Perdonen
Esto no debería abordarse como un problema mecánico de cierre o apertura de puertas, sino como una cuestión de decencia y de respeto a la especie a la que pertenecemos
El rey de Marruecos abre una puerta y provoca una crisis en España y quizá en Europa. Se lo imagina uno dejándose abanicar mientras indica al ayudante de campo el grado de apertura que desea. Dispone de una gran pantalla de TV para observar el caudal de pobres de su reino que pasan al otro lado y calcular cuándo conviene aumentar o disminuir el flujo. “Que abran una rendija”, le dice al coronel con el pecho lleno de medallas, “para que sólo quepan niños”. Y ahí van, en avalancha, decenas o cientos de críos que chapotean, pobres, al otro lado de la grieta que su monarca ha tenido a bien franquearles. “Que la abran un poco más para dar salida a tres o cuatro mil adultos”. Y los adultos se precipitan en chorro aligerando de este modo sus reservas de carne de cañón. ¿Será por falta de carne de cañón? Le sobran palacios, mansiones, negocios hoteleros, yates y carne de cañón para vivir varias existencias completas a cuerpo de sátrapa.
Mohamed VI no provoca crisis migratorias, provoca inundaciones. El sintagma “crisis migratoria” incluye connotaciones de orden moral, humanitario, de preceptos desconocidos para la geopolítica en general y para Marruecos en particular. Que Europa, tan dada a externalizar los problemas migratorios (véase Turquía), viva pendiente de esa puerta accionada a distancia por un monstruo resulta deprimente. Europa se reserva el derecho de admisión siempre y cuando un funcionario de aquí o de allá no le meta el pie en la puerta para impedirlo.
Tal vez, esto no debería abordarse como un mero problema mecánico de cierre o apertura de puertas, sino como una cuestión de decencia y de respeto a la especie a la que pertenecemos. Grandes palabras, decencia y respeto. Perdonen la prosopopeya.
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