_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Ni con Franco!

Soy una enemiga de la libertad. Me siento sierva, cómplice voluntaria, por haber asumido sin rechistar, sin poner en duda su legalidad, aquellas normas que según los sanitarios salvaban vidas

Elvira Lindo
Estado de alarma
Las terrazas en la Plaza Mayor permanecieron vacías durante estado de alarma.Ricardo Rubio (Europa Press)
Más información
Lo que hemos aprendido
El tribunal más dividido declara inconstitucional el confinamiento

Hay calles en las que se celebra a diario la hora del vermú, por darle a ese momento sagrado el nombre de una bebida castiza. La madrileña calle Hermosilla bulle a esas horas del aperitivo en las que una pasea esquivando terrazas y atrapando frases. Hay un tipo de señoras muy empoderadas a las que el camarero conoce por el nombre. Si alguien pensó que el empoderamiento era un sustantivo feminista yo les animaría a pasear, incluso me presto como guía, por esa fila de terrazas para que se vea a qué nivel estas mujeres de edad, como antes se decía, viven imbuidas de su poderío. Estas empoderadas de raza jamás están solas porque si se da el caso de que les ha fallado la amiga de toda la vida charlan con el camarero de toda la vida, también le hablan al perro, de pedigree de toda la vida, al que atan a la pata de la mesa con una correa con los colores de la bandera de España. El perro hace las veces de marido, pero en mejor, en mucho mejor. Come patatas, la mira con arrobo, y calla. Hay un tipo de mujeres que viven en los años de viudedad su tiempo de gloria. Ahora además cuentan con el móvil si es que sienten la necesidad de expresarle a otro ser humano sus pensamientos, porque con el perro, como ocurría con el marido, los temas se limitan a los agentes atmosféricos. El móvil les permite a estas damas hablar a voz en grito, una reminiscencia de cómo se hablaba antes a los teléfonos de toda la vida, así que sus afirmaciones alcanzan incluso a las transeúntes de la acera de enfrente (dicho esto sin doble sentido).

Hay una dama empoderada que es, sin duda, mi favorita. He estado fuera unos días en la playa y confieso que siempre regreso con el miedo de que me haya desaparecido. Pero no. Mi señora estaba ahí, fiel a su estilo: melena cardada, que es un peinado para el que hay que ser valiente; gafas de concha de aquellos setenta; la mascarilla al cuello, cucamente ocultando la decadencia; la piel curtida por el sol de la finca; una blusa con uno de esos estampados retro que ahora imitan las grandes firmas; la pitillera en la mesa; el gin&tonic bien de hielos; el perro mirándola con ojos del difunto; el humo saliendo a bocanadas de su boca; la voz grave del fumeteo y de haber sido fiel a la hora del vermú como a la comunión. Habla mi señora por el móvil con una amiga, dando la batalla cultural, exponiendo su opinión sobre los temas urgentes que ocupan estos días y por eso la traigo a colación:

—Vamos, hija, que es que una ya no puede más (suelta el humo). Ni con Franco vivíamos estas restricciones. Esto es peor que una dictadura. ¡Ni con Franco!

Tal vez el solazo me haga ver alucinaciones, pero por un momento me parece observar que desde otras mesas asienten. Sin duda hay un mundo constreñido ahí fuera. A esta frase le siguen otras de igual calado, y yo me siento afortunada por haber pisado este tramo de calle en momento tan revelador. Ahora, de pronto, logro entender la declaración de inconstitucionalidad del estado de alarma que ha fallado el Tribunal Constitucional. No me cabe la menor duda de que esta franca señora jamás hubo de callarse la boca en tiempos del dictador, porque seguramente sus severas afirmaciones estaban en consonancia con aquellos tiempos. Ella, por así decirlo, es más del estado de excepción, y menos de estas insoportables prohibiciones que solo sirvieron y sirven para que un Gobierno social-comunista imponga su criterio por las bravas.

Sigo mi paseo con la cabeza gacha, reconociéndome como sierva más que como ciudadana, cómplice voluntaria, por haber asumido sin rechistar, sin poner en duda su legalidad, aquellas normas que según los sanitarios salvaban vidas. He aquí una enemiga de la libertad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_