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Columna
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Pactos y alternativas

Quienes formaron la mayoría que hizo a Sánchez presidente deben ser conscientes de que ahora mismo no tienen otra opción

Josep Ramoneda
Pleno del Congreso celebrado el pasado 25 de marzo.
Pleno del Congreso celebrado el pasado 25 de marzo.

No hay crisis capaz de contener a la clase política. A la que pasó el susto inicial reapareció el espectáculo de rabia y resentimiento. No hay debate político —que es siempre imprescindible, también en momentos difíciles— sino oportunismo, falsedades y obscenos ejercicios de ventajismo especulando con los muertos. Y, sin embargo, no debería ser difícil llegar a acuerdos sobre aspectos esenciales para salir de la catástrofe:

Primero: un pacto de desescalada basado en una restitución, al más breve plazo, de las competencias retiradas a las comunidades autónomas y de los derechos suspendidos de los ciudadanos, con las medidas complementarias para garantizar una gestión coordinada de la pandemia. Prolongar indefinidamente el estado de alarma es convertir a los ciudadanos en súbditos y puede crear hábito.

Segundo: una respuesta unitaria frente a las instituciones europeas. Son dos cosas las que están en juego: las ayudas para la recuperación y la propia Unión. Y debería ser de interés común defenderlas.

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Tercero: un acuerdo para la reconstrucción del país, que debe pasar por un mayor protagonismo de lo público en la economía y por reforzar la capacidad del Estado de poner límites a determinados excesos de los mercados y al descontrol de ciertos sectores económicos.

Y, sin embargo, todo apunta a que la derecha (PP, Vox) ya tiene el plan de griterío organizado para tumbar al Gobierno en plena crisis económica, en un país cada vez más fracturado políticamente. Siempre el resentimiento y el odio han estado a flor de piel en la democracia española. Basta con hacer memoria: ningún presidente ha salido por la puerta grande. Pero en los últimos años, con el fin del bipartidismo, efecto de las salvajes políticas de austeridad aplicadas después de la crisis de 2008 que evidenciaron un déficit grave de representación, y con el conflicto soberanista catalán, los actores se han multiplicado y las brechas se han agrandado.

No todo es culpa de los dirigentes políticos. Ciertas élites económicas y mediáticas no quieren una sombra de alternativa al neoliberalismo autoritario en curso. En seis años un partido directamente surgido de los movimientos antisistema —Podemos— se ha convertido en socio de una coalición de un Gobierno perfectamente constitucional. ¿Qué más quieren? No les basta, algunos lo quieren todo, lo cual es poco compatible con la cultura democrática. Y no están dispuestos a permitir que la recuperación económica la dirija un Gobierno de izquierdas, por muy domesticado que esté. Por eso Pablo Casado se empeña en neutralizar el pacto de reconstrucción antes de empezarlo.

Por el dinero y por las patrias pasan las líneas divisorias. Y los que formaron la mayoría que hizo a Pedro Sánchez presidente, más allá de sus peleas y desencuentros, deben ser conscientes de que ahora mismo no tienen otra alternativa. Negocien y pacten. Salvo que opten por el infantilismo del cuanto peor, mejor.

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