Los troles bajan de la Red
La rueda de prensa de Casado en Ceuta tuvo un punto hasta ahora desconocido: periodistas preguntando, público partidista reaccionando, y entrevistado amparándose en las reacciones de sus seguidores para contestar
La rueda de prensa ―por llamarlo de alguna manera― de Pablo Casado en Ceuta tuvo un punto hasta ahora desconocido: periodistas preguntando, público partidista reaccionando, y entrevistado amparándose en las reacciones de sus seguidores para contestar. Creo que esto es nuevo, que un político replique a los periodistas a partir de los humores de sus hooligans. O que los periodistas se vean sujetos a la reprimenda del público por hacer su trabajo, por presentar “preguntas incómodas”. Bien mirado, a lo que asistimos en la ciudad norteafricana es, sin embargo, lo que observamos a todas horas, solo que en el ciberespacio. Lo novedoso del caso de Ceuta es que nos permitió ver en presencial lo que ocurre asiduamente online. Los habituales troles se personaron en la entrevista y actuaron de la manera en la que están acostumbrados, importunando y abucheando al periodista y jaleando al suyo. Pudimos ver en directo, físicamente, lo que hasta ahora solo nos era accesible de forma virtual.
Esto es algo más que una mera anécdota. Si lo piensan, denota una importante transgresión de lo que debería ser la comunicación política. No ya solo por la coacción que supone para quien está obligado a ejercer su trabajo en condiciones de respeto a su labor crítica; también, porque legitima al entrevistado para escaquearse de responder como debiera; ese blindaje popular le permite remitirse a la reacción del público como justificación de sus respuestas: qué quiere que le diga, querida periodista, “estoy muy de acuerdo con lo que dicen esos señores”. No dijo lo siguiente, pero estaba implícito: “Pero no ven que a los míos les es indiferente el caso Cospedal”.
De este modo se escenifica un choque de legitimidades, la del periodismo crítico e inquisitorial ―en el sentido más noble del término―, y la derivada de ajustarse a los requerimientos de sus seguidores. Bajo las actuales condiciones de polarización y sectarismo, este último criterio equivale de facto a un tout pardonner, el no tener que rendir cuentas porque no se atisba efecto electoral. El que el caso Cospedal apuntara a actos ilícitos que exigirían, en puridad democrática, que el Partido Popular dejara de mirar para otro lado ya no entra en la ecuación. Ocurre, sin embargo, que los sistemas democráticos se deben a normas que son independientes y están por encima de las veleidades partidistas. Y un periodismo digno de sí mismo no tiene más remedio que perseverar en exigir explicaciones si dichas normas no son respetadas.
En esa soleada mañana ceutí se nos ha arrojado mucha luz sobre algunas de las actuales patologías democráticas. Ha vuelto a recordarnos cómo el belicoso sectarismo de las redes coacciona a quienquiera que se atreva a elevar el más mínimo reproche a los suyos, y cómo esto contribuye a justificar y reafirmar a los líderes en sus posiciones. Pero, sobre todo, la necesidad de contar con un periodismo independiente, libre de cargas partidistas y al servicio de las reglas básicas de su profesión. Ojalá que, a pesar de su rudeza, todo quede en eso, en tener que soportar abucheos o agresiones trolistas. Peor sería que encima se les obligara a convertirse en hooligans de este u otro partido. ¡Malos tiempos!
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