Cataluña es una anomalía democrática
El independentismo ha llevado a la parálisis política, ha generado pérdidas económicas y provoca fatiga social
Lo real solo se admite bajo ciertas condiciones y hasta cierto punto, escribía Clément Rosset. Lo ha tenido que certificar un juez que anuló la sanción impuesta a un mosso que dijo a un manifestante “La república no existe, idiota”.
En el caso del independentismo catalán el reconocimiento de la realidad se considera un agravio, si parte de los ajenos, y una traición, si parte de los propios. Es preferible vivir en una anomalía democrática, con instituciones paralelas como el Consell de la República y un caudillo sacado de Borat. Será una Generalitat republicana, ha dicho el presidente Aragonès: no se sabe si uno empieza negando la realidad y acaba contaminando la democracia o al revés.
Entre muchos de los que no se consideran independentistas también opera un mecanismo de autoengaño. La Premisa, como denomina David Jiménez Torres a la idea de que los nacionalismos subestatales no pretenden romper el sistema, vive en variantes. Así, después de que Esquerra Republicana firmara un cordón sanitario para excluir al PSC, algunos sugerían que el PSC facilitara el Gobierno de Esquerra. Apelaban a un peculiar sentido de Estado. El ministro Miquel Iceta ha dicho, asombrosamente: “hay que hacer un esfuerzo por empatizar con todas las sensibilidades, con los que se sintieron heridos por la sentencia y con los que se sintieron heridos por el intento de romper la legalidad”: debemos ser equidistantes entre quienes cumplen la ley y quienes la quiebran.
Otros apelaban a la sensibilidad de izquierdas, pero para ello habría que pensar que Esquerra es de izquierdas. La vocación nacionalista y la irresponsabilidad son más determinantes. Tampoco está claro qué significa la izquierda: un intelectual progresista, preocupado por las derivas nacionalistas en otros sitios, ha reprochado a Salvador Illa que pronuncie “parrafadas” en castellano en el Parlament: una lengua cooficial que además es la más hablada de Cataluña. El independentismo ha llevado a la parálisis política, ha generado pérdidas económicas y provoca fatiga social. Los secesionistas compiten ferozmente entre sí, pero acaban poniéndose de acuerdo y ningunean a la parte de la sociedad catalana que no piensa como ellos. Es una señal de prudencia y respeto escuchar lo que los independentistas quieren hacer: suelen intentarlo. Las concesiones no anulan el agravio y se acaban empleando contra el Estado y los catalanes que tienen las opiniones equivocadas. @gascondaniel
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