El gran desfile de las momias toma El Cairo
El traslado, este sábado y en procesión por la ciudad, de 22 embalsamados faraones y reinas pone la guinda a la larga historia de la egiptología como espectáculo
Para que el asombroso espectáculo fuera completo solo faltaría que desfilaran también por las calles de El Cairo Boris Karloff, la Anck-Su-Namum de Patricia Velásquez y el mismísimo Tutankamón (que yace en su tumba en el Valle de los Reyes). El denominado (al más puro estilo Barnum Circus) The Pharaohs Golden Parade, el desfile dorado de los faraones previsto para la tarde del sábado en la capital egipcia, es la asombrosa guinda de la larga historia de vicisitudes de las momias reales del Museo Egipcio de El Cairo, el célebre conjunto de cuerpos embalsamados de soberanos que ha guardado el museo de la plaza Tahrir desde 1902.
El traslado de las 22 momias del conjunto (más 17 sarcófagos reales) al Museo Nacional de la Civilización Egipcia (NMEC, en sus siglas en inglés), otro de los grandes nuevos museos en desarrollo (no confundir con el Gran Museo Egipcio, GEM, aún por inaugurar), se ha querido realizar en la forma de un mediático espectáculo de masas que contribuya a alentar el retorno del turismo al país del Nilo, sin descartar que la fiesta alegre también la vida a los habitantes de El Cairo en estos tiempos de pandemia y crisis. Aunque ya hay también quien ha sugerido que a la parada la acompaña una maldición de las momias que ha tenido ya una advertencia en el bloqueo del canal de Suez (que sería un aviso para no moverlas). El islamismo radical probablemente tampoco ve con buenos ojos un desfile de cuerpos de reyes paganos por las calles de El Cairo.
Pese a que las autoridades y especialistas de prestigio como la egiptóloga Salima Ikram han asegurado que la seguridad de las momias (18 reyes y cuatro reinas) está absolutamente garantizada, en sus urnas de vidrio con nitrógeno bien embaladas, y que se presenta el desfile como un acto de homenaje y glorificación de los antiguos monarcas, son muchas las cejas que se han alzado ante la iniciativa. Lo habitual, sin duda, es trasladar las piezas de museo, que es lo que en parte son las momias, de manera discreta y con estrictas medidas de seguridad. Eso no parece casar con un desfile público. Pero es verdad que las momias son también cuerpos de altos dignatarios estatales y los entierros o reentierros públicos de los personajes públicos han sido siempre grandes espectáculos, basta con recordar el de la reina Victoria o el de Lady Di.
¿Afecta a la dignidad de las momias reales su traslado mediático? Más allá del gusto árabe, algo recargado para los ojos occidentales, el cortejo busca honrar a las momias, lo acompañan figuras ilustres, policías y soldados, se utilizan góndolas militares para portar las urnas. Los barrocos adornos pueden hacernos pensar en esos transportes carrozas de carnaval, pero la referencia son los carros de los faraones o los dorados barcos funerarios que ya una vez los trasladaron a su (supuesta) última morada. “Los faraones estarían orgullosos”, ha señalado Zahi Hawass (la pregunta no es si Hawass estaba en la iniciativa sino si iba a tener carro propio) y, la verdad, no hay por qué dudar de que les conmovería que 3.500 años después se les recordara y aplaudiera por las calles.
La idea de la ceremonia es del ministro de antigüedades Khaled el-Anani, que recordaba haber visto en un documental en la escuela francesa a la que asistía de niño la parada oficial que le montaron en París a la momia de Ramsés II (una de las más notables que desfilan en el Cairo) cuando viajó, con categoría de jefe de Estado, para un chequeo en 1976. En aquel viaje, la egiptóloga Christiane Desroches Noblecourt hizo que el avión que portaba al viejo faraón apolillado sobrevolara las pirámides de Giza, como homenaje al pasajero, que ya es detalle extravagante con una momia.
Las del Museo Egipcio, que recalan ahora en el Mummies Hall del NMEC, un espacio sugerente que quiere recrear la atmósfera del Valle de los Reyes, con una rampa de acceso y salas en penumbra y que se abrirá al público el 18 de abril, han vivido ya diversos desplazamientos. La colección está formada por 22 de los cuerpos embalsamados hallados en dos famosos escondites de momias donde abnegados sacerdotes reunieron las momias de diversos reyes y nobles, sobre todo del Imperio Nuevo, sacándolas de sus tumbas para protegerlas en tiempos de saqueos.
El primero de esos escondites en ser hallado fue el escondite de Deir el-Bahari, en el acantilado encima del templo de Hatshepsut, en la necrópolis de Luxor. DB 320 o TT (Tumba Tebana) 320 era la tumba de un noble reconvertida en refugio de medio centenar de momias, entre ellas las de 11 faraones, incluidos algunos de los más famosos de Egipto como Ramsés II, Tutmosis III o Seti I. La descubrieron —con ayuda involuntaria de una cabra— los ladrones de tumbas del clan de los Abd el Rasul y estuvieron vendiendo objetos del escondite durante años hasta que una investigación reveló de dónde venían. En 1881, Émile Brugsch, del Servicio de Antigüedades que entonces dirigía el francés Gaston Maspero, hizo una inspección urgente y en 48 horas vació la tumba. Las momias fueron embarcadas en un vapor hacia El Cairo.
Se cuenta —y lo muestra muy emotivamente la indispensable película de 1969 The mummy (Al-Mummy), de Shadi Abdel Salam— que los campesinos egipcios disparaban sus armas al cielo al paso del cortejo y las mujeres ululaban a su manera como homenaje a los viejos dignatarios (también podría ser que mostraran su pena porque se alejaba una fuente de ingresos). Las momias fueron a parar al Museo Bulaq (el primer Museo Egipcio de El Cairo, inaugurado en 1863), pero el centro sufrió una inundación y las colecciones se trasladaron en 1892 primero a un palacete en Giza y luego, en 1902, a su nueva sede definitiva (por casi 120 años) en el Museo Egipcio de la plaza Tahrir.
El segundo escondite (seconde cachette royale) del que proceden momias reales del museo es la de la tumba de Amenofis II (KV 35) en el Valle de los Reyes. En ese sepulcro, descubrió Victor Loret en 1898, se habían recolocado otros nueve faraones junto con el propietario. La colección de momias reales del Museo Egipcio se exponía junta en la famosa Mummy Room desde 1958, una de las grandes atracciones del museo. Pero en 1981 Anuar el Sadat la hizo cerrar al considerar que no era digno exhibir cuerpos de estadistas de los que de alguna manera se consideraba sucesor —su sensibilidad no impidió que lo asesinaran en octubre de ese mismo año, en un desfile, precisamente—. Se llegó a planear la creación de un cementerio real en algún sitio como las colinas de Luxor para volver a enterrar las momias reales. Más pragmático, Hosni Mubarak reabrió la Mummy Room, gran fuente de dólares, ya con los faraones en sus modernas urnas de cristal climatizadas.
Es de esperar que los reyes y reinas, entre ellas la gran faraona Hatshepsut, Amenofis III y Tiye, el maltratado Seqenenra Tao II o el tropel de ramésidas, no recuerden en esta ocasión sus traslados forzosos y accidentados de todos esos años, con prisas, sobresaltos y humedades, sino los más gloriosos de sus grandes entierros, y por un día sientan que han resucitado, desfilando bajo el cálido sol de Egipto entre el asombro de la humanidad, a la dorada gloria de Ra.
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