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Columna
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Aire

Algo no funciona cuando la sociedad se contrae, los humanos enferman y la naturaleza se expande y respira

Eva Borreguero
Uno de los canales de Venecia con aguas cristalinas, el 17 de marzo.
Uno de los canales de Venecia con aguas cristalinas, el 17 de marzo. ANDREA PATTARO (afp)

El más intercambiable y promiscuo de los elementos. Ligamento entre sujeto y objeto, lo comparten inadvertidamente afines y adversarios, flora y fauna. Transmisor del efecto mariposa, envuelve y unifica la superficie terrestre, y a diferencia de esta, no conoce fronteras.

El aire se ha erigido en elemento emblemático de los tiempos que vivimos: la covid, transportada en un aerosol de gotitas, ha impuesto abruptamente la etiqueta de la mascarilla quirúrgica, y con ella la estética y los modos sociales de la nueva realidad donde las relaciones, marcadas ahora por la distancia y el miedo al contagio, nos conducen al escenario apocalíptico de las películas de ciencia ficción. Aire también el que llega con dificultad a los pulmones de los infectados, al ser el coronavirus una enfermedad respiratoria. Los casos más extremos requieren la utilización de ventiladores que impulsen el oxígeno a la sangre y su búsqueda lanzó a los Gobiernos a una carrera desesperada por obtenerlos. En un primer momento se propició una contracción nacionalista, una geopolítica de la supervivencia, seguida en el caso de las grandes potencias de un samaritanismo ad hoc. Los países de la UE tardaron en reaccionar a la solicitud de ayuda del socio más necesitado en la situación más crítica: Italia. Turquía retuvo temporalmente un cargamento de respiradores destinados a España. China y Rusia aprovecharon las aguas revueltas para posicionarse como agentes humanitarios globales.

Y, sin embargo, mientras los afectados agonizan por falta de aire y la economía se ralentiza, y con ella las emisiones de dióxido de carbono, los cielos de las grandes urbes se han visto limpios de sustancias contaminantes en esta primavera radiante. En Venecia la salida de multitudes de turistas ha despejado las aguas fangosas de los canales, revelando inesperadamente el fondo acuático de la laguna. Los ciudadanos de Nueva Delhi, cuyo Gobierno decretó en noviembre la emergencia sanitaria a causa de la niebla tóxica, han podido experimentar la visión nocturna del firmamento estrellado. El trinar de los pájaros ha reemplazado la cacofonía de bocinas y cláxones. Y en el norte de la India, la cordillera del Himalaya es visible por primera vez en décadas. Madrid ha borrado su plúmbea boina cetrina, y comparte con el territorio circundante una atmósfera limpia. Y así podríamos seguir: Pekín, Seúl, Nueva York… Y mencionar, de paso, las imágenes que muestran la proliferación de animales adentrándose en las calles vacías de aldeas y ciudades, en lo que parece una inversión de roles: el espacio público ocupado por la vida salvaje; los individuos, espectadores perplejos, guarecidos en sus casas.

La esfera terrestre forma un hábitat poroso de intercambio por donde circulan gérmenes y organismos que configuran nuestro ecosistema. No habitamos compartimentos estancos. Algo no funciona cuando la sociedad se contrae, los humanos enferman y la naturaleza se expande y respira. @evabor3

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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