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Un asunto marginal
Columna
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Lo que hemos aprendido

Ciñéndonos a España, durante un año de pandemia hemos sufrido, en promedio, algo así como un 11-M diario

Enric González
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en el pleno en la Asamblea de Madrid, el 15 de julio.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en el pleno en la Asamblea de Madrid, el 15 de julio.Comunidad de Madrid (Comunidad de Madrid)

Conviene aprender todo lo posible de esta experiencia. Porque puede haber otras.

Sobre el asunto de los confinamientos forzosos, el estado de alarma y el estado de excepción, que por lo que leo de distintos juristas (yo no tengo ni idea) resulta bastante complejo y abundante en matices, disponemos ya de alguna jurisprudencia. La próxima vez, sea una pandemia o sea algo que ni siquiera concebimos ahora, lo apropiado es el estado de excepción. Eso dice el Tribunal Constitucional y es lo que hay.

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Mejor dejar los juicios políticos a los políticos, tan golosos con la hipérbole. Al conocerse la sentencia, la inefable presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se proclamó salvadora de la patria: “Si Madrid no se hubiera opuesto frontalmente al rodillo del Gobierno, España estaría ahora completamente arruinada”. Caramba. Gracias, Isabel. Gracias, Madrid. Podemos, por su parte, dijo que el tribunal era de Vox. No sé si hay para tanto, pero vale.

Hay aspectos más complejos que deberían analizarse. Por ejemplo, el grado de resistencia de la sociedad ante una mortandad altísima. Hemos comprobado que la muerte abstracta causa un impacto relativamente leve. Ciñéndonos a España, durante un año hemos sufrido, en promedio, algo así como un 11-M diario.

Quizá esa comparación no sea apropiada, porque aquello fueron asesinatos. Mejor imaginar un accidente aéreo cada día. Cada día, los medios informativos abriendo con imágenes de un fuselaje humeante. Cada día, la sugestiva fotografía de un zapatito infantil perdido entre los escombros de la tragedia o, en medios más obscenos, el retrato de un cadáver decapitado, no identificable (que se reconozca a la víctima está mal) pero lo bastante atroz como para captar el morbo de la audiencia (eso, se supone, está bien). Cada día, una lista de los muertos con su fotito y su pequeña biografía.

Padecer eso habría sido más duro. Pero el impacto de las muertes de la pertinaz covid en el ánimo colectivo ha sido, decíamos, relativamente leve. No es lo mismo la violencia de un accidente que el leve silbido de alguien que se asfixia en la intimidad de una uci. La muerte hospitalaria (o en el olvido de una residencia para ancianos) hiere casi exclusivamente a los allegados. La cosa acaba convirtiéndose en una simple cifra. Hoy, tantos muertos. Ah, vale. ¿Aún no abren los bares?

Lo eficaz, de cara al futuro, sería que cada partido consignara en su programa electoral dónde fija el límite para adoptar medidas drásticas. Para que en próximos desastres supiéramos a qué atenernos. Si el PP, por ejemplo, dijera que ni hablar de cierres o confinamientos por debajo de los 1.000 muertos diarios y el PSOE estableciera el límite en 300, podrían pactar en torno a los 650 o 700. De esta forma, la discusión se mantendría dentro de las cifras y la abstracción.

Cuando a un individuo se le exige elegir entre la bolsa o la vida, suele renunciar a la bolsa. Entre la bolsa o la vida, la sociedad, en cambio, prefiere renunciar a la vida. Preferiblemente la de los demás. Ateniéndonos al resultado de las elecciones en Madrid, esa es una enseñanza de la pandemia. Algo que ya sabemos para la próxima vez.

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