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Columna
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El autobusero

Maduro es un dogmático que no habrá leído ‘Finnegans Wake’ pero domina la gramática parda del poder

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, participa en un acto con motivo del Día de la Juventud en el palacio presidencial de Miraflores, Caracas (Venezuela), el pasado 12 de febrero.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, participa en un acto con motivo del Día de la Juventud en el palacio presidencial de Miraflores, Caracas (Venezuela), el pasado 12 de febrero.DPA vía Europa Press (Europa Press)

El embuste político se abastece de la excitación popular contra la injusticia, como Nicolás Maduro cuando se inventó la transfiguración de Hugo Chávez en ave canora posada sobre su hombro. El discípulo sintió la unción de la deidad bolivariana en los trinos y revoloteos de un gorrión mientras rezaba en una capilla rural encomendándose al difunto, ganador post mortem de las presidenciales de 2013. La estupefacción confundió trastorno mental con técnica propagandística, viable en sociedades donde el sincretismo religioso establece analogías y semejanzas y cree en la resurrección de la carne y el subsidio eterno, amén.

El gobernante que habrá de vérselas con las exigencias de Joe Biden para levantar sanciones no es el autobusero ignorante, hechizado por los amuletos, ni el jefe carismático que se apodera de la emotividad de las masas para colarles autoritarismo por salvación. Maduro es un dogmático que no habrá leído Finnegans Wake pero domina la gramática parda del poder y sintoniza ideológicamente con los manuales de la Escuela del Partido Comunista de Cuba Ñico López, donde recibió clases de antimperialismo, anticapitalismo y mañas operativas. Aquel máster de juventud en La Habana y la abnegada devoción por Fidel y Hugo explican su entronización.

Venezuela sufre la destrucción causada por el desgobierno de Maduro y el descabello de Donald Trump. Cualquier solución pasa por un legatario desprovisto de la gracia y tesorería del caudillo, al que sirvió ciegamente asumiendo que la integración de los pueblos latinoamericanos y la impartición de justicia entre los pobres y obreros esquilmados por las democracias burguesas exigen totalitarismo, no consensos. El mandatario no es un casanova de la política, ni dispone de los petrodólares que financiaron la gratificación electoral de los compatriotas libertos. No se arriesgará en unas presidenciales creíbles porque las urnas las carga el diablo de una sociedad estafada. Aguanta sostenido por la dispersión opositora y las logias militares y empresariales enriquecidas durante el recorrido hacia el despeñadero. Pero la presentación del chavismo como una tiranía tiene más éxito fuera que dentro del país porque, si bien es cierto que las clases populares se sienten agobiadas por las penurias, no aprecian esclavitud en el ámbito político, o al menos no tanto como para ensartar la cabeza del tirano en una pica. Se abstienen y punto. No duele tanto haber nacido pobre como haber sido clase media y empobrecerse. La Casa Blanca, la UE y el Grupo de Lima coaligado batallarán con un negociador sin incentivos para jugársela. Erre que erre, piden democracia a quien nunca creyó en ella y procedió a desdentarla cuando enseñó los colmillos en las parlamentarias de 2015. Ni por las buenas ni por las malas, ni con votos ni con balas, la oposición volverá al palacio de Miraflores. ¿Alguna duda?

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