Flores en el desierto
El plan de Abdelfatá al Sisi para modernizar el país y, de paso, consolidar su poder y dibujar su legado pasa por la construcción de la nueva capital administrativa del país, a unos 35 kilómetros de El Cairo
Las autocracias tienen un estupendo sentido del espectáculo; dominan la puesta en escena como nadie. Basta ver el desfile de las momias de hace unas semanas: el traslado de los faraones desde el Museo Egipcio al deslumbrante Museo de la Civilización Egipcia fue todo un despliegue de esplendor, gloria y dorados; como la cabalgata de Disneyland por las calles de El Cairo.
El desfile y el Museo aspiran a recuperar el turismo perdido en los últimos años por las revueltas y por la pandemia. Son también parte de una serie de proyectos megalómanos de Abdelfatá al Sisi para modernizar el país y, de paso, consolidar su poder y dibujar su legado. El más ambicioso: la construcción de la nueva capital administrativa del país, a unos 35 kilómetros de El Cairo.
La nueva ciudad acogerá edificios oficiales, un distrito financiero y otro diplomático. Desde el aire parecen flores en el desierto. Con una futura población de 6 millones de habitantes, aspira a descongestionar la milenaria metrópoli egipcia, que hoy alberga a más de 16 millones de personas. También servirá, según un reciente análisis, para limitar la capacidad de protesta de las masas urbanas cairotas en unas calles a las que no tendrán fácil acceso.
La inauguración oficial tendrá lugar a finales de año, aunque los primeros funcionarios comenzarán a mudarse en julio. Los fastos alimentarán el ya exacerbado nacionalismo egipcio y, de paso, tratarán de ocultar los muchos problemas del país, como los causados por otro megaproyecto, el de la presa del Nilo, que amenaza con reducir el agua disponible en un entorno muy vulnerable al cambio climático, o los del crecimiento demográfico, o el aumento de la pobreza y del desempleo juvenil.
El presupuesto de esta (perdonen el topicazo) obra faraónica es de 58.000 millones de dólares, un 46% del total de la deuda egipcia. Pese a algunas dificultades de financiación, ha atraído fondos de todas partes, desde Emiratos hasta China, pasando, claro, por los tradicionales socios occidentales, que no quieren perder su parte del pastel en el país más importante del norte de África.
El que unos treinta Estados hayan expresado en el marco de Naciones Unidas su preocupación por las violaciones de derechos humanos en Egipto no parece haber hecho mella en el neodictador egipcio. Sabe que a sus vecinos del Mediterráneo Norte y a su socio americano les importa más la estabilidad —a la fuerza— que él representa que los retrocesos de las libertades civiles. Así ha sido siempre.
De momento la nueva capital no tiene nombre. No hace mucho Astaná, la nueva capital de Kazajstán tras la caída de la Unión Soviética, pasó a llamarse Nursultán, en honor al primer presidente de la nueva república, Nursultán Nazarbáyev. ¿Cederá Al Sisi a la tentación de bautizarla Al Sisistán?
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