El escritor y sus demonios
Mario Vargas Llosa comenzó hace 30 años sus columnas de Piedra de Toque, su colaboración periódica con EL PAÍS
Era domingo y la mayor parte de los restaurantes de Madrid cerraban por la noche. Escogimos el del hotel Palace. Allí coincidimos con Mario Vargas Llosa, su entonces mujer Patricia, y la gran Carmen Balcells, su representante, con la que hasta ese día, 25 de octubre de 1990, nos las habíamos tenido tiesas en las negociaciones para conseguir que el escritor firmase un acuerdo de colaboración con EL PAÍS. Ese que ahora ha cumplido 30 años. La cena fue muy agradable. Hablamos sobre todo de dos asuntos: la noticia que ese día daba el periódico en primera página a tres columnas (“La caída de Thatcher devuelve el impulso a los británicos”) y los tambores de guerra que llegaban del Golfo, y que llevaban a muchos intelectuales a pronunciarse a favor o en contra de la guerra (ese día daban su opinión en EL PAÍS Carlos Fuentes, John Berger, Susan Sontag, Nadine Gordimer y Amos Oz, entre otros).
El director del periódico estaba eufórico con el acuerdo. Los lectores ya tenían en sus páginas a Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez… entre los latinoamericanos, y a José Saramago o Günter Grass entre los europeos. De ese grupo saldrían cuatro premios Nobel de Literatura (el único que lo poseía entonces era Gabo). Mario Vargas Llosa seguramente pensó que para apuntalar bien el acuerdo desde el principio debía comenzar su colaboración, tan solo una semana después, con un texto provocativo. Y escribió una apología de su tan admirada (ha escrito varias veces de ella en estas tres décadas) Dama de Hierro, acosada entonces por sus conmilitones conservadores.
El escritor contó ese aparente pulso inicial que se repitió, en un contexto muy distinto, unos años después. Juan Cruz, que tanto tiene que ver con la mayor parte de los nombres citados y su relación con el periódico, invitó a Vargas Llosa y al director del EL PAÍS a ver entre la gente un partido Real Madrid-Barça en el estadio Bernabéu. En medio de la algarabía de Chamartín disfrutamos del encuentro (al menos el director, porque ganó su equipo, que, intuyo, es el mismo que el de Vargas). Desde antes de comenzar el encuentro, un vecino de la fila de arriba se removía y hacía comentarios con su compañero de al lado sobre Mario, tan altos que los podíamos oír. El espectador estaba revuelto: trataba de saber quién era el espectador de la fila de abajo, pues sin duda era un “famoso”. Por fin, en el descanso, se dirigió triunfal al novelista y le dijo satisfecho: “¡Por fin le he reconocido, usted es Gabriel García Márquez!”. Mario lo dejó en su error, y desde entonces mucho nos hemos reído con esa anécdota (y también Gabo, a quien se la contaron).
Año y medio después de la cena del Palace hicimos balance (muy satisfactorio para las dos partes) del acuerdo. Fue en un curso de verano en El Escorial titulado El escritor y sus demonios, que tenía sorpresa. En la mesa redonda, acompañaban a Mario como teloneros el rector de la Complutense, Gustavo Villapalos, y el director de EL PAÍS. La sala estaba abarrotada para escuchar al escritor. De repente se abrió una puerta lateral y apareció el buscadísimo y condenado a muerte por una fetua proveniente del régimen iraní, Salman Rushdie, fuertemente custodiado. Tras unos segundos de sorpresa, los estudiantes y demás escritores del seminario, puestos en pie, lo aplaudieron largamente.
En la crónica del acto que apareció en EL PAÍS del día siguiente se cuenta que Rusdhie habló de su larga soledad: “No sé cómo no me he desintegrado durante estos años”. Vargas Llosa se dirigió a todos: “Mientras Salman Rushdie siga viviendo en las catacumbas, ningún escritor podrá sentirse libre”. EL PAÍS estaba presente por formar parte del Comité Internacional para la Defensa de Salman Rushdie, junto con el Financial Times, The Guardian, The Independent, Le Monde, La Repubblica y The Indian Post, entre otros muchos periódicos. El momento más emotivo del acto fue cuando los organizadores acercaron al estrado a la escritora Rosa Chacel, de 94 años, para que abrazase a Rusdhie y le transmitiera su solidaridad.
Han pasado 30 años. Poco antes del confinamiento por el coronavirus Vargas Llosa acudió al periódico invitado por su entonces directora, Soledad Gallego-Díaz. Ella le regaló una plancha con su primera Piedra de Toque sobre Thatcher y Mario visitó la Redacción y saludó a los periodistas. Era uno de los nuestros.
Joaquín Estefanía fue director de EL PAÍS entre 1988 y 1992
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