Desgarros en la salud mental
Las repercusiones psicológicas de la pandemia obligan a incluirlas en la asistencia posterior a la covid
La pandemia ha cambiado nuestras vidas en todos los sentidos. Los efectos sobre la salud mental han estado latentes, poco reconocidos durante la crisis sanitaria, pero perdurarán tras la pandemia. El neumólogo Viktor Tseng describió así la cuarta oleada: crece continua y exponencialmente y se plasma en repercusiones psicológicas (traumas, temores, enfermedades mentales). El Centro de Investigaciones Sociológicas llevó a cabo, bajo nuestra dirección científica, un estudio sobre el impacto de la pandemia en la salud mental de los españoles. La muestra aleatoria es de 3.083 participantes, representativa de grupos de edad, sexo, y estrato social. Las personas eran mayores de edad, aunque también se recabó información sobre la salud mental de sus hijos o nietos.
En la población adulta encontramos sintomatología somática y emocional, con niveles elevados de miedos y preocupaciones relacionados con la covid-19, tanto por efectos directos (miedo a contagio) como indirectos (a perder el trabajo). Las mujeres resultaron más afectadas que los hombres, así como también la clase social más desfavorecida. Mayor aún es el miedo y preocupación por la muerte de los seres queridos. Los temores relacionados con el coronavirus eran muy frecuentes en la población (mucho o bastante miedo). Prevalentes eran los relacionados con el contagio (72,3%) y la muerte (68,6%) de un familiar o ser querido, con la posibilidad de contagiar a un ser querido (65,8%), y propagar el virus (75,3%). Los miedos a la propia muerte (23,4%) y a contagiarse (44%) fueron bastante menos frecuentes. En porcentajes elevados aparecía el miedo a no poder ver a familiares o amigos (65%) y a que un familiar pierda su trabajo (61,5%). Los mayores de 65 son los que tienen menos miedo a morir, siendo el grupo de más riesgo letal.
Las personas mayores muestran mayor preocupación por la pandemia mientras las más jóvenes son las que peor regulan sus emociones. El 35% de los entrevistados está muy preocupado por la situación. Los más preocupados son los de mayor edad (a partir de los 55 años), el 40,1% de ellos con mucha preocupación. Entre los 18 y 24 años, el 20,7%. Y entre los 25 y 30 años, el 25,2%. Esta despreocupación de los más jóvenes contrasta con su peor gestión de las respuestas emocionales y psicosomáticas. Un elevado porcentaje de jóvenes entre 18 y 24 años tiene miedo a contagiar a los seres queridos (77,9%), a que la pandemia se convierta en parte de nuestra vida (61,3%) y a que la sociedad no vuelva a ser la misma que antes. Muchos españoles han indicado sufrir sintomatología somática, cansancio y falta de energía (51,9%), problemas de sueño (41,9%), dolores de cabeza (38,7%), espalda (37,9%) y articulaciones (33,1%). El impacto sobre las distintas emociones ha sido moderado: la desesperanza (24,9%) y la irritabilidad y la ira (17,2%), con niveles intermedios de tristeza-depresión y ansiedad. Los ataques de pánico son fenómenos frecuentes, y el trastorno de pánico se ha estimado en el 11% de la muestra (quintuplicando lo que cabría esperar en condiciones de no pandemia).
En la infancia, adolescencia y el adulto joven, la intensidad de afectación mental fue leve-moderada y se agravaba con algún trastorno mental previo. La prevalencia en este rango de edades alcanza un 40%-45%, mientras antes del inicio de la pandemia los estudios referían un 10%-15%. Los síntomas de ansiedad han sido el llanto, incluso varias veces al día, también en adulto joven, quizá por la dificultad en reconocer y verbalizar las emociones. Los síntomas que atañen al comportamiento han sido la irritabilidad, nerviosismo, inquietud, oposicionismo, desobediencia, incremento de respuestas agresivas, y conductas de inhibición (retraimiento o hiporreactividad). Fue elevada también la presentación de síntomas de expresión somática (dolores diversos, cefalea, abdominalgias, mialgias y sensación de cansancio) y alteración del sueño. También se detectó una disminución del rendimiento escolar, con menor concentración en los estudios. Dificultad de concentración que hay que diferenciar de los trastornos por déficit de atención.
También se ha producido un incremento del consumo de tecnologías, sobre todo en el adolescente y el adulto-joven, pasando del uso al abuso y con signos de adicción y un cortejo sintomático propio de conductas adictivas y síndromes de abstinencia. En relación con la muerte, era más patente el miedo a morir y la adaptación a la muerte real de los seres cercanos y a las especiales circunstancias en que ocurrían los fallecimientos. La mayor afectación se ha producido en las clases sociales media-baja y baja. En las altas y medias predominaron síntomas emocionales (llanto, dependencia de las figuras parentales, incremento de exigencias, tendencia al llanto, inhibición y retraimiento, incremento de consumo de tecnologías). En las clases sociales bajas predominaba la expresión comportamental (oposicionismo, irritabilidad, respuestas agresivas, exigentes, desobediencia, malestar general e incremento del consumo tecnológico). Los resultados de esta investigación evidencian la necesidad de insertar los contenidos de la atención a la salud mental en la asistencia poscovid, e incluirlos en la Estrategia de Salud Mental, tal como ha señalado el presidente del Gobierno, será una obligación.
José Luis Pedreira Massa y Bonifacio Sandín son directores científicos de la investigación sobre salud mental del CIS y profesores en la UNED.
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