Un nuevo comienzo
Ha llegado el momento de cambiar de rumbo, de darle una oportunidad a la política
Si hay algo que cada vez me sorprende más de nuestra vida en común es la contundencia con la que se presentan lo que no son más que meras opiniones; es decir, cuestiones que no admiten una verificación. ¿Es bueno o es malo que se concedan los indultos a los dirigentes catalanes presos? Para algunos la respuesta es tan categórica que no puedo menos que tentarme la ropa antes de emitir la mía propia. Por eso seré cauto y presentaré mi punto de vista ante el problema advirtiendo que no tengo ninguna seguridad de estar en posesión de la opinión “verdadera”, lo cual, por otra parte, es una contradicción en los términos. No hay opiniones verdaderas, sino opiniones más o menos sustentadas en “razones”. Por otra parte, el partidismo ya se ha extendido tanto en nuestro país que razón se equipara a “racionalización”, a buscar una justificación supuestamente racional de posiciones ya adoptadas. Lo advierto desde ya, soy favorable a los indultos.
Y lo soy por la misma razón por la que la derecha y una parte de la izquierda afirman lo contrario, por patriotismo. Sí, a la hora de enjuiciar este asunto no me dejo llevar por criterios jurídicos —¿quién puede pensar que el Tribunal Supremo pueda ir en contra de sus propias decisiones?—, ni por apoyar lo que supuestamente motiva la decisión de Sánchez, el tener asegurada una mayoría hasta el final de la legislatura, eso que algunos llaman su “autoindulto”. También soy relativamente indiferente al hecho de que los independentistas no se hayan arrepentido o vayan a seguir intentando perseguir sus fines. ¡Pues claro que lo intentarán! Lo que me parece ingenuo es que se piense que vayan a dejar de hacerlo por tener a sus dirigentes en la cárcel. Es más, el que sea así le dotará de más fuerza, no hay nada que otorgue más sustento a las políticas identitarias que el victimismo.
Creo que tenemos que reformular la pregunta. La cuestión no es si estamos o no a favor de los indultos, sino si queremos que Cataluña siga estando dentro de España. Y cómo haya de estarlo, por la fuerza de la coacción del derecho o por libre voluntad. Ese debe de ser el prisma bajo el cual evaluar la funcionalidad de los indultos. Porque el problema no es jurídico, es político. Si hemos llegado a esta situación es precisamente por negarnos a ver que algo se ha quebrado en el modelo de convivencia del 78 y que no tiene solución abrazándonos a él como si fuera la tabla de salvación milagrosa. Pudo serlo en el peor momento de la crisis, pero ahora hace falta algo más, un gesto que permita resetearlo todo, que abra, aunque solo sea una mínima rendija, a la posibilidad de acceder a un mejor entendimiento mutuo.
Nada lo garantiza, claro, pero es una forma a través de la cual la parte más fuerte manda el firme mensaje de que aspira a seguir una vía política. Esto, en contra de lo que se dice, no es un gesto de debilidad sino de fortaleza; la debilidad está, paradójicamente, en parapetarse solo detrás del derecho. Lo hemos visto desde que se impugnara el Estatut, a cada paso hemos ido de mal en peor. Ha llegado el momento de cambiar de rumbo, de darle una oportunidad a la política. Los indultos como la cesura que permite un nuevo comienzo.
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