El componente humano
Hace 80 años Trotski murió asesinado en México por órdenes de Stalin
Hace 80 años, un 21 de agosto como hoy, León Trotski murió en México. Un día antes estuvo trabajando en la casa en la que vivía en Coyoacán, donde se instaló después de haber estado alojado en la de Diego Rivera y Frida Kahlo, en la que aterrizó tras llegar en 1937 al país latinoamericano. Ramón Mercader entró en su despacho por la tarde y le clavó un piolet en la cabeza. El golpe fue brutal, Trotski no podía durar mucho tiempo. Mercader cumplió así una de las grandes obsesiones de Stalin. Al entonces líder de la Unión Soviética no le fueron bien las cosas con el que había sido responsable de dirigir el Ejército Rojo durante la guerra civil que estalló después de la revolución. Cuando Stalin se hizo con el poder, lo fue poco a poco apartando fuera de la historia, borrándolo literalmente de las heroicas gestas que cambiaron el mundo en 1917. Del país consiguió expulsarlo en 1929 y, desde ese momento, se aplicó a perseguirlo de manera incansable. Ramón Mercader, un comunista español, le hizo el último servicio.
Los primeros roces entre Trotski y Stalin empezaron pronto. El Ejército Rojo, formado de manera improvisada con los entusiastas que defendían la revolución, estaba recibiendo severos reveses en todos los frentes en los que era atacado por sus numerosos enemigos. Trotski se vio obligado a dar un golpe de timón. La eficiencia militar tenía que estar por delante de la igualdad revolucionaria si no querían caer derrotados. Así que decidió, primero, incorporar a los oficiales zaristas que andaban sin empleo para asegurarse que las tropas fueran conducidas de manera efectiva, y forzó poco después un reclutamiento masivo. A los campesinos que habían luchado para defender al zar les tocaba ahora dar la vida por la bandera roja. Los bolcheviques más convencidos vieron con ojos torcidos unas medidas que los apartaban de sus ambiciones. “Ellos consideraban que el propósito de la revolución era reemplazar a los antiguos especialistas burgueses por proletarios leales al partido”, escribe Orlando Figes en su imponente historia de la revolución rusa. “El suyo era un comunismo de trepadores: combinaba el rechazo de las antiguas autoridades con la exigencia de que ellos, como comunistas, disfrutaran de una posición similar de poder y privilegios dentro del nuevo régimen”.
Trotski fue duramente criticado por incorporar a oficiales del viejo ejército a uno revolucionario, y Stalin respaldó al comandante bolchevique de los guardias rojos que lideró las protestas, aunque él mismo nunca llegara a cuestionar aquella medida. El partido apoyó al responsable militar que, de paso, exigió que Stalin fuera apartado del frente sur, donde ya estaba haciendo músculo y había fusilado a docenas de funcionarios. Figes observa que igual fue entonces cuando se inició el desencuentro. Cuenta, además, que Trotski enervaba a los comandantes revolucionarios por su arrogancia y sus modales aristocráticos. “Siempre llegaba al frente en su tren ricamente amueblado (era bien conocida su faceta de gourmet y su tren iba equipado con un restaurante de alta categoría)”.
El piolet de Mercader provocó sonoros titulares de hondo calado político, aunque el factor humano que hubo detrás de todo aquello quedara seguramente sepultado por otras consideraciones. Pero está siempre ahí, y no está de más rascar en lo que ocurre para encontrarlo. Ayuda a explicar las cosas.
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