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TRIBUNA
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Paisaje y geografía en tiempos de pandemia

El estudio de las sociedades, el territorio y el medio es esencial para afrontar los efectos de la covid-19

Josefina Gómez Mendoza
Paisaje y geografia en tiempos de pandemia / J. Gómez Mendoza
Cinta Arribas

“Estimar és un lloc / Amar es un lugar, escribió el poeta Joan Margarit en sus dos lenguas. Amar es dónde. Amar son también los lugares de la memoria, o del descubrimiento. Me ocurre que cuando me asalta un recuerdo, lo primero que acude a mí es el sitio, el lugar donde estaba y ocurría, con sus formas, su carácter. Luego lo pueblan las personas, los sucesos, las emociones.

Anunciaron hace meses una nueva normalidad, una vida nueva normal o normal nueva, y la mía es de rutinas, también de bastantes sobresaltos. Y frente a los muchos aspavientos políticos que hemos visto este año, falta comunicación social, falta información rigurosa. Un ejemplo no menor de esto es la espantosa tercera ola de la epidemia, con cientos de muertos cada día, de los que no se ha dicho nada que pudiera ayudar a fijar un criterio: ni los grupos de edad a los que pertenecen, ni la relación hombres-mujeres, ni dónde han muerto, si en domicilios u hospitales, ni tampoco lo importante, ¿cuánto tiempo estuvieron enfermos, cuánto en la UCI? Solo hay un hecho (feliz) demostrado, uno verdaderamente científico: la incidencia del contagio y la enfermedad en las residencias ha desaparecido casi por completo gracias a las vacunas.

El geógrafo alemán Alexander von Humboldt se fue de Europa (de A Coruña y de Tenerife) en 1799 a las tierras equinocciales de la América entonces española, las selvas del Orinoco, los Andes de Ecuador, Colombia y Perú, las plantaciones cubanas, mesetas y volcanes mexicanos, porque quería estudiar y medirlo todo. Iba con las capacidades y los instrumentos del astrónomo, del mineralogista, del botánico, del físico, hizo decenas de miles de medidas, pero cuando volvió a Europa, lo hacía ante todo como geógrafo. Dedicó 20 años a redactar una obra americana inmensa, permanente work in progress, pero de la que sobresalen dos textos que nunca han perdido actualidad: Cuadros de la naturaleza americana y Vistas y monumentos de los pueblos indígenas, que tienen valor particular, pero también general, son cuadros de paisaje que movilizan sentidos, pero también el conocimiento natural, histórico y la cultura.

Pensaba Humboldt que lo general remitía a lo local, y viceversa, que lo uno se entendía por lo otro. “La semejanza perfecta de los fenómenos que han sido observados en Europa y en Asia”, asegura en su libro de Asia Central, “solo se presentan teóricamente como un argumento convincente cuando se individualizan las relaciones de lugar”. Pensamiento, pues, general y local, también entre-mundos, América como réplica a Europa. Asia como réplica a América. En las últimas biografías de Humboldt se ha tratado de valorar sobre todo su anticipación ecológica cuando visitó el lago de Veragua en Venezuela y comprendió que la deforestación era humana e histórica. Pero Humboldt es muchísimo más; la acción antrópica en la destrucción de la naturaleza ya se comentaba en muchos círculos y saberes.

Hay negacionistas para todo, y son muchos los del cambio climático (“cada día que amanece, el número de necios crece”, decía un buen amigo mío). Son muchos también los que saben de ello, pero que se censuran para no causar alarma excesiva. Por eso, conviene revisar lo que pasó el pasado mes de enero: primero el temporal y la nevada y, luego, la ola de frío, tres semanas en total. Aemet había anunciado minuciosamente una borrasca de estructura extratropical que se desplazaba rápidamente. Ocurrió lo que tenía que ocurrir y prevenían las alertas. Por eso sigue escandalizando lo que tardaron los gestores en reaccionar y tomar medidas.

Unos meses antes, cuando pudimos salir de casa después del primer y total confinamiento, redescubrimos nuestros lugares, nuestros barrios, deslumbrantes de luz, sin tráfico rodado, con vegetación exuberante, casi como si, en parte, el campo se hubiera apoderado de la ciudad. Nuestro modo de habitar nos era devuelto, con la ventaja de la atmósfera transparente y la presencia de aves que se habían confiado para descender a nuestra altura. Una ciudad en la que pasear era disfrutar, un derecho. Lo escribió Muñoz Molina, una ciudad utópica en la que caminar era como beber agua fresca: la ciudad del paseo, de los barrios. En Topofilia, Yi-Fu Tuan establece las relaciones entre los medios físicos y las personas, y muestra cómo la geografía proporciona contenidos expertos al sentimiento topofílico. ¿Cómo es posible que no se haya vuelto a hablar de la ciudad de los 30 minutos, de los residentes, y tanto de “las terracitas”? Un urbanista americano de la walkability subtitula Cómo ‘downtown’ puede salvar América. Y añade: one step at a time, es decir, paso a paso.

Cuando eclosionó en el siglo XX lo que se llamó geografía moderna, lo hizo como reacción a la geografía política de siglo anterior, que era la de la expansión colonial europea. Y reaccionó aún más frente a la geopolítica del espacio vital, la nacionalsocialista de Haushofer, que tanto sedujo. La geografía moderna cultivó entonces el estudio de las regiones, las comarcas y los lugares que se identificaban por la relación del “medio y del hombre” (pronto tratamos de sustituir el masculino genérico por comunidades y sociedades). El medio no era el medio ambiente (redundancia), ni el environment, sino el espacio donde se desarrollaba la acción humana, que a la vez se iba transformando con y por ella: resultaban los paisajes verdaderos palimpsestos, se dijo entonces, tramas físicas y formas de vida, “morfología del paisaje”, en palabras de Sauer. Hoy, hablamos de paisajes culturales allí donde la naturaleza no es dominante.

Aquella geografía consiguió en sus estudios regionales o comarcales consolidar nombres de territorios, localizar nuevos procesos sociales y económicos. Como señaló el gran paisajista americano Jackson, y anticipó Cerdà (“la calle es el camino”), los paisajes son también movimiento. El Convenio Europeo del Paisaje ha consagrado, en línea con la tradición geográfica, que un paisaje es “una parte del territorio cuyo carácter es el resultado de la acción y de la reacción de factores naturales y humanos, tal como lo percibe la población”.

La covid-19 es la primera globalización verdadera de la salud, y el nombre de pandemia se usa para todas las ocasiones y a todas las escalas, desde la mundial hasta la cotidiana. Esto contribuye a la apariencia de borrar lo territorial y lo local. Pero no es así: hay que ver la cantidad de fronteras, bordes y límites que han creado los confinamientos y restricciones. Los especialistas se felicitan de antemano por “la nueva geopolítica de la pospandemia” y, cierto, van a producirse basculamientos, nuevos espacios y ejes de poder. Los geógrafos participarán también en la nueva geopolítica.

Pero no olvidemos los territorios, los lugares, las formas de ocuparlos, de vivir y de moverse en ellos. Piénsese en todo lo que se ha hablado de la recuperación de barrios y de la ciudad de los 30 minutos. Faltan geógrafos (también ordenadores del territorio y urbanistas) en los foros públicos.

No tenemos que pretender volver a la normalidad de antes de la pandemia, porque ahí residía ya en gran parte el problema, el consumo y la movilidad descontrolados, la insostenibilidad del uso de los recursos. Esa forma de ocupar y consumir la naturaleza recuerda la paradoja del menesteroso de Chesterton, paseando por Manhattan: “Señor, señor, dame lo necesario, que de lo superfluo ya me ocupo yo”.

Josefina Gómez Mendoza es geógrafa y miembro de las Reales Academias de Historia y de Ingeniería.

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