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tribuna
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Políticas de infancia y políticos infantiles

Aumentan las brechas educativas, digitales, de salud e inclusión social, que pueden convertirse en cicatrices permanentes para una generación de niños y jóvenes en España

Desigualdad España
ENRIQUE FLORES

La pandemia de la covid-19 es una enorme fábrica de exclusión económica y social. Entre los más afectados se encuentran las niñas, niños y adolescentes (NNA) en situaciones de pobreza y exclusión social temprana, cuyos efectos a largo plazo son difícilmente superables. En los primeros años de vida comienzan a fraguarse las desigualdades que llevarán al fracaso y al abandono escolar. Estas condiciones las sufre un porcentaje no desdeñable de la infancia y adolescencia, tanto en nuestro país como a nivel global. En la semana en que el Congreso de los Diputados ha aprobado al fin la Ley de protección de la infancia y la adolescencia, conviene repasar la situación que hoy viven estos colectivos en nuestro país.

Los niños fueron (junto a los jóvenes) los más perjudicados por la Gran Recesión y llegaron a la pandemia literalmente tiritando por la pobreza energética. Tras un año de reclusión, aumentan las brechas educativas, digitales, de salud e inclusión social, que pueden convertirse en cicatrices.

La perspectiva generacional nos ayuda a entender mejor este problema, que no tiene que ver con el ser sino con el estar. Si las desventajas de hoy se agudizan en la pandemia dejarán marcada de por vida a buena parte de nuestra infancia de hoy. Y esos efectos acumulados de las brechas a lo largo del ciclo vital, hacen imprescindible abordarlas de forma temprana para que no se conviertan en crónicas.

Según el Alto Comisionado del Gobierno para la Pobreza Infantil, España cuenta con una de las tasas de riesgo de pobreza infantil moderada más altas de Europa, 27,4%. Es decir, algo más de uno de cada cuatro menores son pobres, y algunos (6%) extremadamente pobres. Solo estamos por delante de Bulgaria y Rumanía.

Con datos del indicador AROPE (At Risk of Poverty and Exclusion) la tasa de pobreza es 4 puntos superior en las niñas que en los niños y la privación material severa (que afecta al 4,7% de la población y al 6,1% de los menores de 16 años), se agrava hasta el 10,4 % en los hogares monoparentales, y al 15,9% entre la población inmigrante.

El informe del Alto Comisionado de 2020 sobre Pobreza infantil y desigualdad educativa, nos recuerda que la mitad de los NNA que viven en hogares con ingresos muy bajos no se conectan nunca, o con muy poca frecuencia, a Internet para hacer los deberes; por el contrario, dos tercios de los NNA en hogares con perfil socioeconómico más alto utilizan Internet a diario o semanalmente para hacer sus tareas escolares. Esto contribuye a agrandar la brecha de aprendizaje que existe entre quienes viven en hogares cuyos progenitores/as no cuentan con el tiempo ni las habilidades suficientes para ayudarles en las tareas escolares, y aquellos otros que sí cuentan con esta ayuda. En el lado más desfavorable de la brecha quedan decenas de miles de criaturas inocentes candidatas a la repetición de curso y al abandono escolar sin haberlo siquiera imaginado. La tasa de abandono escolar temprano alcanza en España el 16%, pero es incomparablemente mayor en los hogares que se encuentran en el quintil más bajo de renta (28,9%) que en los del quintil más alto (1,6%) y es también mucho más frecuente en los hogares monoparentales y entre los NNA de origen inmigrante.

Estos niños y adolescentes tienen también un alto riesgo de incorporar cicatrices en su salud a largo plazo, por la mayor propensión a la obesidad y la alimentación deficiente. Esto aumenta las probabilidades de que sufran enfermedades en el futuro pues las dificultades económicas impiden que incorporen hábitos de vida saludables al mismo ritmo que el resto de la población. Con datos del Observatorio Social de La Caixa, en los últimos años entre los NNA ha disminuido el consumo de frutas y verduras e incrementado el sedentarismo, exactamente al revés que en la población general.

A lo anterior se añaden los estados de ansiedad infantil provocados por la situación de carencia material que conlleva la pobreza, agravada por un confinamiento en condiciones habitacionales precarias y sin espacio ni medios para hacer las tareas escolares; la percepción de la incertidumbre y las dificultades económicas por las que atraviesan sus padres; la enfermedad o muerte de familiares, así como las situaciones de violencia de género, que han crecido durante la pandemia y de las que también son víctimas. Todo ello contribuye a conformar esa otra cicatriz profunda en el alma de cada niña, niño o adolescente.

A diferencia de otros países de nuestro entorno, donde la crianza de NNA se considera una tarea compartida entre las familias y el Estado, en España, según el Alto Comisionado, el gasto público en familias e infancia es de los más bajos de la Unión Europea. En 2017 no superaba el 5,3% del gasto social total, frente a una media del 8,1% en la UE. Además, España es el país de la UE donde las tasas de riesgo de pobreza infantil se reducen menos después de las transferencias sociales. La escasez de las prestaciones monetarias a las familias por hija/o a cargo, se ha pretendido compensar con desgravaciones fiscales que no benefician a las familias de ingresos más bajos, exentas de la declaración de IRPF por la escasa cuantía de sus ingresos, y en cambio favorecen a las de ingresos medios y altos.

Finalmente, no podemos olvidar que vivimos en un mundo interconectado en el que cientos de Menores de Edad No Acompañados (MENAS) vienen a España a la desesperada, ante la falta de alternativas vitales en sus continentes de origen. Continentes con población muy joven que no dejará de fluir hacia nuestro país a pesar de las elevadas probabilidades de fracaso e incluso muerte. Las brechas en sus países de origen se multiplican con la pandemia para convertirse en una auténtica tragedia, lo que nos recuerda la necesidad de invertir mucho más en políticas de cooperación.

Mientras, el debate político español se parece más a los juegos infantiles que deberían estar practicando las niñas, niños y adolescentes excluidos, pero a los que no pueden jugar porque no cuentan con los recursos materiales, educativos, digitales, de alimentación y salud necesarios. Los NNA nos miran esperando una solución que solo puede venir de nosotros los adultos. Pero muchos dirigentes políticos no están mirando en profundidad los problemas cada vez más graves que afectan a las generaciones que construirán el futuro. Están más atentos a lo que dicen cada día en los medios de comunicación y redes sociales sobre ellos. La ley que se aprobó ayer tal vez sea un buen paso para que salgan de su ensimismamiento.

Necesitamos sacar fuera del debate político las posturas y conductas infantiles, al tiempo que introducimos la preocupación por la exclusión infantil en las agendas políticas.

María Ángeles Sallé es doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Valencia; Capitolina Díaz, es catedrática de Sociología en la Universidad de Valencia; Cecilia Castaño es catedrática en Economía Aplicada en la Complutense de Madrid, y Nuria Oliver es doctora en Inteligencia Artificial por el MIT, cofundadora y vicepresidenta de ellis.eu.

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