Raro, ¿no?
Hay editoriales que proporcionan más confianza que otras al comprador de libros, pero los diamantes literarios aparecen de forma aleatoria aquí o allá, con frecuencia en sellos marginales


El mundo editorial se parece a una fontanería por la que circulan miles o millones de títulos, muchos de los cuales se pierden por los escapes del sistema antes de llegar al lector. Numerosas propuestas henchidas de sentido o de sinsentido se filtran, como el agua, por las junturas de instalaciones mal selladas, formando charcos de sustantivos y adjetivos, de verbos y de adverbios, de oraciones simples y compuestas, de aventuras y desventuras, en sótanos o en almacenes que el olvido limpia con regularidad para evitar desbordamientos. Las obras que se pierden pueden ser buenas, malas o regulares, puesto que todas circulan por los mismos conductos. No hay, que uno sepa, distribuidoras de volúmenes con controles de calidad. Hay editoriales que proporcionan más confianza que otras al comprador de libros, pero los diamantes literarios aparecen de forma aleatoria aquí o allá, con frecuencia en sellos marginales.
Pienso esto al acabar la lectura de Volver la vista atrás, la última novela de Juan Gabriel Vásquez, un autor colombiano paradójico, puesto que es conocido y poco conocido. Quizá posea, al menos en España, más reconocimiento que conocimiento. En cualquier caso, su relato ha ocupado varias tardes de mi vida a las que ha colmado de juicio, de conocimiento, de turbación, de lucidez y de significado. De recreo también, si este término, para algunos, no estuviera reñido con los placeres de la inteligencia. ¿Cómo ha logrado transmitirme tal variedad de emociones? Estoy en ello, pero lo que me interesaba señalar ahora es que, si no hubiera caído en mis manos por culpa de una soldadura mal hecha, su ausencia habría provocado en mi biografía lectora un agujero del que ni siquiera sería consciente. Raro, ¿no?
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