Excesivo
Sería irresponsable no atender el teléfono fijo, aunque no esperes ya nada de él, o aunque te rompa el alma
Dígame. Buenas tardes, soy Fulana de Tal, colaboradora de Aldeas Infantiles. Dígame. Soy Mengano de Cual, colaborador de Acción contra el Hambre. Dígame. Me llamo Zutano y soy colaborador de Plan Internacional. Dígame. Me llamo Etcétera y colaboro con la Cruz Roja. Toda la tarde me llamaron de todas estas buenas causas y de otras que no recuerdo y yo les explicaba, impotente, que había cubierto, y sobrepasado incluso, mi cuota de solidaridad. Pero me daban un poco de conversación y la aceptaba. Y me contaban desgracias de aquí y de allá, todas espeluznantes. Hambre, infecciones, cólera, analfabetismo, guerra, muerte, desolación, calamidades. A veces se cortaba la línea y antes de que me hubiera repuesto me llamaban de Vodafone o de Yoigo, donde hijos de amigos míos trabajan de teleoperadores, pobres, pobres, y me ofrecían descuentos delirantes con los que, de ser ciertos, podría aumentar los presupuestos de solidaridad.
No sé, no sé, el caso es que no podía despegarme del teléfono fijo, al que me llamaban también para conocer mis hábitos de consumo o para preguntar por mi grado de satisfacción con esta u otra plataforma televisiva. Podría no coger el teléfono o silenciarlo con un pequeño interruptor que he descubierto en su panza. ¿Pero y si me llaman desde una potencia extraterrestre para revelarme un secreto que salvaría de sí misma a la humanidad? ¿Y si me llama el mismo Dios? ¿Y si me llaman mis padres o mis hermanos muertos?
Sería irresponsable no atender el teléfono fijo, aunque no esperes ya nada de él, o aunque te rompa el alma con la poliomielitis africana y tú tengas que explicar una y mil veces que no te da el sueldo para más. Los ciudadanos del montón cargamos con responsabilidades excesivas.
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