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COLUMNA
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Desmemorias de África

Después de décadas en las que el continente africano había marcado la vida española, lo arrinconamos en nuestra memoria colectiva. De paso, dimos también la espalda a Ceuta y a Melilla

Cristina Manzano
Una panorámica del barrio El Príncipe Alfonso, en Ceuta. Al fondo se puede ver Marruecos.
Una panorámica del barrio El Príncipe Alfonso, en Ceuta. Al fondo se puede ver Marruecos.Saúl Ruiz
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Es fácil olvidar la Historia cuando no nos gusta. El fin inconcluso de la presencia colonial española en África tuvo mucho de humillación, con un dictador agonizante y un país instalado en la crisis. Luego la Transición hizo girar todas las miradas hacia Europa. A Europa pertenecíamos y queríamos volver. Era el futuro y la modernidad.

Después de décadas en las que África había marcado la vida española, la arrinconamos en nuestra memoria colectiva. No había mucho que celebrar: las migajas del reparto colonial para un imperio desmoronado; el lugar desde el que Franco dio su golpe de Estado; el territorio del que no pudimos ni salir dignamente.

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El pasado africano español no tiene la gran figura de las letras que lo glose, para bien o para mal, como sí lo tiene Portugal, por ejemplo, con Antonio Lobo Antunes. Imán, de Ramón J. Sender, o La ruta, el volumen II de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, críticas ambas implacables de un absurdo orgullo nacional en el que la vida de los hombres valía muy poco, quedan lejos.

De paso, dimos también la espalda a Ceuta y a Melilla de las que solo nos acordamos en el resto de España cuando pasa algo. Son el escenario, si acaso, de alguna serie, de alguna película, normalmente sobre el tráfico de drogas (El niño, El Príncipe) o, más recientemente, sobre el drama migratorio (Adú). Le pasaría también a Canarias, si no fuera por el número de turistas que recibe.

Todo esto viene al caso, claro, del reciente conflicto con Marruecos. Extraña relación con nuestro vecino. Para algunos, parte del problema ha estado en no haber atendido ciertas sensibilidades, no haber sabido leer lo que preocupaba (molestaba) en Rabat. Piel demasiado fina; nada justificará nunca echar al mar a miles de personas, ni esa sensación habitual de sentirnos rehenes de nuestro supuesto aliado.

Tampoco se explicaría la falta de sensibilidad española por falta de conocimiento. Pese a la distancia emocional, hay un buen número de voces expertas que conocen muy bien el pasado y el presente, y un buen número de obras que las respaldan.

Precisamente acaban de publicarse dos de carácter histórico que vienen a seguir cubriendo lagunas: El vuelo de los buitres, obra póstuma de Jorge M. Reverte, sobre el desastre de Annual (imposible no recordar el Annual 1921 de Manu Leguineche), y El frente de Tánger, de Bernabé López García, sobre la guerra civil en el sector español de la antigua ciudad internacional. Las dos tienen la vocación de contar la historia desde ambos lados (español-marroquí; republicano-nacional). Esa mirada amplia, sin sectarismos, con comprensión, pero con valores firmes, es la necesaria para poder abordar una relación fundamental para el presente y el futuro de nuestro país, en particular, y del Mediterráneo, en general.

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