Tabernaria
La hostelería madrileña ignora lo que está haciendo al perder clientela tan fiel


En esta casa éramos mucho de ir a los bares. La hostelería madrileña ignora lo que está haciendo al perder clientela tan fiel. La gente de izquierda también tenemos un punto de campechanía y lucimos alegres un bigotillo blanco de espuma, nos gustan las gildas y pedimos otra ronda. Ahora, sin embargo, cuando entramos a un bar y nos tropezamos con una foto de Díaz Ayuso al lado de la pizarra que anuncia los callos o los matrimonios de anchoa y boquerón se nos cierra el estómago. Nos cae mal hasta la cerveza sin alcohol y las cortezas nos saben a rancio. Díaz Ayuso es una gran hermana o uno de esos monarcas que presiden, desde una foto encerrada en un marco, cada comercio de su país. Díaz Ayuso está consiguiendo que una parroquia roja y disfrutona del pistacho o la rajita de chorizo, la tapa siempreviva y la conversación, se esté convirtiendo en patologizado grupo de bebedoras y bebedores solitarios que entran al súper para comprar un pack de seis birras. O que se haga abstemia. Ambos extremos pueden ser peligrosos para la derecha de Madrid.
Hay tabernas con mostrador de zinc o marisquerías de blanquísimos manteles, que te hacen descuento si eres socia de una tele ultra, a las que me va a costar trabajo entrar. A su vez, estos lugares tienen reservado el derecho de admisión, pero desde un punto de vista económico se van a perder esta campechanía izquierdista que tan buenos resultados le reporta al gremio hostelero. Gula y hedonismo etílico no son solo patrimonio de la derecha. No nos robéis también esto, además de la palabra libertad. Más allá de este drama, el otro día recibí unos memes maravillosos de Mónica Grandes: imágenes de rubia cerveza se acompañan de eslóganes como “Madrid es la comunidad con mayor número de fallecimientos totales y muertos por habitante… ¡pero podemos irnos de cañas!”. Si enfermamos, nos pondrán una caña en lugar de remdesivir; pediremos unas banderillas en lugar de una PCR y luego iremos a los toros y nos pondremos la minifalda con cuidadito por si provocamos a un hombre que nos viola porque se siente maltratado. Si estamos a punto de morir, no pediremos cuidados paliativos o eutanasia, sino que nos suicidaremos al estilo La grande bouffe. Moriremos de indigestión, reventaremos como el señor gordo de El sentido de la vida, o con la cabeza rota por el palo de que nos dará un guardia de seguridad cuando compruebe que no tenemos con qué pagar: los mantenidos seres humanos que hacen cola para recibir alimentos no tienen derecho —ni libertad— para tomarse una caña ni unas bravas fashion week en un garito que se llame La apocalíptica o La chiquita. El ojo del amo engorda el caballo y Díaz Ayuso está logrando lo que nuestra médica no había conseguido: bajarnos el colesterol a base de ayuno de torreznos, y aliviar nuestro hígado graso rebajando la ingesta alcohólica. Está floreciendo una izquierda menos entretenida, pero sana y fibrosa. Madrid, España dentro de España, ya le debe una más a esta mujer de descabellada sintaxis. La sátira de hoy no va contra la sanidad pública, sino contra quienes la denigran restándole recursos y la saturan, a lo Bolsonaro, con pacientes potenciales. Que la palabra “¡salud!” no sea solo un brindis. Por favor, aunque sea martes, vayan a votar. No hay excusa para quedarse tomando cañas.
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