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Columna
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El Gobierno de los indultos

La clave está en la mesa de diálogo entre el Gobierno español y el Gobierno catalán. Y, si se pretende que se abra una nueva etapa, es en la negociación que se verá su viabilidad

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene este jueves en una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, Madrid, (España).
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene este jueves en una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, Madrid, (España).Eduardo Parra (Europa Press)
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Con Isabel Díaz Ayuso invitando al rey a violar la Constitución, con Pablo Casado sin perfil propio, atrapado entre Abascal y la presidenta, y con una manifiesta frustración en los medios próximos a la derecha por el fracaso de la concentración de Colón, el Gobierno tiene la oportunidad de liderar la descompresión y crear espacios para el entendimiento, para que el conflicto catalán vaya regresando a la vía política. La derecha quiere guerra, la izquierda busca acercamientos. Y pone en marcha una estrategia que puede dar cohesión al Gobierno y rebajar las tensiones acumuladas estos años, pero que requiere paciencia y constancia ante cada adversidad. Es más importante la práctica que la promesa. Cuando esta se destiñe a la hora de concretarla se multiplican las frustraciones.

Sánchez enarbola la bandera de los indultos. En dos semanas el escenario ha girado a su favor, y lo que era una sugerencia sin calendario preciso ha entrado en fase de aceleración. La movilización de la derecha ha evidenciado sus límites, lo que refuerza la posición de quienes piensan que, si en la sociedad catalana hay ganas de salir de la resaca de octubre de 2017 y recuperar cierta normalidad, en el conjunto de España se va asumiendo también la necesidad de superar la situación de excepción en la que errores, perfectamente diagnosticados a estas alturas, nos metieron. En cualquier caso, el Gobierno tiene la oportunidad de demostrar que la izquierda está dispuesta a abandonar la dinámica del amigo y del enemigo, del patriota y del traidor, y recuperar los equilibrios de una democracia alarmantemente escorada hacia el poder judicial. Aunque ahora mismo parezca imposible encontrar alguna complicidad en una derecha cada vez más instalada en el autoritarismo postdemocrático.

Los indultos son la primera prueba de esta estrategia. Pero hay que ser conscientes de que por sí solos no resolverán nada, salvo la situación personal de los afectados. De modo que la clave está en lo que viene inmediatamente después: la mesa de diálogo entre el Gobierno español y el Gobierno catalán. Y, si se pretende que realmente se abra una nueva etapa, es en la negociación que se verá su viabilidad. Porque de ella dependerá la posibilidad de crear un camino transitable o no. Una ruta de la que no están escritas ni la estación de llegada ni las intermedias. Y que, sin duda, vivirá vicisitudes, crisis y fracturas. Una estrategia que sólo puede funcionar si muestra su eficacia y consigue arrastrar a una amplia mayoría de ciudadanos y de actores políticos. No nos llevemos a engaño: el independentismo seguirá allí y los deseos de revancha patriótica de una y otra parte también. El reconocimiento mutuo debería ser el objetivo. El recorrido lo marcarán la palabra, la negociación y las urnas. Es la ruta democrática. La alternativa es patria contra patria. Escojan.

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