, en un terreno amenazado por estos ladrones, que ahora forman parte de la base de apoyo del antipresidente del país donde has nacido exiliado. Por eso cometen crímenes sin que les moleste ni siquiera un sucedáneo de Justicia. Y hay gente, Eduardo, que dice que todavía hay democracia en Brasil. Tú naces exiliado, a tu pueblo le queman las casas, cuando no los acribillan, no se castiga a nadie por los crímenes y a esto le llaman democracia y a Bolsonaro, presidente.
Antes de hablarte de estos hombres, porque la mayoría son hombres blancos, quiero hablarte de tu padre, Erasmo Alves Theofilo. Tu padre nació en Altamira, hijo de una pareja de migrantes, ella de Bahía y él de Paraná. Tu madre, Natalha, es hija de quilombolas, descendientes de esclavos rebeldes. Vienes de este mundo, Eduardo, el mundo de los que han resistido durante siglos contra todas las formas de muerte, la primera de ellas la esclavitud. Por ser hijo de este mundo, tu padre no pudo vacunarse contra la parálisis infantil en su infancia, por lo que hoy no puede mover las piernas y siempre lo verás en una silla. Pero, aunque tu padre tenga las piernas paralizadas, lo cierto es que pocas personas en Brasil se mueven —y mueven— tanto como tu padre.
Desde su silla, lidera y resiste a las balas y a los intentos de corrupción, el último de los cuales fue una oferta de unos 60.000 dólares para que dejara la comunidad, se comprara una casa en cualquier otro lugar y no se metiera en los asuntos de los demás. Como tu padre se negó, le ofrecieron unos 100.000 dólares. En un país en el que un exministro de Sanidad que es un general en activo, militares y civiles del Gobierno e incluso el antipresidente son sospechosos de retrasar la vacunación contra la covid-19 para obtener comisiones ilegales en la compra de vacunas, provocando decenas de miles de muertes evitables, tu padre se negó. Hoy, el nombre de Erasmo Theofilo recorre el mundo como defensor de la selva, pero este reconocimiento no es suficiente para garantizar la integridad de tu vida, y, por eso, has nacido exiliado.
Eduardo, si es triste tener que abandonar tu propio país para refugiarte en una tierra lejana, es aún más triste tener que exiliarse dentro de tu propio país porque las instituciones y la ley no protegen los derechos que la Constitución te garantiza. Esto, Eduardo, se llama dictadura, y la dictadura de Bolsonaro corroe a Brasil desde dentro, disfrazada de democracia. La de Bolsonaro comenzó incluso antes de que llegara al poder a través del voto, al hacer apología de la tortura en el Parlamento, un delito recogido en el Código Penal, sin ser molestado.
La impunidad es la regla en Brasil. Impunidad para los grandes criminales, por supuesto. Para tu pueblo, Eduardo, por el robo de un champú y un acondicionador una madre de familia fue detenida, torturada en la cárcel y perdió la vista del ojo derecho. Te cuento solo uno de los miles de casos similares o incluso peores, Eduardo, para que no te hagas ilusiones sobre donde vives. Entre tu gente, miles sufren años en la cárcel antes de ser siquiera juzgados. Y muchos mueren antes de tener la oportunidad de defenderse, a veces quemados y decapitados en motines provocados por disputas entre facciones criminales o motivados por las terribles condiciones a las que se les somete en centros penitenciarios superpoblados que un magistrado ya ha comparado con “cárceles medievales”.
Bolsonaro es hijo de la impunidad, la misma que permite que los torturadores y asesinos de la anterior dictadura circulen libremente. ¿Sabes cómo empezó Bolsonaro su carrera política? Era capitán del Ejército y fue sorprendido con un complot terrorista para hacer estallar bombas en los cuarteles. La Justicia militar lo absolvió y, así, bendecido por la impunidad del cuerpo, comenzó una exitosa carrera de siete legislaturas en el Parlamento. Se pasó 27 años recibiendo dinero público para prestar un servicio público y ¿qué hizo? Consiguió que le aprobaran tres proyectos de ley, uno por década. De los tres, solo uno se convirtió en ley; los otros dos fueron vetados por la Presidencia de la República. Ya como presidente, Bolsonaro lidera el asalto a la selva amazónica y a todos los soportes naturales de la vida en el territorio brasileño.
Si la incompetencia de Bolsonaro como diputado brilla como luces de neón, la competencia de Bolsonaro para hacer el trabajo sucio de defender la dictadura militar, el porte de armas y la violencia explícita, así como la lucha contra la igualdad racial, de sexo y de género, ha sido reconocida y premiada con el cargo más alto del país. Bolsonaro fue elegido y reelegido seis veces como diputado mucho más para impedir proyectos que para crearlos, y eso lo hizo con competencia. Era la bestia que desviaba la atención de las cartas que había sobre la mesa donde se jugaba la partida. Una partida, Eduardo, donde las cartas están marcadas con la sangre de tu pueblo.
Sin embargo, Bolsonaro no era solo una aberración de circo. Cíclicamente hacía declaraciones para producir ruido, por un lado, y, por otro, decía lo que nadie se atrevería a decir por lo horrendo que era. Como al afirmar, por ejemplo, que no violaría a una diputada porque era “muy fea”. Cada vez que Bolsonaro defendía el exterminio de los opositores, atacaba a los homosexuales y a las mujeres, a los negros y a los indígenas, o rendía homenaje a un torturador y no le pasaba nada, era una victoria de la barbarie, porque el lenguaje se iba deshilachando y el nivel de aceptación de la violencia se deshilachaba con él. A la vez, se puso a prueba la capacidad (o la voluntad) de las instituciones para responder a la violación de derechos. El impacto en las calles era directo y, así, se fue preparando al país para otro tipo de golpe y de dictadura. Un golpe dentro del golpe, porque este golpe se viene gestando desde mucho antes. Y continuará incluso sin Bolsonaro.
Tu pueblo, Eduardo, no votó a Bolsonaro. Tu pueblo sabe que la sangre que derraman las armas que tanto defiende Bolsonaro es la suya. Tu pueblo ya enterraba a las víctimas mucho antes de que Bolsonaro utilizara la covid-19 como arma biológica para “limpiar” la Amazonia de quienes la protegen. Tu comunidad pertenece a una de las mayores zonas de conflicto de la selva. El nombre de Anapu se dio a conocer al mundo cuando, en 2005, la misionera estadounidense Dorothy Stang fue asesinada con seis disparos por defender a comunidades como la tuya y denunciar las atrocidades que cometían los grileiros en la región. Eduardo, entre 2006 y 2014 no se mató a nadie. Entre 2015 y 2020, cinco años, solo en tu ciudad se ejecutó a 19 líderes campesinos y personas vinculadas a los movimientos de reforma agraria.
Si te pareces a tu padre y a tu madre, serás una persona muy inteligente, Eduardo, y me preguntarás qué pasó en 2015. Entonces te explicaré que, en 2015, los ruralistas —a quienes algunos llaman representantes de la “agroindustria”, una palabra limpia que no representa ni de lejos la destrucción que la mayoría de ellos promueven sobre el terreno— ya habían tomado el Gobierno de Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT). Hacía muchos años que los Gobiernos del PT hacían muchas concesiones a su proyecto original alegando que necesitaban mantener la gobernabilidad. La Fundación Nacional del Indígena ya estaba muy desmantelada, la reforma agraria nunca avanzó de forma significativa y los controles medioambientales tuvieron mucho menos apoyo del que deberían.
Tu padre, Eduardo, que cría gallinas para alimentar a tu familia, sabe que no se puede mantener a un zorro bajo control una vez que se abre la puerta del gallinero. Pero hay quien se cree más zorro que el zorro y, así, en 2016, a pesar de todas las concesiones, hasta el punto de que los votantes se sintieron engañados al ver que se imponía otro proyecto en lugar del que votaron, la primera mujer presidenta fue derrocada por un impeachment disparatado, el remate del golpe que ya avanzaba desde dentro. Aprende ahora, Eduardo, una importante lección, para que no te engañen. Las víctimas del golpe, Eduardo, no son los gobernantes ni el partido al que sacan del poder ni todo su séquito. Las víctimas, Eduardo, son los que sangran incluso cuando todos los que acabo de citar dicen que lo anormal es normal. Basta ver quiénes se desangran en Brasil para encontrar a los verdaderos golpeados.
Y entonces Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), el vicepresidente golpista, asumió el poder, y tu gente siguió siendo asesinada. Y entonces llegó Bolsonaro (actualmente sin partido) y tu padre tuvo que abandonar su comunidad por primera vez. Era casi la Navidad de 2019, el primer año del Gobierno de extrema derecha, y los grileiros se sentían tan a sus anchas que se hablaba abiertamente de una lista de personas que serían asesinadas en la región de Anapu. Desde el año anterior, el año de las elecciones, la gente iba a preguntarle al jefe de los sicarios si estaban en la lista o no. “No estoy en la lista, mamá”, le dijo el campesino Leoci Resplandes a su madre. Pero lo estaba. Y murió acribillado —”23 cartuchos de escopeta del calibre 12″, según su madre— dentro de casa, convirtiéndose en la tercera persona de la misma familia en ser asesinada por luchar por la reforma agraria. Su madre todavía huye. La familia entera huye.
En 2019, Eduardo, después de que lo intentaran matar, tu padre tuvo que huir. En los últimos años, esto ocurre todas las Navidades. Las instituciones que aún representan algún tipo de protección y las organizaciones socioambientales y de derechos humanos salen de vacaciones. La gente que está en primera línea en la lucha por mantener la selva en pie, como tu padre y otros, se ve obligada a desaparecer y solo vuelve cuando se acaban las vacaciones. Fui testigo del sufrimiento de tu padre y de tu madre, confinados en un pequeño espacio, en otra ciudad, solos y amenazados, mientras la mayoría iba a reunirse con sus familias para celebrar las fiestas. Regresaron a Anapu poco antes de la ceremonia del 15º aniversario de la ejecución de Dorothy Stang, el 12 de febrero de 2020. Tu padre miraba la cruz donde se acumulan los nombres de los muertos a tiros sin saber si al año siguiente estaría mirando los nuevos nombres o si el suyo estaría grabado en la cruz.
Cuando llegó el año siguiente, la situación era tan peor que tu padre no pudo regresar para celebrar el 16º aniversario del martirio de la misionera. Erasmo y Natalha se habían visto obligados, una vez más, a abandonar Anapu, esta vez también para protegerte a ti, Eduardo. Tu padre ya había escapado de tres intentos de asesinato, no sería prudente confiar que el cuarto también fallaría. Una vez más, se fueron antes de Navidad. Si te haces cristiano, Eduardo, encontrarás similitudes entre el relato bíblico del nacimiento de Jesús y tu historia real. La diferencia es que tú, Eduardo, estabas mucho más amenazado. Pero, aunque a muchas de las personas que celebran la Navidad les gustan las narraciones, se desentienden de la vida que se desarrolla ante ellos y que, por lo tanto, exige un compromiso.
Mientras tu madre luchaba por mantenerte con vida, primero dentro de su útero y luego fuera, un juez daba una sentencia favorable a un grileiro. La comunidad que lidera tu padre ocupa la parcela 96 de la llamada Gleba Bacajá, una tierra pública destinada a la reforma agraria. Pero en la disputa legal entre el grileiro y las 54 familias que pretenden implantar un proyecto agroecológico, el juez dio la razón al grileiro delincuente. A este tipo de “justicia” es al que tiene que enfrentarse el pueblo de tu padre, una justicia que a menudo no es más que otra forma de violencia.
Pero tu gente, Eduardo, resiste. Tú representas la más nueva generación de un proceso monumental de resistencia que dura desde hace siglos. Bolsonaro es el último azote y posiblemente el peor de todos. Pero no te engañes ni un segundo: los que apoyan a Bolsonaro ya estaban en el poder antes que él. Utilizaron a Bolsonaro tanto para impedir los avances que tu pueblo consiguió con mucha lucha como para avanzar ellos mismos sobre la naturaleza, privatizando las tierras públicas a la fuerza, para beneficio individual en detrimento del colectivo. Bolsonaro y su pandilla hacen el servicio más sucio mientras sea posible. En algún momento, que posiblemente ya está cerca, se le quitará de en medio para que el proyecto mayor pueda continuar. Te recuerdo este punto, Eduardo, para que sepas que tu lucha no terminará cuando Bolsonaro deje el poder.
En este mismo momento, Eduardo, el colapso climático nos ofrece en el hemisferio norte una muestra elocuente de lo que vendrá. En Lytton, Canadá, los termómetros marcaban 49,6 grados centígrados. Esta temperatura, Eduardo, habla por sí sola. Pero aún más importante es el hecho de que los 49,6 grados centígrados son cinco grados más que el anterior récord del país. No es solo un aumento, es un salto. Y ha provocado que en Canadá, en el extremo norte del globo, un lugar generalmente fresco y agradable, haga más calor que en el desierto del Sahara. Tanto calor que los bosques y la ciudad se incendiaron literalmente.
El miércoles 21 de julio fue el día más caluroso de la historia de Turquía, gobernada por otro déspota casi tan nocivo como Bolsonaro, Recep Erdogan. También se han batido récords de temperatura en muchas partes de Estados Unidos en los últimos días. En junio hubo récords de temperatura en Rusia, Finlandia, Estonia y Siberia. Entre el 2014 y hoy, hemos tenido los siete años más calurosos de la historia de la humanidad desde que se miden las temperaturas. En Brasil, la Amazonia ardió más que en ningún otro momento de los últimos diez años, parte del Pantanal se convirtió en fuego, humo y cenizas, en escenas de apocalipsis. La rica Alemania ha estado bajo el agua en los últimos días. Polonia, también gobernada por la derecha depredadora, estaba bajo el agua. Una parte de China, la mayor potencia emergente, que compite directamente con Estados Unidos por la hegemonía mundial, está bajo el agua.
Lo sé, Eduardo, lo sé. No es justo lo que tendrá que enfrentar tu generación, pero es así. Y tu elección es luchar o morir. Así que lucha, Eduardo. Aprende a luchar con tu padre, un guerrero con una diana en la cabeza, y enseña a otros a luchar. De la supervivencia de la Amazonia depende el futuro de los humanos y también el de la mayoría de las otras especies, tan importantes como los humanos y que no han hecho nada para destruir el planeta en el que viven. Aunque la mayoría de la gente todavía no lo entienda, porque no se enseña en las escuelas, la Amazonia es el centro del mundo, la Amazonia es uno de los centros del mundo.
La selva, Eduardo, no es el pulmón del planeta, como se suele decir. Es su corazón, que bombea la humedad a través de un extenso sistema circulatorio sobre nuestras cabezas, formado por los llamados “ríos voladores”, que surcan los cielos alimentados por la transpiración de los árboles. En tierra, los ríos de la Amazonia representan el 20% del flujo fluvial mundial hacia los océanos. Esto significa, Eduardo, que sin la selva siendo selva, el planeta se colapsa.
Aunque mucha gente todavía no pueda o no quiera conectar los puntos, tú y comunidades como la tuya, junto con los pueblos originarios y las poblaciones tradicionales de la Amazonia, sois quienes estáis en el centro del futuro del presente. Cuando tu padre mueve su silla por la selva y se enfrenta a los grileiros, está luchando por todos, humanos y no humanos. Tenemos con él y con todos los defensores de la selva una deuda de gratitud impagable, pero, aun así, tu padre sigue en el punto de mira de las balas de los que están condenando la vida en el planeta.
En este momento, Eduardo, has dejado tu escondite y has vuelto a tu comunidad. Tu abuela, una mujer tan fuerte, ha podido arrullarte por primera vez. Esta carta es para ti, Eduardo, y es también para decirle a Brasil y al mundo, en varios idiomas, que uno de los defensores de la Amazonia amenazados de muerte ha vuelto a Anapu, con su hijo en brazos. Ha vuelto para luchar por una selva que se acerca rápidamente al punto sin retorno. Es deber del Estado brasileño protegerlo, es deber de las instituciones que aún merecen ese nombre obligar al Estado a protegerlo, es deber del Poder Judicial impartir justicia, y es deber de la comunidad mundial —si existe— velar por su seguridad.
Proteger la vida de tu comunidad, proteger la vida de tu madre y de tus hermanos, proteger la vida de tu padre, el líder campesino amazónico Erasmo Theofilo, y proteger tu vida, Eduardo Theofilo, es responsabilidad de cada brasileño y de cada brasileña, de cada ciudadano y de cada ciudadana de este planeta. Tú y tu padre no podéis tener el mismo destino que Dorothy Stang y tantos otros. Todas y todos somos responsables de la vida de tu padre y de la tuya. Y estamos atentos.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de siete libros, entre ellos Brasil, construtor de ruínas: um olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro. Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.
Traducción de Meritxell Almarza.
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