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Biden y el giro de Europa sientan las bases para un nuevo intento de diálogo en Venezuela

El proceso se encuentra todavía en una nebulosa y depende de la definición de Washington

Francesco Manetto
Nicolás Maduro, el pasado 22 de enero, en Caracas.
Nicolás Maduro, el pasado 22 de enero, en Caracas.MANAURE QUINTERO (Reuters)

No hay negociadores ni mucho menos un calendario definido, pero un nuevo intento de diálogo en Venezuela está hoy más cerca que ayer. La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca después de cuatro años de Administración de Donald Trump —un triunfo de la retórica contra Nicolás Maduro sin resultados concretos— y el giro de la Unión Europea ante Juan Guaidó sientan de por sí las bases para volver a ensayar unos contactos entre el chavismo y la oposición. Cualquier negociación en el país sudamericano se presenta como una carrera de obstáculos. Todos los procesos recientes han fracasado. Sin embargo, con un Gobierno cada vez más instalado en el poder y sus adversarios hostigados y divididos, la única alternativa a una salida pactada, empezando por unas elecciones, supone perpetuar la grave emergencia que sufren millones de venezolanos.

Los 27 países miembros de la UE evitaron nuevamente, esta semana, reconocer a Guaidó como presidente interino, un cargo que se asignó, con un amplio apoyo internacional liderado por Estados Unidos, hace dos años ante la profunda crisis de legitimidad de Maduro. El pasado 5 de enero el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) recobró el control de la Asamblea Nacional tras unas elecciones parlamentarias a las que concurrió prácticamente solo, sin competencia. El líder opositor perdió así el estatus de jefe del poder legislativo y se quedó en la práctica fuera de las instituciones.

Bruselas sigue aceptando al político como un interlocutor privilegiado en Venezuela, pero la posición de Europa, partidaria de explorar unas nuevas conversaciones, choca con los planes del sector del antichavismo que él encabeza y que convirtió la palabra diálogo en un tabú. La última vez que Guaidó se avino a negociar, tímidamente y a través de enviados, fue en verano de 2019 durante un intento promovido por Noruega en Barbados. El año pasado, en la primera ola de la pandemia de coronavirus, el chavismo y la oposición llegaron a acuerdos puntuales sobre la gestión de la crisis sanitaria, lo que demuestra que todo es cuestión de voluntad política. Pero de ahí no pasó.

La Unión Europea apuesta por un “proceso inclusivo de diálogo y negociación”, aunque el alto representante para la Política Exterior, Josep Borrell, reconoció en una entrevista con Efe que, de momento, no hay señales de que se vaya a abrir una fase exploratoria. A eso se añade que incluso Henrique Capriles, otro destacado dirigente opositor, también se apartó abiertamente de la estrategia de Guaidó y Leopoldo López, que buscan volver a una etapa de movilización permanente en la calle. Capriles abrió incluso la puerta a participar en las elecciones parlamentarias de diciembre, aunque finalmente renunció por falta de garantías.

“Son varios los comunicados de Gobiernos democráticos y organismos multilaterales insistiendo en la búsqueda de una salida política pacífica y negociada que alivie el sufrimiento de los venezolanos”, escribió hace dos semanas el fundador del partido Primero Justicia en una tribuna publicada en EL PAÍS. “Los países que apoyan nuestra lucha democrática hablan de negociación, pues alineemos a todas las partes e insistamos en lograr el nuevo Poder Electoral que le han negado a los venezolanos así como un Tribunal Supremo, un fiscal y un contralor que le den a las instituciones un equilibrio republicano reconocido por todos”, exhortó.

Desconfianza

La desconfianza entre las partes es enorme. Si la oposición siempre ha tenido un serio problema de liderazgo para concurrir unida en un proceso electoral, el chavismo no se ha mostrado dispuesto a hacer concesiones y ha logrado convencer a algunos sectores de la opinión pública, también en el exterior, de que sus rivales son los verdaderos responsables de la crisis. Ese argumento se nutre de las protestas, las asonadas, los intentos de quebrar a las Fuerzas Armadas y las sanciones económicas de Estados Unidos. Nada de eso sirvió.

La victoria de Biden, que tomó posesión el pasado 20 de enero, abre un nuevo escenario, aunque de momento no hay una definición clara. La decisión del demócrata de revisar las medidas adoptadas por Trump frente a Cuba apunta a un cambio de enfoque en la política regional. Según han destacado varios analistas, la nueva Administración relajará las sanciones contra Maduro y Petróleos de Venezuela y buscará algún contacto con Caracas. Pero ese cambio será paulatino. Por ahora, lo único claro es que el secretario de Estado de Biden, Antony Blinken, ha situado la crisis venezolana como una prioridad de la política exterior estadounidense en América Latina.

Blinken conversó el viernes con la ministra de Relaciones Exteriores de Colombia, Claudia Blum, y abordó la situación del régimen chavista. “El secretario y la canciller Blum discutieron su compromiso compartido con el restablecimiento de la democracia y la estabilidad económica en Venezuela”, afirmó un portavoz del Departamento de Estado. El nuevo jefe de la diplomacia de Estados Unidos también ratificó “la importancia de los esfuerzos para satisfacer las necesidades humanitarias de los migrantes venezolanos en Colombia y en toda la región”. La pelota, en última instancia, está en el tejado de la Casa Blanca.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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