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Columna
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Unilateralismo

La unilateralidad efectiva no gimotea ni exhibe el derecho a hacer lo que a uno le viene en gana cuando no cuenta con los medios para hacerlo

Lluís Bassets
Una 'estelada' ondeando en Alella.
Una 'estelada' ondeando en Alella.albert gea (reuters)
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Como la zorra ante las uvas inalcanzables, renuncia a la unilateralidad quien carece de poder para imponer la ley de uno solo a la ley de todos los otros. La unilateralidad es la ley del más fuerte y, como doctrina, el estatuto del león en la selva. Quien lo ostenta no lo reivindica. Se contenta con aplicarlo.

Hay por tanto dos unilateralismos: el efectivo, de quien no necesita exhibirlo, y el meramente verbal, de quien gimotea en la exhibición de su derecho a actuar como le viene en gana sin contar con los medios para hacerlo. Este unilateralismo suele resultar de un defecto visual que afecta a la percepción del tamaño y la fuerza de los objetos políticos, al que acompaña normalmente una incansable capacidad para el autoengaño.

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Para el débil no hay mejor defensa que una buena regla de juego. Es la que proporciona la multilateralidad: todos participan en la construcción del consenso, todos se adaptan, cada uno hace valer sus razones, también sus fortalezas, pero al final surge una legalidad común, que es la que defiende al conjunto ante la amenaza depredadora de los unilateralistas.

Hay un paso previo en el que se miden las fuerzas y se tantean las posibilidades de acuerdos. Es la bilateralidad, en la que el débil utiliza las astucias y las amenazas disuasivas para convencer al más fuerte del buen pacto que cese el conflicto antes de que la tensión siga aumentando. Su recorrido es escaso: o se convierte en norma multilateral o desemboca en la nueva unilateralidad de quien consigue revertir la correlación de fuerzas y ocupar el lugar del más fuerte.

La historia que nos ocupa y nos atormenta desde hace diez años empezó gracias a una fuerte voluntad unilateral. Se conocía el objetivo y se trazó su improbable camino: primero una negociación bilateral, del poder más pequeño con el grande, y luego, en caso de fracaso, la vía unilateral, que debía desembocar de nuevo en una negociación a dos, pero ya desde la posición de fuerza. Era absoluto el rechazo a la multilateralidad de la legalidad constitucional. Una vez rota, ahí estarían a disposición de la zorra las uvas maduras de la independencia o de un estatuto especial, casi confederal.

De esta fantasía solo queda ahora la bravuconada de quien ya se creía con derecho de propiedad sobre la viña, que sirve para mantener la ficción de que basta con alargar la pata y hacer caer las uvas cuando ya no estén verdes. Por lo que sabemos, madurarán, más o menos, cuando las ranas echen pelo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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