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Columna
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Aprendices de brujo

Al populismo hay que combatirlo, no usarlo. Incluso aunque pienses que lo puedes controlar, el monstruo acaba siempre por cobrar vida propia

Máriam Martínez-Bascuñán
Col Máriam 2/8
DEL HAMBRE

La elección de Donald Trump fue para muchos la prueba palpable de la crisis de la democracia liberal. Se ha dicho prácticamente de todo sobre ella, sobre su signifi-cación y sentido, pero resulta evidente que no puede valorarse como un hecho aislado o excepcional. El viejo Habermas hablaba de “la descomposición de estilo trumpiano”, y de cómo estaba afectando al corazón de Europa. Se refería a la forma en la que los populistas acceden al poder fingiendo encarnar al pueblo; a cómo, alcanzado el objetivo, eliminan todo obstáculo que les impida ejercer sus autoritarios ordeno y mando envueltos en una torticera idea de la voluntad general.

Pero ya conocemos el abc del manual populista: los controles y contrapesos que limitan al poder en los sistemas liberales son barreras a eliminar, pues nada ni nadie debe mediatizar el dominio del sátrapa una vez encaramado a la cima. Es el famoso “la democracia es un tranvía” de Erdogan, que añadía: “cuando llegas a tu parada, te bajas”. La democracia, en fin, como simple instrumento de acceso al poder, lo que incluye el desprecio por todo lo que condicione la aspiración de permanencia ad perpetuam, como hemos visto esta semana con el esperado cuestionamiento del magnate de las elecciones presidenciales vía Twitter. Puro populismo líquido. Pero incluso una sociedad hipermediatizada como la nuestra puede decidir, cuando sufre problemas reales, no ser entretenida sino gestionada con rigor.

Aunque el problema con los populistas no es que instrumentalicen la democracia, sino que otros políticos sucumban a la tentación de instrumentalizar a los populistas para lograr sus propios objetivos. Que se intente deslegitimar una elección presidencial, y el daño que se causa con ello a las instituciones, no interpela solo a los votantes, sino a quienes Anne Applebaum califica como “colaboracionistas”. Lo explicaba en un maravilloso texto en el que señalaba directamente a los republicanos, al ladino abandono de sus principios para usar en su propio beneficio a un presidente “inmoral y peligroso”. Es el viejo partido centenario quien tiene la enorme responsabilidad de denunciar las acciones de Trump, lo que envía, además, un mensaje para navegantes: nuestro émulo de Trump es Vox, y esa peligrosa relación de los republicanos con el trumpismo (con honrosas excepciones) late en las tácticas de convergencia usadas por el Partido Popular para mantener poder regional. Pero al populismo hay que combatirlo, no usarlo. Incluso aunque pienses que lo puedes controlar, el monstruo acaba siempre por cobrar vida propia. Intentar instrumentalizarlo al albur de supuestos intereses concurrentes nos acaba haciendo aprendices de brujos. Es eso lo que nos cuenta la emblemática serie Baron Noir, un excelente ejemplo ahora que, definitivamente, sabemos que la realidad supera a la ficción.

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