Las estatuas y el bosque
Existe el riesgo de que esta sana purificación se quede en una ‘performance’, que no vaya a la esencia
Derribar estatuas puede ser un ejercicio de purificación democrática. Lo sería más debatir a fondo sobre lo que representan y analizar qué queda de su toxicidad. Resulta inconcebible que el rey Leopoldo II de Bélgica, uno de los mayores genocidas de la historia, conserve honores en su país. Convirtió Congo en un campo de concentración dedicado a extraer cacao, caucho, marfil y minerales. Aquellos que no lograban la cuota exigida sufrían castigos y amputaciones. Fue responsable de más de diez millones de muertes.
Su horror generó la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas. En su libro sobre el rey belga, Adam Hochschild calificó lo ocurrido de un holocausto africano, superior al de los nazis. Su texto fue recibido con estupor. En Bélgica se le acusó de exagerar las cifras. Abunda un negacionismo nacionalista que niega los hechos probados.
El célebre explorador Henry Morton Stanley trabajó para Leopoldo II. Su misión no consistía en descubrir los afluentes del Nilo o encontrar a Livingstone, sino en ganar dinero. Esta semana, decenas de manifestantes británicos echaron al mar en Bristol la estatua de Edward Colston, un comerciante de esclavos del siglo XVII. También está en el punto de mira la figura de Cecil Rhodes, colonizador de Sudáfrica y del actual Zimbabue. Amasó millones con la minería y el trabajo ajeno. Es un héroe en la historia contada por los blancos.
El “Black Lives Matter” ha conquistado el debate mundial. Se han sucedido marchas de repulsa contra el racismo incrustado en las instituciones y en la sociedad. Ha conseguido un impacto similar al del movimiento Me Too, que ha puesto contra las cuerdas al machismo sistémico que domina el discurso y los centros de poder.
La plataforma de televisión HBO Max retiró de su catálogo la película Lo que el viento se llevó, rodada en 1939. Trata de la Guerra de Secesión en EE UU en un ambiente racista, con unos Estados del sur que defendían la esclavitud. La empresa decidió atender las protestas contra el filme. Se generó un debate en las redes sobre si se trataba de un exceso o un acierto. El plan es devolverla a su catálogo acompañada de una advertencia sobre su contenido.
En Richmond han derribado una estatua de Cristóbal Colon y en Boston le han arrancado la cabeza a otra. Le acusan de genocida. ¿Cuándo empezarán los actos de desagravio a los indios americanos exterminados por los blancos en la conquista del Oeste? ¿Qué pasará con las películas de vaqueros? ¿Cuál es el límite del revisionismo? ¿Se puede mirar al pasado desde los ojos actuales? Sería mejor buscar entre los vivos las actitudes inaceptables. Existe el riesgo de que esta sana purificación se quede en una performance, que no vaya a la esencia. En EE UU, la esencia consistiría en votar en masa y desalojar de la Casa Blanca a Donald Trump, que ejerce de racista y machista en jefe.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.