Por no callar
Equiparar la fuga del pícaro Puigdemont con el exilio republicano es una impúdica trampa que el lenguaraz Iglesias se ha hecho a sí mismo
El 27 de enero de 1939 el poeta Antonio Machado cruzó la frontera francesa camino del exilio. El próximo miércoles se cumplirán 82 años. Desde Barcelona hasta Portbou, entre la riada de españoles derrotados que arrastraban carretas con colchones y enseres, Machado, en compañía de su madre y de su hermano José, no pronunció una sola queja, ninguna maldición. Lo cuenta Corpus Barga. En las paradas, sentado con el bastón entre las piernas, Machado hablaba de Fray Luis, de los clásicos latinos, recordaba historias de las tertulias en Madrid, tal vez llevaba en la memoria el sol de su infancia en Sevilla, mientras las tropas de Franco bombardeaban a la gente que corría despavorida por las cunetas, en medio de un enorme atasco de coches. Pasaron una noche en un vagón en vía muerta en la estación de Cerbère. Lejos de recurrir a los buenos oficios de la embajada de París, Machado prefirió quedarse en Colliure, donde el poeta y su madre, una viejecita casi agonizante, tuvieron que dormir en la misma cama de la pensión Quintana. El poeta sobrevivió 26 días. El domingo 5 de febrero de 1939, a las seis de la mañana, a pie por el monte bajo la lluvia y un frío glacial, Azaña y su esposa Lola en compañía de Juan Negrín cruzaron la frontera por el puesto de aduanas de Chable- Beaumont, perseguidos por los agentes de Franco, dispuestos a fusilarlos. El 29 de octubre de 2017, después de poner en peligro la estabilidad de un Estado democrático, Puigdemont decide fugarse para eludir la acción de la justicia española y monta sus reales con absoluta comodidad en Waterloo. Equiparar la fuga del pícaro Puigdemont con el exilio republicano de la Guerra Civil es una impúdica trampa que el lenguaraz Pablo Iglesias se ha hecho a sí mismo, por unos votos en Cataluña y por no callarse nunca con tal de segar la hierba bajo los pies a sus socios del Gobierno.
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