El español, sintaxis democrática del futuro
La sede que el Instituto Cervantes inaugura en la ciudad texana de El Paso viene a recordar que en Estados Unidos esta lengua es también ahí un pedazo de historia y es, sobre todo, un ser vivo
Un idioma es más que un vocabulario: es una historia. Las lenguas romances cuentan muchas; para empezar, cómo se hizo añicos el imperio romano, pero también todo lo que sobrevivió, de lo antiguo, a su ley, mezclando lo viejo con lo nuevo para dar nacimiento a los idiomas que hoy hablamos en lo que fueran provincias de aquella Roma. El español nos habla de la convivencia con el árabe, por ejemplo; y de su origen en los valles del Norte de España, y de su mestizaje, cuando se fue a vivir a América desde los puertos de Andalucía, con las lenguas de allá, que nos dieron, para empezar, la palabra canoa, la primera palabra que desde las lenguas originarias americanas surcó las aguas hasta instalarse en nuestro castellano. Por eso la hemos elegido para bautizar la red que el Instituto Cervantes ha fundado junto al Instituto Caro y Cuervo de Colombia, el Centro Cultural Inca Garcilaso del Perú y la UNAM mexicana, para la difusión internacional de la cultura en español.
Sí, un idioma es también un vocabulario, pero un vocabulario emocional. Por algo apellidamos a nuestra propia lengua como materna. Porque es la lengua en la que aprendemos a decir pan y sol, te quiero y tengo frío. Un idioma es el vocabulario del alma en el que viaja escondida una historia. España trajo muchas cosas de América y llevó algunas, unas por la fuerza y otras no. El español fue de las que no: no fue hasta la llegada de las repúblicas independientes cuando se hizo lengua oficial en la mayoría de ellas. La historia de América está llena de desmanes, pero sólo algunos llegaron desde la península, que mandó también a Bartolomé de las Casas como conciencia incómoda y lúcida, una figura que no tiene igual en ningún otro proceso colonizador.
El español es hoy el idioma en el que América se entiende. De Norte a Sur: la ciudad más antigua de los Estados Unidos continentales la fundó, en español, Pedro Menéndez de Avilés en 1565: San Agustín, en la Florida. Y hasta el Tratado de Guadalupe Hidalgo (de 1848; antes de ayer, como quien dice, en el tiempo de la historia) los actuales Estados de California, Nevada y Utah, así como partes de Texas, Colorado, Arizona, Nuevo México y Wyoming, fueron parte de México. El español es un idioma de los Estados Unidos desde la raíz, como reconoció la primera Constitución de California, que regulaba que todas sus leyes y decretos debían ser publicados en inglés y en español. El español originario, por llamarlo de algún modo, nunca se ha extinguido del todo en lugares más remotos de los Estados Unidos; ahí están los “isleños” de Saint Bernard, en Luisiana, que siguen manteniendo viva el habla española que sus antepasados canarios llevaron a finales del siglo XVIII y que Manuel Mora Morales recogió en su documental Los canarios del Misisipi.
Por eso las fronteras de América son menos fronteras. El Instituto Cervantes estrena una nueva extensión en la ciudad texana de El Paso, la segunda mayor del borde entre México y Estados Unidos, tras San Diego; la frontera más transitada del mundo, lo que es como decir la frontera menos frontera. El Paso es un lugar muy simbólico: no hay más que reparar en el nombre de una ciudad pensada como puerta y no como límite, como si fuera un idioma. Que el Instituto Cervantes inaugure su presencia allí es recordar que Estados Unidos es también un país del español; y que eso significa no sólo un diccionario y una colección de acentos, sino un acervo del que sentirse orgullosos, una memoria que debemos compartir con ganas Y es que un idioma, que es un pedazo de historia, es sobre todo un ser vivo. Por eso se habla tanto español en Estados Unidos, que es ya la segunda provincia del idioma, sólo por detrás de México. No sólo porque sea parte de su historia, sino porque es, sobre todo, parte fundamental de su futuro.
Por eso es importante fortalecer la presencia del español en Estados Unidos. Porque un idioma es sobre todo una cosmovisión, una sintaxis intelectual. El español no es sólo un conjunto de palabras y normas con una historia: es una conversación en marcha sobre los valores democráticos y los derechos humanos, sobre la pluralidad y la diversidad, sobre los vaivenes de la política y sobre la sustancia de la alegría. Por ello tiene todo el sentido que el Instituto Cervantes inaugure una nueva extensión en El Paso. Sabemos que nuestro idioma es una realidad en el día a día de más de cuarenta millones de hablantes estadounidenses, pero sabemos también que sus circunstancias no son las mejores. La presencia de nuestro idioma en las calles no se ve reflejada en su presencia en los medios de comunicación, en los cines, en las librerías, en los foros fundamentales. No debemos engañarnos: el prestigio del español allí no es el que corresponde a un idioma de nuestra tradición cultural. Por eso la misión del Instituto Cervantes en Estados Unidos va mucho más allá de enseñar el español a quienes aún no lo hablan (y lo quieren hablar, con interés creciente); es también ser el gozne que abra la puerta de una cultura plural y diversa, de un idioma en el que nos entendemos los hablantes de quechua y de euskera y de una cultura que inventó varias veces la novela, que reinventa una y otra vez la pintura, que está a la cabeza de la gastronomía y el deporte del mundo. Es respaldar a quienes tienen el español como lengua, pero no reconocen en él la memoria de su origen. Quizás el inglés sea el idioma obvio, pero el español es el que marca la diferencia, y lo hace respaldado por una cultura que se sabe y se quiere compleja y rica, que nace cada día a la curiosidad y al entusiasmo. El español es una conversación, sí, sobre cómo ser mejores humanos en un mundo cada vez más complejo, en un idioma que conoce todos los matices de ese diálogo.
Estrenamos en El Paso un prólogo al centro que inauguraremos, si todo va bien, el año que viene en Los Angeles, capital hispana de Estados Unidos. Somos muy conscientes de que esta no es una aventura española, sino del español. Y desde allí irradiaremos a todo ese enorme país lo mejor que somos entre todos, españoles y mexicanos, peruanos y colombianos... Porque un idioma, sí, es mucho más que un vocabulario: es el centro de una plaza en la que cabe el mundo para decidir en favor de la concordia, del respeto a los derechos y la reivindicación de la memoria, con las palabras con las que, una vez, al poco de nacer, descubrimos el mundo.
Luis García Montero es director del Instituto Cervantes.
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