‘Carpe diem’
Podemos se autoerigió en portavoz del movimiento generacional de los indignados, pero no supo canalizar las demandas transformadoras del 15-M
La victoria de Ayuso el 4-M fue una sorpresa anunciada, pero su abultada mayoría necesita ulteriores explicaciones. Es verdad que La Moncloa fracasó estrepitosamente, pero algún mérito debe reconocerse a la estrategia ayusista. No fue una mera copia del trumpismo como la de Vox, que por ello se estancó, pues se basó en una fórmula tan antigua y tan eficaz como el panem et circenses del clientelismo latino que permitía dominar a los romanos con subvenciones y espectáculos. Y también Ayuso arrolló prometiendo a la plebe pan y circo, pan y bares, pan y toros. Pan en forma de rebajas fiscales exclusivas de Madrid (pues si se extendieran a las demás comunidades autónomas desaparecería el dumping fiscal) y de empleo precario en la hostelería madrileña. Y circo en forma de “libertad” para salir de fiesta al libre albedrío gregario, en lo que constituye un soborno moral especialmente tentador para una juventud sitiada por la pandemia. No libertad para emanciparse de la dependencia familiar, que se refuerza cada vez más, sino libertad para entregarse al ocio nocturno como si no hubiera un mañana: carpe diem.
Y funcionó, pues todo indica que por primera vez la juventud madrileña votó mayoritariamente a la derecha, en un dominó electoral contagiado a todas las clases sociales de todos los distritos. Y ello a 11 días de que se cumpliera el décimo aniversario del 15-M: ese movimiento social interclasista promovido por Juventud sin Futuro que reclamó el fin de la exclusión social y política de los jóvenes, en demanda de una democracia participativa. Se recordará que, hasta entonces, el estereotipo de la juventud la caricaturizaba como indolente, hedonista y parasitaria, sólo entregada al pasotismo del botellón. Pero el 15-M despertó la conciencia política de la juventud, haciéndola sentirse marginada y excluida hasta reconocerse como perteneciente al movimiento generacional de los indignados, que reclamaban libertad para emanciparse y regenerar otra democracia más participativa. Pero aquella primavera de la juventud inconformista sólo duró diez años, pues ahora Ayuso ha devuelto a la juventud actual al pasotismo hedonista del botellón acomodaticio, en un retorno al vivan las cadenas que bloquean la emancipación juvenil, siempre aplazada a las calendas griegas.
Pero no hay que culpar sólo a Ayuso del final del 15-M, pues la principal responsabilidad por su caída hay que atribuírsela a Podemos: la plataforma política que se autoerigió en portavoz del movimiento generacional de los indignados, pero que no supo canalizar las demandas transformadoras del 15-M. En lugar de ofrecerse a representar las reivindicaciones de una juventud sin futuro que buscaba emanciparse, que era para lo que había nacido, prefirió desviar su atención para dedicar todo su activismo a la lucha por el poder contra el establishment institucional español, entregándose a unas estériles guerras culturales (como el absurdo intento de disputarle al PSOE la representación del feminismo) que agotaron y quemaron el capital político del 15-M. Y ahora Iglesias se corta la coleta como el torero que no supo matar al astado mientras los jóvenes se dedican a beber: carpe diem.
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