El látigo de Trotski
El VIII Congreso del comunismo de Cuba concluyó con la democracia como ovni y el llamamiento a la intensificación del trabajo político contra la subversión de las redes
Trotski sostenía que las revoluciones necesitan el látigo de la contrarrevolución para seguir avanzando, mientras Mao instaba, en 1934, a aplastar las campañas de cerco y aniquilamiento del enemigo movilizando a los cuadros, a quienes incumbía la responsabilidad de adoctrinar a los camaradas más débiles ideológicamente, ignorantes de la importancia del discurso en la persuasión de las masas. La tralla de la contrarrevolución, blandida por Estados Unidos y los fracasos del castrismo, ha colocado a Cuba en la situación más peliaguda del siglo XXI, solo comparable con los hundimientos del PIB, las importaciones, la productividad y la capacidad adquisitiva del Período Especial (1990-93).
El VIII Congreso del comunismo isleño concluyó con la democracia como ovni y el llamamiento a la intensificación del trabajo político contra la subversión de las redes, y al activismo del Poder Popular en la ciudad, el campo y los centros laborales, en aras de futuribles económicos y sociales sujetos como siempre a la heurística de la prueba, el error y la marcha atrás. Como ninguno de los planes garantiza la erradicación del modelo causante de las crisis, las campañas de acoso y derribo de EE UU proseguirán a caballo del manual De la dictadura a la democracia, de Gene Sharp, para derribar gobiernos con métodos no violentos.
Los republicanos endurecieron el embargo hasta extremos que no hubiera ensayado el partido demócrata, cuyo líder en la Casa Blanca los aprovecha para que su cristalización desborde las capacidades defensivas del régimen sean sobrepasadas y se avenga a negociar una transición hacia el mercado y el pluralismo. Aunque el breviario del gurú del golpe suave equivoca la naturaleza del poder político en Cuba, las organizaciones del PCC encargadas del apostolado de las masas predican en el desierto y pierden el sermón cuando reinciden en el dogmatismo ideológico y el coco del imperialismo y la restauración capitalista frente a las colas, la carestía del gas, electricidad y comedores obreros.
Raúl Castro se despidió de sus cargos orgánicos con anfibológicas constataciones: Cuba es el único país donde se puede vivir sin trabajar con subsidios y gratuidades, la improvisación y las chapucerías malogran las inversiones del Estado y, aunque el trabajo por cuenta propia es acogido con beneplácito por la población, el ejercicio privado de algunas profesiones llevaría a la destrucción de los sistemas de salud y educación, de acceso universal.
La incompetencia y el descontrol de la unificación monetaria, la reforma de pensiones y salarios, y el permanente incumplimiento de las metas, son más destructivos y evidencian el agotamiento de la economía planificada, que en los años sesenta rescató a cientos de miles de cubanos del analfabetismo y la desatención sanitaria. El congreso representó a la militancia, no a Cuba, abocada al látigo de la democracia aunque la exija un vecino sin autoridad moral para hacerlo como patrocinador de cuartelazos y dictaduras allí donde le convino.
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