Condenados a entenderse
Sería catastrófico convertir a China, el adversario más potente de EE UU, en enemigo
Cómo afrontar el ascenso de China desde la democracia debilitada de EE UU y su influencia mundial malbaratada tras cuatro años de presidencia de Donald Trump. La respuesta a esta cuestión definirá el siglo XXI; es compleja y debe darse en un mundo interdependiente, donde ninguna nación es ya hegemónica, ni capaz por si sola de afrontar desafíos monumentales y sistémicos como el cambio climático y la aparición de pandemias demoledoras como la covid-19. China, crecida, no acepta recibir lecciones sobre las libertades y los derechos humanos, que aplasta en Hong Kong y en Xinjiang. Responde con firmeza recordando en la reunión de Alaska —entre los responsables de las diplomacias de Washington y Pekín— los boquetes de la democracia estadounidense. El indudable ascenso de China afecta a todos los intereses nacionales de EE UU: económicos, tecnológicos y militares.
Rebobinemos la historia para no desmesurar el actual pulso entre la autocracia y la democracia y poner en su justo término la potencia y vulnerabilidades de los dos países contendientes. Pronto se cumplirán 50 años del viaje secreto de Richard Nixon a Pekín para restablecer las relaciones diplomáticas, tras la guerra de Corea, y 20 años de tensión y desconocimiento. Visita cocinada por el primer ministro chino, Zhou Enlai, y Henry Kissinger, el secretario de Estado estadounidense. Mao estrechó la mano de Nixon al tiempo que dejaba claro la impasibilidad china frente a cualquier forma de presión, incluso la presión nuclear. El comunicado del encuentro resolvió con pragmatismo la existencia de una sola China. Y declaró que “ni una parte ni otra en la región asiática del Pacífico, debe pretender alcanzar la hegemonía”.
Kissinger escribiría después en su obra China (Debate) que la recompensa de la aproximación entre China y EE UU no sería una situación de amistad eterna o una armonía de los valores, sino un reajuste en el equilibrio mundial que exigiría un cuidado constante. Y el político estadounidense se preguntaba: ¿Algún día los intereses de las dos partes podrían llegar a coincidir del todo? Hoy sabemos que no. China ha ascendido de forma prodigiosa. Xi, que acumula tanto o más poder que Mao en su época, y no lo ejerce ya de manera colegiada, está convencido que es la hora de China.
Joe Biden inicia su presidencia apretando a Pekín. Pero EE UU no podrá llevarla al colapso como hizo con la URSS. Sería catastrófico convertir a China, el adversario más potente de EE UU, en enemigo. Las vulnerabilidades de China son importantes, no siendo la menor su fragilidad demográfica, porque corre el peligro de hacerse vieja antes de hacerse rica. EE UU deberá aceptar que la conllevancia con China significa gestionar con humildad y pragmatismo la competencia. Los dos grandes están condenados a entenderse. fgbasterra@gmail.com
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.